Dios y el César
Según la concepción clásica, «lo que es» de Dios son los principios rectores de la política; pero esta concepción ha sido sustituida por otra muy distinta, según la cual solo es de Dios la intimidad de la conciencia, dejando para el César toda la acción política, desde los principios (o falta de principios) en que se asienta hasta sus realizaciones más concretas.
Un amable lector me solicita que explique en uno de mis artículos la misteriosa frase evangélica «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», con la que Jesús responde a los fariseos que pretenden perderlo. Puesto que soy un pobre lego en cuestiones teológicas y políticas, no puedo explicar una frase que exige mucha más ciencia de la que yo tengo; pero probaré a dar mi interpretación, que poco o nada tiene que ver con la que nuestra época ha impuesto.
Esta célebre frase suele ser entendida hoy en un sentido restrictivo, al igual que aquella otra igualmente célebre: «Mi Reino no es de este mundo». En realidad, Jesús no pretende significar que este mundo le resulte cosa ajena, sino que su Reino está «sobre este mundo», imprimiéndole desde lo alto su inspiración. Pensar lo contrario sería tanto como colocar el cristianismo en un peldaño inferior al de todas las religiones que en el mundo han sido, pues lo mismo Mahoma que Confucio o Buda han aspirado a que las religiones por ellos fundadas sean el alma de las leyes que rigen a los pueblos que las profesan. Pero nadie podrá negar que, en efecto, Jesucristo vino a fundar una nueva relación entre política y religión, como en general vino a fundar una nueva relación entre las realidades naturales y sobrenaturales. La clave para dilucidar el sentido de la frase que nos ocupa es establecer el reparto, «lo que es» de Dios y del César, que nuestra época ha sustituido por una caprichosa distribución, según lo que ella desea que sea.
Según la concepción clásica, «lo que es» de Dios son los principios rectores de la política; pero esta concepción ha sido sustituida por otra muy distinta, según la cual solo es de Dios la intimidad de la conciencia, dejando para el César toda la acción política, desde los principios (o falta de principios) en que se asienta hasta sus realizaciones más concretas. Esta división tan desproporcionada la defienden incluso (¡y sobre todo!) los políticos sedicentemente católicos, que militan tan campantes en partidos políticos que promulgan o conservan leyes contrarias a la ley divina, amparándose en que siguen obedeciéndola en la intimidad de sus conciencias. Este alegato resulta tan estrafalario como el del adúltero que, para convencerse de que no está faltando a sus deberes conyugales, se conforma con lanzar un piropo o hacer una carantoña a su mujer en la intimidad de la alcoba, yéndose después de putas tan ricamente. Aceptar tal alegato sería tanto como aceptar que el cristianismo es una religión demente, puramente teorética y desenganchada de la realidad, en la que Dios, después de crear el mundo, se desentiende de él, como si fuese un aburrido juguete.
Sin embargo, esta visión demente del cristianismo es la que a la postre ha triunfado en nuestra época; y la que el pensamiento clericaloide ha asumido, tratando de ofrecer versiones contemporizadoras casi siempre hipócritas de la frase evangélica, en un esfuerzo por amalgamar lo que por su propia naturaleza es inconciliable. No diremos que el propósito de tales esfuerzos amalgamadores haya sido innoble; pero lo cierto es que han terminado como el rosario de la aurora (no hay sino que ver cuál ha sido el destino pútrido de la llamada ´democracia cristiana´), como ocurre siempre que por pragmatismo se acepta ceder, siquiera parcialmente, en los principios.
Podría decirse que hoy, cuando el César se ha apropiado de lo que no es suyo, la mejor interpretación de la frase evangélica que nos ocupa es la que nos brinda Pier Paolo Pasolini en sus Escritos corsarios: «Siempre me ha chocado, por no decir que me ha indignado profundamente, la interpretación clerical de la frase de Cristo: ´Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios´. Se hizo pasar aunque parezca monstruoso por moderada, cínica y realista una frase de Cristo que era, evidentemente, radical y perfectamente religiosa. Porque lo que Cristo quería decir no podía ser, de ningún modo, ´complácelos a ambos, no te busques problemas políticos, concilia los aspectos prácticos de la vida social con el carácter absoluto de la vida religiosa, procura nadar y guardar la ropa estando a bien con los dos, etcétera´. Al contrario, la frase de Cristo en absoluta coherencia con toda su predicación solo podía significar esto: ´Distingue netamente entre César y Dios; no los confundas; no hagas que coexistan indolentemente con la excusa de servir mejor a Dios´».
