Sexo y fidelidad
La fidelidad sexual constituye la alternativa a la sociedad líquida. Es su antídoto. Contrariamente a las ideas ambientes, es una de las más hermosas y más comunes aspiraciones humanas. Una de las más sagradas.
por Tugdual Derville
¿Qué estatus concedemos al sexo en nuestra sociedad?
Valor bajo
¿Un valor bajo? ¿El de un objeto de usar y tirar? Será una sociedad líquida, desestructurada, sin seguridad. Es el reino del sexo como producto de consumo corriente. Donde la pareja no dura. Donde la palabra no se mantiene. Ayuna de compromiso, la inseguridad afectiva distorsiona las relaciones: cada cual está alerta para no ser abandonado como un paquete molesto; cada cual navega sólo con la vista, incapaz de dirigir el rumbo de un gran proyecto familiar.
Los débiles quedan así sometidos a la buena voluntad de los fuertes. Quienes lo sufren son en primer lugar las mujeres y los niños, y luego los hombres. Casadas o concubinas, las compañeras suelen ser repudiadas en la mitad de la vida. Se sienten maltratadas como objetos sometidos a la obsolescencia programada de la edad. Como daños colaterales, los niños pagan el precio, no tanto por la reprobación social que en tiempos pesaba sobre los “hijos del divorcio”, sino porque toda persona sufre de modo natural por la separación de quienes se amaron para concebirle. Muchos hombres, convertidos a la promiscuidad, son a su vez víctimas de la inseguridad matrimonial. Vagan solos. Otros son abandonados por su compañera. Porque el adulterio ya no tiene el estatuto de tabú protector que ayuda a las parejas a superar sus dificultades.
Demasiados libertinos desencantados se creen autorizados a arrastrar a las jóvenes generaciones según sus pasos. En Francia, los adolescentes son sometidos a una presión paradójica: entrar muy deprisa en las relaciones íntimas y pero evitando que un niño sea concebido precozmente. Esta doble presión tiende a impedirles enraizar su vida en la fidelidad sexual, frustrando su sed de un gran amor duradero, fiel y fecundo. Su capacidad de ser felices se ve entorpecida.
En Le temps de l’homme denuncio cómo nuestros sorprendentes “deconstructores”, ajustando cuentas con sus dolorosas historias personales, se ensañan con las paredes maestras de nuestra antropología, comenzando por la fidelidad y la igualdad sexual en la pareja.
Valor alto
Por el contrario, si se le concede al sexo un valor muy alto, entonces estructura nuestra vida. Se convierte en la clave de bóveda de la organización social. El sexo es tan importante que uno se ve en la obligación de invitar a sus más próximos a un matrimonio público, para que sean testigos de nuestra decisión de entrar en relación… ¡sexual!
Una preciosa alianza en el dedo anular será testigo: “Es ella –o es él– quien compartirá mi intimidad”. Ella –o él– será un “coto privado”. Como prueba de la importancia central del sexo, este compromiso solemne será nulo si el matrimonio cristiano no es consumado sexualmente.
Uno se ha atrevido pues a prometer fidelidad: esta relación será a la vez exclusiva e irrevocable. Pero ¿por qué la fidelidad y la exclusividad sexuales son aliadas preciosas de la humanización de nuestra vida en sociedad?
Primero, porque aquí abajo no hay nada más sólido que el sexo para unir dos seres. Y luego para concebir niños y conducirlos hacia la libertad. Porque el ecosistema de base que constituye la familia necesita solidez y tiempo. Su combustible es el amor duradero entre un hombre y una mujer. Ocho franceses de cada diez consideran todavía que un niño tiene necesidad de vivir con su padre y con su madres, como aún experimentan el 70% de los niños franceses. No es ofender al resto reconocer que ellos sufren una carencia, sea cual sea la causa.
Como afirmaba un padre de familia africano en el congreso Humanum de Roma, la familia monógama convierte al esposo en un rey, a la esposa en una reina y a cada niño en un principito y una princesita… Todo hogar se convierte en un palacio real, con sus fronteras inviolables. La familia es así la primera sociedad política, donde se aprende a vivir juntos según leyes concretas. La paternidad y la maternidad son las fuentes paritarias de toda autoridad legítima, y la hermandad se construye en torno a un axioma-clave: ¡uno no elige!
La ciudad, el territorio o el país pueden ser entendidos como familias de familias. Extraen sus identidades de la familia original: la madre patria es nutricia; el Estado expresa una forma de paternidad al regular los deseos mediante la ley; y los ciudadanos están vinculados entre sí por un espíritu de familia, esa solidaridad natural irrevocable de quienes comparten las mismas raíces y que también se denomina fraternidad.
La fidelidad sexual constituye la alternativa a la sociedad líquida. Es su antídoto. Contrariamente a las ideas ambientes, es una de las más hermosas y más comunes aspiraciones humanas. Una de las más sagradas.
