Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Escuela o barbarie


La escuela (y, con ella, la universidad) se convierte en un centro de selección de personal y deja de alimentar el anhelo de saber (la más noble aspiración humana, según nos enseñase Aristóteles), orientando la formación de los alumnos hacia aquellas áreas de la economía que favorezcan su "empleabilidad".

por Juan Manuel de Prada

Opinión

Me ha resultado muy gratificante e instructiva la lectura del ensayo Escuela o barbarie (Ediciones Akal), escrito al alimón por los profesores Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo Fernández. En Escuela o barbarie se denuncia la imposición de un «Nuevo Orden Educativo», diseñado desde organismos supranacionales y jaleado por una camarilla de pedagogos charlatanes, que pretende condenar a los alumnos a una nueva forma de servidumbre. Aunque los autores no ocultan sus afinidades ideológicas (que a veces los empujan a alguna intemperancia), la lectura de este ensayo brindará iluminaciones a cualquier persona preocupada por el deterioro de la enseñanza, muy especialmente a los maestros y profesores que asisten inermes a la depauperación de su noble oficio.

El Nuevo Orden Educativo desea modelar individuos entrenados en diversas «competencias», «destrezas» y «habilidades» técnicas y emocionales que faciliten su encaje en el mercado laboral. De este modo, la escuela (y, con ella, la universidad) se convierte en un centro de selección de personal y deja de alimentar el anhelo de saber (la más noble aspiración humana, según nos enseñase Aristóteles), orientando la formación de los alumnos hacia aquellas áreas de la economía que favorezcan su «empleabilidad». Así, la transmisión cultural queda aparcada, o incluso vedada, para formar «emprendedores» flexibles y adaptables, siempre prestos a la movilidad geográfica, que no sepan nada de filosofía o latín pero en cambio sepan inglés, informática y «educación financiera» (si el oxímoron es tolerable), que es lo que interesa a las multinacionales.

Para lograr alumnos sin anhelo de saber, el Nuevo Orden Educativo emplea técnicas pedagógicas que conciben al ser humano en un mero procesador de información. El alumno no debe atesorar conocimientos que afilen su juicio crítico sobre la realidad, sino centrarse en «aprender a aprender», hasta convertirse en un dócil y «empático» receptor de cualquier tipo de adiestramiento que garantice su eficiencia económica. Para ello, el Nuevo Orden Educativo favorecerá una educación lúdica que supla la odiosa transmisión de conocimientos. Los autores de Escuela o barbarie son especialmente inclementes en la denuncia de las pedagogías herederas de Rousseau, que tratan de «rescatar» al hombre de la cultura y de la historia, exaltando su imaginación y sus motivaciones particulares (de ahí que los charlatanes al servicio de este Nuevo Orden Educativo den tanta importancia al «pensamiento positivo» y a la «inteligencia emocional»), para que la adquisición de las destrezas se desarrolle siempre en un ambiente buenrrollista. Por supuesto, se evitará que los alumnos aprendan nada por puro interés intrínseco; y se utilizarán siempre cebos psíquicos que les hagan morder el anzuelo, como si el saber fuese una amarga medicina que hubiese que enmascarar para que resulte digerible. Todo ello con metodologías que favorezcan una infantilización de las mentes, hasta convertir la escuela en una mezcla de guardería y gimnasio laboral, vaciada de todo contenido que permita crecer intelectualmente.

¿Y qué papel se reserva a maestros y profesores en este Nuevo Orden Educativo? Los autores de Escuela o barbarie reproducen varios documentos de órganos mundialistas que hielan la sangre en las venas. Así leemos en un documento de la Unesco: «Al cambiar la imagen del profesor, de considerarlo como fuente e impartidor de conocimientos a verlo como organizador y mediador del encuentro de aprendizaje, aparecen nuevas competencias que deberán ser los componentes de la nueva función docente». De este modo, el profesor se convierte en una suerte de «orientador» encargado de la formación «transversal y psicoafectiva» del alumno. Para ello, primero deberá «descualificarse» (es decir, olvidarse de las disciplinas en las que está versado), para después recualificarse conforme a los parámetros exigidos por la nueva pedagogía. El profesor estará sometido a un reciclaje permanente, en condiciones laborales cada vez más precarias, huérfano de toda autoridad en el aula, hasta degenerar en un «mediador del encuentro de aprendizaje», en un coach, en un animador sociocultural, en un gestor administrativo; en definitiva, en un zascandil siempre presionado por sus alumnos-clientes y hostigado por las directrices gubernativas.

De este panorama espeluznante se nos habla en este espléndido y combativo ensayo contra la barbarie.

Publicado en XL Semanal.
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