En los quinientos años de la conversión de San Ignacio de Loyola
El 20 de mayo 2021 se conmemoraron los 500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola, un hombre que inició una espiritualidad que ha marcado al mundo y que se mantiene viva y operante.
Ignacio nació el 24 de octubre de 1491 en el castillo de Loyola en Azpeitia (España), en una familia noble. Lo llamaban Íñigo y creció en una familia cristiana numerosa, muy relacionada con la corte de los Reyes Católicos.
Tenía una personalidad arriesgada y agresiva. La Virgen María (Nuestra Señora, como la llamaba) estuvo presente en su corazón, y en su devoción real, desde su infancia y adolescencia.
En 1521 se enfrentó a las tropas francesas en la defensa del castillo de Pamplona. En pleno combate una bala de cañón le destrozó la pierna. Tuvo que pasar muchos meses de convalecencia y, aburrido, pidió libros de caballería para leer. Su cuñada no tenía más libros de ese tipo, le dio dos textos que tenía, uno era la vida de Cristo y otro una vida de santos Estas lecturas le abrieron a Ignacio la visión de un mundo distinto al superficial y agresivo que vivía. Este fue el inicio de su conversión. Como él mismo dice en su autobiografía: “Comencé a dejar de ser un hombre dado a las vanidades del mundo”.
Ignacio decidió ir a visitar la capilla del Monasterio de Montserrat, en Barcelona, donde está la imagen de la Virgen Negra. Allí tomó la firme decisión de cambiar. Hizo una confesión general de su vida, se dedicó a Dios como peregrino vistiendo el saco y las alpargatas que había adquirido en el camino, y le dejó su traje de caballero a un pobre que encontró. Colgó su puñal y su espada ante el altar de Nuestra Señora.
El 25 de marzo de 1522, Ignacio bajó de Montserrat a la ciudad de Manresa, donde vivió por unos once meses en una cueva natural donde meditó, oró, maduró teologalmente en su relación con Nuestra Señora la Virgen María y entendió lo qué significaba ser un apóstol de Jesucristo. Allí tuvo una experiencia mística que lo llevó a escribir sus célebres Ejercicios espirituales y le pidió a la Virgen, llamándola Nuestra Señora del Camino, que le alcanzara de su Hijo y Señor ser recibido debajo de su bandera. Manresa se considera la cuna de la orden jesuita. Su conversión no se dio en un solo momento, sino a lo largo de toda su vida
Nuestra Señora del Camino siempre estuvo presente como intercesora en la vida espiritual de San Ignacio, sobre todo en los momentos cruciales de su vida.
Fue tan importante la devoción hacia la Virgen que su primera misa la celebró en la Navidad de 1531 en el Altar del Pesebre en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. Ignacio narra que un día, “al consagrar”, recibió “tantas inteligencias, que no se podrían escribir” y veía a Nuestra Señora como puerta y parte de la gran gracia espiritual que experimentaba en esos momentos.
Cuando fue elegido como superior general de la recién formada Compañía de Jesús celebró la Santa Misa en el Altar del Santísimo Sacramento de la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma frente a una imagen bizantina, en mosaico, de la Virgen María.
San Ignacio y sus compañeros vivieron en Roma al lado de la iglesia de Santa María del Camino, en cuyo altar San Ignacio celebraba misa todos los días. Ignacio vivió sus últimos años en una pequeña habitación en Roma. Desde allí gobernó la Compañía de Jesús, escribió cartas, compuso las Constituciones y fue testigo del crecimiento de la compañía: de solo 6 jesuitas en 1541 pasaron a 10.000 en 1556, el año de su fallecimiento. Murió el 31 de julio de 1556. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Nuestra Señora del Camino.
San Ignacio de Loyola tuvo el privilegio de haber visto mucho de su siembra, pues para aquel tiempo la compañía ya ejercía una notable influencia en la evangelización y contaba con miles de miembros dispuestos a predicar y defender la palabra de Dios, conscientes de que con Dios siempre ganamos.
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