Tugdual Derville ha sido portavoz de La Manif pour Tous, el movimiento francés que moviliza masas en defensa de la familia.
Publicado en La Nef.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Valor bajo
¿Un valor bajo? ¿El de un objeto de usar y tirar? Será una sociedad líquida, desestructurada, sin seguridad. Es el reino del sexo como producto de consumo corriente. Donde la pareja no dura. Donde la palabra no se mantiene. Ayuna de compromiso, la inseguridad afectiva distorsiona las relaciones: cada cual está alerta para no ser abandonado como un paquete molesto; cada cual navega sólo con la vista, incapaz de dirigir el rumbo de un gran proyecto familiar.
Los débiles quedan así sometidos a la buena voluntad de los fuertes. Quienes lo sufren son en primer lugar las mujeres y los niños, y luego los hombres. Casadas o concubinas, las compañeras suelen ser repudiadas en la mitad de la vida. Se sienten maltratadas como objetos sometidos a la obsolescencia programada de la edad. Como daños colaterales, los niños pagan el precio, no tanto por la reprobación social que en tiempos pesaba sobre los “hijos del divorcio”, sino porque toda persona sufre de modo natural por la separación de quienes se amaron para concebirle. Muchos hombres, convertidos a la promiscuidad, son a su vez víctimas de la inseguridad matrimonial. Vagan solos. Otros son abandonados por su compañera. Porque el adulterio ya no tiene el estatuto de tabú protector que ayuda a las parejas a superar sus dificultades.
Demasiados libertinos desencantados se creen autorizados a arrastrar a las jóvenes generaciones según sus pasos. En Francia, los adolescentes son sometidos a una presión paradójica: entrar muy deprisa en las relaciones íntimas y pero evitando que un niño sea concebido precozmente. Esta doble presión tiende a impedirles enraizar su vida en la fidelidad sexual, frustrando su sed de un gran amor duradero, fiel y fecundo. Su capacidad de ser felices se ve entorpecida.
En Le temps de l’homme denuncio cómo nuestros sorprendentes “deconstructores”, ajustando cuentas con sus dolorosas historias personales, se ensañan con las paredes maestras de nuestra antropología, comenzando por la fidelidad y la igualdad sexual en la pareja.
Valor alto
Por el contrario, si se le concede al sexo un valor muy alto, entonces estructura nuestra vida. Se convierte en la clave de bóveda de la organización social. El sexo es tan importante que uno se ve en la obligación de invitar a sus más próximos a un matrimonio público, para que sean testigos de nuestra decisión de entrar en relación… ¡sexual!
Una preciosa alianza en el dedo anular será testigo: “Es ella –o es él– quien compartirá mi intimidad”. Ella –o él– será un “coto privado”. Como prueba de la importancia central del sexo, este compromiso solemne será nulo si el matrimonio cristiano no es consumado sexualmente.
Uno se ha atrevido pues a prometer fidelidad: esta relación será a la vez exclusiva e irrevocable. Pero ¿por qué la fidelidad y la exclusividad sexuales son aliadas preciosas de la humanización de nuestra vida en sociedad?
Primero, porque aquí abajo no hay nada más sólido que el sexo para unir dos seres. Y luego para concebir niños y conducirlos hacia la libertad. Porque el ecosistema de base que constituye la familia necesita solidez y tiempo. Su combustible es el amor duradero entre un hombre y una mujer. Ocho franceses de cada diez consideran todavía que un niño tiene necesidad de vivir con su padre y con su madres, como aún experimentan el 70% de los niños franceses. No es ofender al resto reconocer que ellos sufren una carencia, sea cual sea la causa.
Como afirmaba un padre de familia africano en el congreso Humanum de Roma, la familia monógama convierte al esposo en un rey, a la esposa en una reina y a cada niño en un principito y una princesita… Todo hogar se convierte en un palacio real, con sus fronteras inviolables. La familia es así la primera sociedad política, donde se aprende a vivir juntos según leyes concretas. La paternidad y la maternidad son las fuentes paritarias de toda autoridad legítima, y la hermandad se construye en torno a un axioma-clave: ¡uno no elige!
La ciudad, el territorio o el país pueden ser entendidos como familias de familias. Extraen sus identidades de la familia original: la madre patria es nutricia; el Estado expresa una forma de paternidad al regular los deseos mediante la ley; y los ciudadanos están vinculados entre sí por un espíritu de familia, esa solidaridad natural irrevocable de quienes comparten las mismas raíces y que también se denomina fraternidad.
La fidelidad sexual constituye la alternativa a la sociedad líquida. Es su antídoto. Contrariamente a las ideas ambientes, es una de las más hermosas y más comunes aspiraciones humanas. Una de las más sagradas.
Tugdual Derville ha sido portavoz de La Manif pour Tous, el movimiento francés que moviliza masas en defensa de la familia.
Publicado en La Nef.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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