Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

En tiempo de guerra, siembra la paz

Hombre rezando.
La paz es un don del Espíritu Santo que ordena y libera nuestro corazón ante cualquier circunstancia exterior. Foto (detalle): Ben White / Unsplash.

por María García de Fleury

Opinión

La guerra no es sencillamente un “enfrentamiento armado” entre dos o más partes ni esa definición tan popular que dice que la guerra es la "ausencia de paz”. Estas definiciones, muy válidas, se quedan cortas porque sólo ven lo superficial. Dentro de la definición de guerra se deberían colocar todos los problemas de tipo psicológico, sociológico, ético, político y jurídico que se activan con una guerra; también incluir la magnitud de los daños de todo tipo que ella causa; la forma en como interviene la guerra en el transcurrir de la historia así como en la disposición humana para hacerla; y, más aún, el aspecto trágico que ella entraña en la existencia humana.

Hay quienes entienden la paz vendiendo protección, alarmas, seguros de vida, pólizas contra robo e incendio, chequeos médicos y hermosas playas solitarias. El problema es que la paz no es una mercancía que se puede comprar, no tiene precio. La paz es un don; un regalo que Jesús dio a sus discípulos (“La paz les dejo; mi paz les doy”: Jn 14, 27) y que los cristianos heredamos. Por ser un don, viene de fuera; como fruto de la presencia de Jesús en nuestro corazón, es algo muy interior, íntimo, capaz de desafiar cualquier circunstancia externa.

El don de la paz pide nuestra colaboración. Exige que vigilemos el corazón y evitemos pensamientos, deseos o actitudes que roban la paz. En nuestra situación actual de guerras, conflictos armados, ataques indiscriminados a las personas… necesitamos trabajar por la paz. La paz pasa por el respeto a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural de la persona. Cualquier violación a la vida llámese aborto, tortura, aniquilamiento, asesinato, eutanasia… es una violencia declarada contra el ser humano y un ataque a la paz. Cada uno de nosotros está llamado a trabajar contra la soberbia, el egoísmo, la ambición excesiva, los deseos impuros, las vanidades, las susceptibilidades, las envidias, los resentimientos, los miedos infundados. Nuestro corazón es un campo de batalla. En él se acepta o no a Jesús y, en consecuencia, en él se gana o se pierde la paz.

Trabajar para educar por la paz es educar para que todas las personas se respeten unas a otras sin importar sus diferencias, es el respeto a la dignidad humana. Educar para la paz implica también enseñar a cooperar, a ser solidarios unos con otros, a buscar el bien común, la solidaridad, la fraternidad, la tolerancia, la libertad, la responsabilidad, la justicia, el diálogo, la comprensión, el perdón y la reconciliación. Educar para la paz es enseñar a vivir en armonía dentro de las familias en cada hogar, en la escuela, en la comunidad.

Mediante la violencia, el aborto, la eutanasia, la guerra viviremos en eterno caos… Jamás habrá orden en nuestra sociedad porque se estará viviendo en contra de la ley de Dios.

Para conseguir la paz se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor y gran fuerza de ánimo para decir sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez.

Los católicos tenemos la gran ventaja de poder recurrir a Dios y pedirle la paz, que es un fruto de los dones del Espíritu Santo. Por su parte, la Madre de Dios, se ha aparecido en distintos lugares como Fátima o Ucrania pidiendo que se consagre el mundo a su Inmaculado Corazón y se haga la Comunión reparadora de los cinco primeros sábados para lograr la paz en el mundo.

Hay un dicho que dice: “Si quieres la paz, convive con tus hermanos, porque no se puede hacer la guerra a quien se ama”. La paz se funda en el amor. Si vences a tu enemigo, siempre será tu enemigo; si lo convences, será tu amigo.

La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. Por eso es importante tener leyes justas, ejercer su profesión como un servicio y no como un medio solamente lucrativo, saber aliviar los efectos de la desigualdad, aprender a mirar y tratar a los demás con respeto y con amor, entendido como buscar el bien del otro aun a costa de mi propio bien.

La paz es más que la tranquilidad en el orden. Se puede vivir en un ambiente de guerra y, sin embargo, tener paz.

La invitación es a que en estos tiempos de guerra sembremos la paz a nuestro alrededor, porque la paz nace de una actitud interior, se inicia en el corazón de cada persona y es consecuencia de buenos pensamientos que llevan a buenas acciones. En tiempo de guerra y en cualquier momento de tu vida busca ser un sembrador de amor por donde quiera que vayas, porque eso es lo que quiere Dios y ¡con Dios siempre ganamos!

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