¡Pero Pasolini era un peligroso extremista y un réprobo!, nos diría hoy el político tibio y meapilas que nada y guarda la ropa. Y en verdad lo era; solo que está probado que a veces Dios inspira a los réprobos; en cambio, a los tibios los vomita de su boca.
Artículo publicado en XLSemanal.
Esta célebre frase suele ser entendida hoy en un sentido restrictivo, al igual que aquella otra igualmente célebre: «Mi Reino no es de este mundo». En realidad, Jesús no pretende significar que este mundo le resulte cosa ajena, sino que su Reino está «sobre este mundo», imprimiéndole desde lo alto su inspiración. Pensar lo contrario sería tanto como colocar el cristianismo en un peldaño inferior al de todas las religiones que en el mundo han sido, pues lo mismo Mahoma que Confucio o Buda han aspirado a que las religiones por ellos fundadas sean el alma de las leyes que rigen a los pueblos que las profesan. Pero nadie podrá negar que, en efecto, Jesucristo vino a fundar una nueva relación entre política y religión, como en general vino a fundar una nueva relación entre las realidades naturales y sobrenaturales. La clave para dilucidar el sentido de la frase que nos ocupa es establecer el reparto, «lo que es» de Dios y del César, que nuestra época ha sustituido por una caprichosa distribución, según lo que ella desea que sea.
Según la concepción clásica, «lo que es» de Dios son los principios rectores de la política; pero esta concepción ha sido sustituida por otra muy distinta, según la cual solo es de Dios la intimidad de la conciencia, dejando para el César toda la acción política, desde los principios (o falta de principios) en que se asienta hasta sus realizaciones más concretas. Esta división tan desproporcionada la defienden incluso (¡y sobre todo!) los políticos sedicentemente católicos, que militan tan campantes en partidos políticos que promulgan o conservan leyes contrarias a la ley divina, amparándose en que siguen obedeciéndola en la intimidad de sus conciencias. Este alegato resulta tan estrafalario como el del adúltero que, para convencerse de que no está faltando a sus deberes conyugales, se conforma con lanzar un piropo o hacer una carantoña a su mujer en la intimidad de la alcoba, yéndose después de putas tan ricamente. Aceptar tal alegato sería tanto como aceptar que el cristianismo es una religión demente, puramente teorética y desenganchada de la realidad, en la que Dios, después de crear el mundo, se desentiende de él, como si fuese un aburrido juguete.
Sin embargo, esta visión demente del cristianismo es la que a la postre ha triunfado en nuestra época; y la que el pensamiento clericaloide ha asumido, tratando de ofrecer versiones contemporizadoras casi siempre hipócritas de la frase evangélica, en un esfuerzo por amalgamar lo que por su propia naturaleza es inconciliable. No diremos que el propósito de tales esfuerzos amalgamadores haya sido innoble; pero lo cierto es que han terminado como el rosario de la aurora (no hay sino que ver cuál ha sido el destino pútrido de la llamada ´democracia cristiana´), como ocurre siempre que por pragmatismo se acepta ceder, siquiera parcialmente, en los principios.
Podría decirse que hoy, cuando el César se ha apropiado de lo que no es suyo, la mejor interpretación de la frase evangélica que nos ocupa es la que nos brinda Pier Paolo Pasolini en sus Escritos corsarios: «Siempre me ha chocado, por no decir que me ha indignado profundamente, la interpretación clerical de la frase de Cristo: ´Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios´. Se hizo pasar aunque parezca monstruoso por moderada, cínica y realista una frase de Cristo que era, evidentemente, radical y perfectamente religiosa. Porque lo que Cristo quería decir no podía ser, de ningún modo, ´complácelos a ambos, no te busques problemas políticos, concilia los aspectos prácticos de la vida social con el carácter absoluto de la vida religiosa, procura nadar y guardar la ropa estando a bien con los dos, etcétera´. Al contrario, la frase de Cristo en absoluta coherencia con toda su predicación solo podía significar esto: ´Distingue netamente entre César y Dios; no los confundas; no hagas que coexistan indolentemente con la excusa de servir mejor a Dios´».
¡Pero Pasolini era un peligroso extremista y un réprobo!, nos diría hoy el político tibio y meapilas que nada y guarda la ropa. Y en verdad lo era; solo que está probado que a veces Dios inspira a los réprobos; en cambio, a los tibios los vomita de su boca.
Artículo publicado en XLSemanal.
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