Su Reino es sobre este mundo
No se trata, pues, de que Cristo deba ser Rey: ya lo es, y esta fiesta no es para pedirlo sino para proclamarlo. Se trata de que sea reconocido como tal. Por las naciones. Y por los gobernantes de las naciones. Y con muestras públicas de veneración y obediencia.
Existe la tentación de interpretar el "mi Reino no es de este mundo" (Jn 18, 36) proclamado por Jesús durante el interrogatorio de Poncio Pilato de una forma tan espiritual que menoscabe la realeza de Cristo sobre este mundo.
¡Y vaya si demostró esa realeza! Apaciguó tempestades, caminó sobre las aguas, curó enfermedades, resucitó a los muertos, abolió leyes humanas, expulsó a los mercaderes del templo.
Incluso en el prendimiento, al inicio de su Pasión -su sumo abajamiento-, al identificarse hizo ostentación de su poder: "Cuando les dijo ´Yo soy´ retrocedieron y cayeron en tierra" (Jn 18, 6). Dejó claro que no le capturaban, sino que se dejaba capturar, y sólo porque había llegado la hora de la inmolación. Tan clara demostración del Maestro debió ser lo que animó a Pedro a sacar la espada, pero el señorío del Maestro es tan absoluto que no sólo cura la herida causada (Lc 22, 51) sino que recrimina la acción, no por injusta (era justísima), sino por inoportuna. Como diciéndole: ¿pero tú crees que si quisiera defenderme necesitaría tu arma? ¿No acabo de demostrarte, tumbando a toda esta turba, que aquí quien tiene la fuerza, aquí quien tiene el poder, aquí quien tiene el dominio, soy Yo?
Para entender en qué sentido Cristo es Rey basta con acudir a la encíclica que instituyó la festividad: Quas Primas, dada por Pío XI el 11 de diciembre de 1925. Y ahí nos encontramos que, por espiritual que sea su Reino, Nuestro Señor es también "Señor del mundo". Por eso tituló así su obra Robert Hugh Benson, porque ocupar tal puesto obsesiona a ese "mono de Dios" que -decía Tertuliano- es el diablo.
¿Qué nos dice Pío XI en Quas Primas?
Que "Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas" (n. 11).
Que "este principado y soberanía de Jesucristo" contiene "una triple potestad": los Evangelios "nos lo presentan legislando"; además, tiene "derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal"; y por último, "debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse" (n. 13).
Que "erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confiríó un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio" (n. 15).
Y, por último, que "Él es la fuente del bien público y privado... Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones... No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria" (n. 16, cursivas nuestras).
No se trata, pues, de que Cristo deba ser Rey: ya lo es, y esta fiesta no es para pedirlo sino para proclamarlo. Se trata de que sea reconocido como tal. Por las naciones. Y por los gobernantes de las naciones. Y con muestras públicas de veneración y obediencia.
¿Que no queremos eso? Perfecto, no hay problema, es nuestra decisión. Pero tampoco soñemos con que hay términos medios o alternativas: el que está dispuesto a ocupar su lugar es quien es. Atengámonos a las consecuencias.
¡Y vaya si demostró esa realeza! Apaciguó tempestades, caminó sobre las aguas, curó enfermedades, resucitó a los muertos, abolió leyes humanas, expulsó a los mercaderes del templo.
Incluso en el prendimiento, al inicio de su Pasión -su sumo abajamiento-, al identificarse hizo ostentación de su poder: "Cuando les dijo ´Yo soy´ retrocedieron y cayeron en tierra" (Jn 18, 6). Dejó claro que no le capturaban, sino que se dejaba capturar, y sólo porque había llegado la hora de la inmolación. Tan clara demostración del Maestro debió ser lo que animó a Pedro a sacar la espada, pero el señorío del Maestro es tan absoluto que no sólo cura la herida causada (Lc 22, 51) sino que recrimina la acción, no por injusta (era justísima), sino por inoportuna. Como diciéndole: ¿pero tú crees que si quisiera defenderme necesitaría tu arma? ¿No acabo de demostrarte, tumbando a toda esta turba, que aquí quien tiene la fuerza, aquí quien tiene el poder, aquí quien tiene el dominio, soy Yo?
Para entender en qué sentido Cristo es Rey basta con acudir a la encíclica que instituyó la festividad: Quas Primas, dada por Pío XI el 11 de diciembre de 1925. Y ahí nos encontramos que, por espiritual que sea su Reino, Nuestro Señor es también "Señor del mundo". Por eso tituló así su obra Robert Hugh Benson, porque ocupar tal puesto obsesiona a ese "mono de Dios" que -decía Tertuliano- es el diablo.
¿Qué nos dice Pío XI en Quas Primas?
Que "Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas" (n. 11).
Que "este principado y soberanía de Jesucristo" contiene "una triple potestad": los Evangelios "nos lo presentan legislando"; además, tiene "derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal"; y por último, "debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse" (n. 13).
Que "erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confiríó un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio" (n. 15).
Y, por último, que "Él es la fuente del bien público y privado... Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones... No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria" (n. 16, cursivas nuestras).
No se trata, pues, de que Cristo deba ser Rey: ya lo es, y esta fiesta no es para pedirlo sino para proclamarlo. Se trata de que sea reconocido como tal. Por las naciones. Y por los gobernantes de las naciones. Y con muestras públicas de veneración y obediencia.
¿Que no queremos eso? Perfecto, no hay problema, es nuestra decisión. Pero tampoco soñemos con que hay términos medios o alternativas: el que está dispuesto a ocupar su lugar es quien es. Atengámonos a las consecuencias.
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