Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Cuando lleguen los bárbaros


Mientras en el pudridero europeo nos allanamos servilmente ante las consignas del mundialismo, en algunos países del este empiezan a florecer signos de reacción; signos seguramente insuficientes, fallidos, truncos, a veces incluso con sus ribetes de demagogia, pero en cualquier caso signos esperanzadores.

por Juan Manuel de Prada

Opinión

Algún día, cuando se estudie la agonía del pudridero europeo, se empleará como ejemplo didáctico el estado de demogresca perpetua en el que nos hemos instalado los españoles, azuzados por politiquillos que, si se hubiesen disputado la maternidad del niño en el juicio de Salomón, habrían dejado que lo partiesen en dos con la espada, antes que renunciar a poseerlo. El marasmo que nos postra empieza a parecerse trágicamente al ambiente de hastío y resignación que Kavafis retrataba en su celebérrimo poema:

–¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los senadores?
–Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

Aunque, para ser del todo exactos, en el pudridero europeo, mientras retozamos como cochinos en el lodazal de la demogresca y esperamos la llegada de los bárbaros, algunas leyes sí hacemos: leyes para destripar fetos, leyes para casorios estériles, leyes para hormonar niños desde la escuela, etcétera. Leyes, en fin, que el mundialismo impone a los pueblos sojuzgados, para convertirlos en una papilla desvinculada, incapacitada para el esfuerzo colectivo y esclava de los caprichos de su bragueta. Leyes para pueblos genuflexos a los que el mundialismo ha asignado un papel indecoroso (a España, el papel de vomitorio turístico y asilo geriátrico); leyes para pueblos cipayos que acabarán inclinando la testuz sin defenderse, para que los bárbaros los puedan degollar más fácilmente, como hace el manso Asterión de Borges, ante la espada de Teseo. Porque la muerte, para quienes se han dejado arrastrar por todas las degradaciones, puede ser, en efecto, la única forma posible de liberación.

Pero acaso no todo esté perdido. Mientras en el pudridero europeo se considera que “el acceso a las películas porno” es un “gran logro de la Europa unida” (según proclamase el presidente del Partido Popular Europeo), en Rusia se bloquea el acceso por interné a la pornografía, para evitar que los niños sean pervertidos por abyecciones innombrables, o convertidos en presa fácil de sórdidos depredadores. Mientras en el pudridero europeo se destinan fondos públicos para destripar fetos, en Polonia se admite a trámite una iniciativa popular que propone prohibir el aborto, a la vez que se rechaza una propuesta del colectivo feminista que solicita “liberalizarlo”. Mientras en el pudridero europeo se alimentan las guerras que luego provocan avalanchas humanas contra las que se establecen “cuotas” buenistas de reparto, en Hungría se planta cara a esta política migratoria suicida, en un esfuerzo por recuperar la independencia nacional. Mientras en el pudridero europeo nos allanamos servilmente ante las consignas del mundialismo, en algunos países del este empiezan a florecer signos de reacción; signos seguramente insuficientes, fallidos, truncos, a veces incluso con sus ribetes de demagogia (pues no puede haber reacción verdadera mientras no haya un repudio pleno de los sobornos del mundialismo), pero en cualquier caso signos esperanzadores. Aún hay pueblos que se resisten a engrosar esa papilla mansurrona y bardaje que quiere el pudridero europeo.

Por negarnos a asumir el destino de corderos llevados al matadero que nos asigna el mundialismo y aplaudir los signos de reacción que nos llegan de Oriente hay muchos hijos del pudridero europeo que nos señalan y crucifican. Pero los herederos de Casandra ya sabemos que nuestro destino es el descrédito, la calumnia y la soledad, mientras llegan los bárbaros.

Publicado en ABC (26 de septiembre de 2016).
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