Un manual de combate por la unidad católica
La semana pasada, Puy du Fou presentó las novedades de su temporada otorgando un particular protagonismo a Recaredo. Quiso la casualidad (o la Providencia) que ese mismo día saliese a la calle un libro en el que dicho rey goza de un protagonismo indiscutible: La unidad católica de España (Buenas Letras), de Alberto Ruiz de Galarreta.
En el año 587, Recaredo se convirtió al catolicismo, una fecha que muy bien puede considerarse como el origen de la nación española. En efecto, el abandono del arrianismo por parte de la clase dirigente visigoda propició la unidad social con el pueblo hispanorromano, reforzó la unidad política que había conseguido su padre Leovigildo y, sobre todo, afirmó la unidad religiosa que le ha dado sustento durante siglos. Hasta el punto de que Marcelino Menéndez Pelayo, en el epílogo de la Historia de los heterodoxos españoles, identifica la unidad religiosa con la unidad política: “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones o de los reyes de taifas”.
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La unidad católica de España fue para Alberto Ruiz de Galarreta, médico militar, carlista, documentalista del tradicionalismo, evangelizador de sus pacientes y activista seglar a pie de calle, un auténtico impulso vital. Mientras vivió, fue alma y pivote, junto al sacerdote José Ignacio Dallo Larequi y su quincenal Siempre p’alante, de las jornadas de Zaragoza donde año tras año esa unidad era proclamada, reivindicada y juramentada. De hecho, este librito recoge artículos publicados en la benemérita publicación navarra insistiendo en la importancia de combatir sin descanso por salvaguardar lo que consideraba el elemento sustantivo del bien común en España: su unidad religiosa.
Alberto Ruiz de Galarreta (San Sebastián,1922-Valencia, 2019), coronel médico de la Armada y publicista católico.
Su autor no fue un teórico, sino un agitador en el sentido más noble del término, pues más que para aquilatar conceptos, escribía de forma breve, directa y contundente para inducir a la acción al servicio de la Realeza Social de Cristo. Pero considerada en su fundamento último, más que en la multitud de sus consecuencias. Y al revés: luchando, no contra la muchedumbre de errores y desgracias subsiguientes al apartamiento de Dios, sino contra el origen de ese apartamiento en la indiferencia religiosa del poder político.
El divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la eutanasia… son batallas importantes, sí, y él no faltó a esas peleas, pero las consideraba secundarias y perdidas de antemano si no se remontaban a su origen: “Cuando ahora señalamos los males que indisponen a la sociedad española con Dios”, concluye uno de los artículos recogidos en esta selección, “algunos caen en el error de perder la visión de conjunto. Consideran las impiedades legislativas y públicas una a una, como cuestiones aisladas, y corren alocados de unas a otras, para tratar de sofocarlas. Pero no identifican la raíz única del fuego, ni pretenden apagarla, que es la apostasía del Estado. Intacta y viva, sigue originando incendios periféricos indefinidamente. ¡La Unidad Católica! That is the question!”
Y estamos viendo uno tras otro esos incendios: ahora es la cuestión trans, ya asoma la legitimación de la pederastia, algunos empiezan a proponer la legalización del infanticidio en las primeras horas o días de vida… No hay límite para las ramificaciones del mal cuando la raíz está podrida.
Solo cuando la raíz es sana –la fe colectivamente asumida– el bien común natural y sobrenatural tiene alguna esperanza de no perecer ahogado por las tendencias desatadas por el pecado original. Ésa es la filosofía del sentido común cristiano que subyace a la proclamación de Cristo Rey.
La unidad católica de España es un buen manual de combate para entenderlo. Son colaboraciones amenas, punzantes, que aplican los grandes principios a las realidades cotidianas, pues "un ambiente público favorable a la salvación de las almas de los ciudadanos es parte esencial del bien común, objeto de la política". Ya no es frecuente escuchar cosas así. Por fortuna, en libros como éste pueden leerse.
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