Soy un retrógrado y un reaccionario
¿Me perdona mi pensamiento reaccionario, carca, facha, clerical y retrógrado anterior? Estoy dispuesto a convertirme. Me pasaré a su clara y recta luz progresista, si bien debo confesarle que una extraña sensación me embarga: me siento como si me dirigiera a un auténtico holocausto caníbal.
por Alejandro Campoy
Tengo el placer de comunicar por la presente a la Sra. Dª. Teresa Fernández de la Vega, Vicepresidenta del Gobierno de España, mi condición de retrógrado y reaccionario, que paso a acreditarle a continuación con argumentos más que sobrados. Debo manifestar muy en primer lugar que dicho argumentario está basado en un artículo encontrado en un sitio de la red muy progresista y avanzado, cuyo nombre no sé reproducir dada mi iletrada situación, pero que gracias a la ayuda de algún amigo que entiende de estas cosas, he podido enlazar adecuadamente: «Desde la concepción». Pues bien, paso a desglosar uno por uno los argumentos que me han hecho ver mi reaccionaria condición. La ciencia, tal y como le ha recordado al país el eminente neuro-biólogo mexicano, Ricardo Tapia, ha demostrado: 1.- Que antes de formarse su corteza cerebral y su sistema nervioso central el feto no es una persona, no es un ser humano. Soy retrógrado. Permanezco anclado en el antiguo mito que suponía que un ser humano lo es por el simple hecho de portar un genoma humano. Reconozco pertenecer a esa esotérica secta tan antigua llamada «Proyecto Genoma Humano». 2.- Que una cosa es un ser vivo y otra cosa un ser humano. Lo arcaico de mis creencias religiosas y morales me había hecho creer que un ser humano era un ser vivo, pero ya veo que son cosas distintas. Doy gracias a su avanzadísimo progresismo, Sra. de la Vega, por iluminar mi ignorancia. 3.- Que el cigoto y el blastocito, resultado de la fecundación del óvulo, no son personas, como no son medias personas ni el óvulo, ni el espermatozoide. Ya había oído algo en el sentido de que no se sabe lo que es una persona: puede ser un mono, un delfín, un perro o un ministro, pero en todo caso no está nada claro. Por eso, torpe de mi, creí que era mejor hablar de «individuos de la especie homo sapiens», y claro, dada mi pertenencia a la secta «Proyecto Genoma Humano» pensé que había un individuo de la especie ya en el cigoto. Pero eso son mitos y arcaísmos. Gracias, gracias. 4.- Que todavía a los seis meses de concebido, el feto carece de corteza cerebral y no se diferencia de otros fetos de animales irracionales. Esto sí que me ha resultado esclarecedor y terriblemente progresista. Cuando yo estaba en el seno de mi madre, a los cinco meses de gestación, ¡era igual que un calamar! ¡Y mi hija también! El altísimo valor ecológico de esta propuesta me ha abierto los ojos definitivamente. Se acabó la sobreexplotación marina. Basta con situar restaurantes adosados a las clínicas abortistas para poder disfrutar de un completo menú en carnes, pescados, mariscos y verduras. ¡Se acabó esquilmar el medio terrestre y el marino! ¿Cómo podré haber estado tan ciego? 5.- Que hasta las 23, e incluso hasta las 27 semanas de concebida la criatura, no hay conexiones nerviosas; ni hay, en consecuencia, sensaciones. Prometo no volver a ver películas carcas y retrógradas (y fachas) (y clericales). Veo claro que esas imágenes en las que el pequeño calamar se aparta aterrorizado de esas pinzas que van hacia él no son más que un montaje del director de «Terminator Salvation». Efectos especiales, vaya. 6.- Que entre el genoma humano y el del chimpancé hay una similitud del 99% y que solo cuando se completa ese 1% es que puede hablarse de la diferencia entre ambos. Otra vez mi fundamentalismo mitológico. Siempre pensé que en el momento de la fecundación aparecía el 100% de ese genoma, incluído ese 1% que falta para no ser un chimpancé, aunque bien pensado tampoco es mala idea ser uno de esos simpáticos primates. Igual ya no tengo que pagar a Hacienda, aunque vaya usted a saber. 7.- Que en el caso del cocodrilo la similitud es del 76%, en el de la rana el 56% y el del tiburón 51%. Sí, ya veo. Se pueden incluir estas especies en el menú de los restaurantes abortistas, aunque a mí no me hacen mucha gracia los platos elaborados con ellas. Prefiero un solomillo de ternera, que posiblemente se parezca a nosotros en algo más del 76% del cocodrilo. 8.- Que cada célula tiene el genoma humano completo y que desde el absurdo eclesial la muerte de una célula equivaldría a la muerte de un ser humano. Mis antiguas creencias retrógradas y reaccionarias me decían que el espermatozooide y el óvulo sólo tenían la mitad del genoma humano completo, pero eso ya lo ha dicho este señor tan avanzado y progresista, por lo que eso debía ser cierto. Y me decían que el resultado de la unión entre ambas era una célula a la que llamaban «totipotente», cosa que no es ninguna de las demás células de un cuerpo. Pero eso es mitología. 9.- Que entre el 15 al 40% de los óvulos fecundados mueren; y que al considerarlos seres humanos, ese absurdo podría conducir a prohibir la reproducción. Bien. Este atentado final contra Aristóteles ya me deja fuera de combate por completo. Reconozco mi culpa y contrito suplico su perdón, Sra. de la Vega: ¿me perdona mi pensamiento reaccionario, carca, facha, clerical y retrógrado anterior? Estoy dispuesto a convertirme. Me pasaré a su clara y recta luz progresista, si bien debo confesarle que una extraña sensación me embarga: me siento como si me dirigiera a un auténtico holocausto caníbal, más propio de mis tatarabuelos los de Atapuerca, y algo me dice que en mis antiguas mitologías había algo, un algo que me hacía sentir bien. No sé muy bien cómo definirlo, era un algo como… ¿humano? Coda: ¿alguien ha visto algún obispo por este artículo?
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