Enarbolemos la Verdad, que es lo que de verdad escampa
Tengo miedo. Me da miedo la falsedad que campa por nuestras calles y nuestras plazas. Ese doble filo de las afirmaciones que muchos hacen y hasta procuran tergiversar. Silenciar no solo los propios pensamientos, sino los de los demás. A eso se le llama autocensura, a uno mismo, y violentar a los demás, abusar de la propia autoridad en cada vez más ocasiones. No porque sea mentira lo que se silencia, sino porque asusta la verdad de lo que se dice, y se acalla o se pretende acallar. Eso que hoy día llamamos “políticamente correcto”. Y no es de extrañar, porque lo que calificaré de “política líquida” está encharcando la “sociedad líquida”. (¿O es al revés?) Lo hago, con licencia, inspirándome en el término “modernidad líquida”, acuñado por el sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico Zygmunt Bauman. Ya mencioné en un artículo a aquel humorista de décadas que se quejaba de que hoy día es muy difícil hacer reír a alguien sin ofender. Estamos en lo mismo: lo “políticamente correcto”.
Pero debemos distinguir: una cosa es no ofender por el deporte de ofender deliberadamente con algo que es objetivamente un embiste gratuito, y otra es escabullirse para no comprometerse con la verdad. Esto es, lavarse las manos como Pilato. La primera es defendible, pero la segunda no, porque es la que nos está llevando a la deriva en nuestra corrompida y corrupta sociedad occidental. Cediendo, cediendo... nos abocará a la autodestrucción también a nosotros, los católicos, si seguimos por esa pendiente fácil. Esto es, si imitamos lo que es el espíritu utilitarista del lenguaje del discurso posmoderno de la ideología de género. Como está abocando al mundo a la autodestrucción.
En esa línea, no menospreciemos lo que afirma el citado Zygmunt Bauman en su estudio de sugestivo título De peregrino a turista, o una breve historia de la identidad. En él aborda el tema del esencial cambio de orientación de las creencias de nuestra sociedad. Dice: “El eje de la estrategia en la vida posmoderna no es construir una identidad, sino evitar su fijación” [en Cuestiones de identidad cultural, de Stuart Hall y Paul du Gay (comps.)]. Contra la falta de “fijación” de la que advierte Bauman, la salida será, pues, precisamente, fijar, concretar, puntualizar. Y para eso hay que ser claros. Como canta un proverbio catalán: “Ser clar i català”. Para eso, tendamos puentes desde el diálogo sincero, para lo cual previamente tengamos bien presente que todo diálogo debe partir de la autenticidad. Ser buenos y parecerlo. No basta con señalar el mal, sino que además no hay que dorar la píldora. Eso sería ser cobarde, travestirse de camuflaje. Y más cobarde es (en adición al pecado de cobardía) tapar la boca a quien sabemos que tiene razón... Y todo, “porque ofende su sensibilidad”, la sensibilidad de ese mundo-burbuja de la pseudovida posmoderna.
Es la hora de testimoniar. En público y en privado. Ese es el núcleo del mensaje que nos quiere transmitir y nos transmite Rod Dreher en su libro La opción benedictina. Por más que haya esos que no cogen bola y le critiquen que lo que pretende es “mandar a los cristianos a refugiarse en las colinas”. Y es la esencia olorosa del pontificado del Papa Francisco: “El pastor debe oler a oveja”. Aunque cueste el martirio. Eso lo saben en África, en Oriente Medio, en Sri Lanka, en... Atentos, que dentro de poco lo sabremos también en Occidente. Algunos lo han sabido ya tras los primeros atentados, y otros más anónimos lo saben porque son los mártires de ese “silenciamiento líquido”.
Todo eso son avisos, por aquí y por allá. Por todos lados. El reto es mayúsculo: preparémonos. Cojamos el escudo del Evangelio, y, amarrados a él, defendamos la Buena Nueva y proclamemos su Verdad. No “nuestro evangelio” ni “nuestra capillita particular”. El Evangelio que se anuncia en la Biblia, que solo hay una. Y –por cierto- acaba con el Apocalipsis.
Demos ya, pues, con decisión, el último hachazo a la autocensura para que no escape a sus anchas como un trotamundos por su mundo. Contra ella, enarbolemos la Verdad, que es lo que de verdad escampa. Sin “m” o sin nada, lo que escapa es el mundo. Y así se queda y nos deja. Sin nada. La Verdad, en cambio, escampa. ¡Gritémosla!
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