Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La «Humanae Vitae», un mensaje importante y actual


por Monseñor Fidel Herráez

Opinión

Se ha celebrado este año el 50º aniversario de la publicación de la encíclica Humanae Vitae, del Papa Pablo VI, recientemente canonizado por el Papa Francisco. Es un doble motivo para recordar en esta reflexión de hoy tanto el documento como a su autor, viendo el sentido de la encíclica, en la que se trata el tema de la regulación natural de la natalidad, y su valor en la actualidad.

«El gravísimo deber de transmitir la vida humana» es el punto de partida de la encíclica y el motivo de la intervención por parte del Magisterio de la Iglesia. La transmisión de la vida humana es un acto de tanta transcendencia que no puede quedar al margen de los criterios morales, ni expuesta al capricho de los individuos o a las conveniencias de grupos ideológicos. Recientemente los medios de comunicación se han hecho eco de investigaciones científicas que plantean en toda su crudeza el alcance y la gravedad de intervenir artificialmente en los procesos y en las estructuras mismas de la vida. Por eso las reacciones han sido de preocupación y mayoritariamente negativas.

San Pablo VI se encontró en su tiempo con otros debates y controversias. En base a argumentos de carácter sociológico y filosófico eran muchas las opiniones que justificaban los métodos artificiales del control de nacimientos o la interrupción directa del proceso generador de la vida ya iniciado: «El hombre», dice la encíclica, «ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y hasta las leyes que regulan la transmisión de la vida» (Humanae Vitae, 2).

El Papa era consciente, como él mismo indica, del rechazo que iba a provocar su toma de postura en amplios sectores de la opinión pública. No obstante, consciente de que la transmisión de la vida no puede ser banalizada, reafirma las normas morales que la Iglesia ha mantenido desde siempre sobre el matrimonio y la familia y afirma que, «al defender la moral conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que contribuye a la instauración de una civilización verdaderamente humana» (Humanae Vitae, 18). Estos principios morales afectan a la concepción de la vida y del ser humano: la generación de una nueva vida no es una simple efusión del instinto o del sentimiento. El amor conyugal, porque es fecundo, está abierto a la vida, al surgimiento de nuevas vidas; debe, por ello, ser entendido y vivido a la luz de Dios, que es Amor, como colaboración de los esposos para que se realice en la humanidad ese designio de amor.

Los esposos, por tanto, deben respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial, en coherencia con la intención creadora de Dios, sin alterar artificialmente el ritmo natural de fecundidad. Los debates actuales sobre la «producción artificial de vida humana» advierten de los riesgos y peligros que ello lleva consigo. La generación de vida humana en el seno del matrimonio no puede tampoco quedar al margen. La paternidad responsable ha de asumir estos criterios y hacer de la familia una intimidad conyugal de vida y amor.

El Papa Francisco, reconociendo que la acción pastoral debe estar muy atenta a la situación de cada persona, nos anima a redescubrir hoy el mensaje de la Humanae Vitae, y reconoce en Pablo VI su «genialidad profética», pues tuvo el coraje de ir contracorriente y de alertar sobre las consecuencias que tendría el uso de métodos anticonceptivos: abrir el camino a la infidelidad conyugal, a la degradación general de la moralidad, al desprecio de la disciplina, al sometimiento ante «colonizaciones ideológicas que buscan destruir la familia».

La Humanae Vitae suscitó en su momento fuertes incomprensiones, polémicas y hasta rechazos. Ahora, en un escenario distinto pero con nuevas amenazas contra la vida humana y contra la familia, debe ser releída y repensada con mayor serenidad. Su interpelación profética debería ayudarnos a comprometernos en la defensa de la vida humana, de la paternidad responsable, del amor conyugal, de la educación afectivo-sexual de los hijos, y de la vivencia de la familia como comunicadora y cuidadora generosa de la vida según el plan de Dios.

Publicado en el portal de la archidiócesis de Burgos.

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