Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Dos pequeñas joyas sobre el gozo de creer

Contraluz de un montañero ante el resplandor del sol.
Los cristianos hablamos pocos de Dios, olvidando que la fe es un motivo de felicidad que ha de ser comunicado. Así lo hacen dos recientes libros de los teólogos Olegario González de Cardedal y Gabriel Amengual. Foto: Nghia Le / Unsplash.

por Carles Ros Arpa

Opinión

¿Por qué cada rostro humano y cada persona tienen una singularidad única, irreductible a un denominador común? ¿La grandeza del espíritu humano (manifestada, por ejemplo, en las obras de Platón, Velázquez o Mozart) puede provenir sólo de la materia ciega, muda e irracional? ¿Hacia dónde va todo, hacia dónde nos encaminamos, hacia la nada o hacia la vida? ¿Es creíble la tesis de que la gente se vuelve mejor y se enriquece su condición humana si se convence de que la vida termina inevitablemente en una derrota y que no hay consuelo ni salvación posibles?
 
Éstas son algunas de las cuestiones que plantea en su última obra, La pregunta por Dios (Sígueme, 2023) Olegario González de Cardedal, que en 2011 recibió el premio Joseph Ratzinger en su primera edición.

Olegario González de Cardedal (n. 1934).

Olegario González de Cardedal (n. 1934).

El profesor de Salamanca es autor de grandes obras de teología que por temática, lenguaje y extensión pueden resultar poco atractivas para el gran público. Nada de esto ocurre con La pregunta por Dios. Desde la atalaya de una larga vida dedicada a pensar sobre la fe, de forma sencilla nos recuerda las grandes preguntas que ninguna persona se deja de plantear en algún momento de su vida: las relativas al sentido (origen) y a la salvación (el fin).
 
Los cristianos hablamos poco de Dios. Sea porque nos parece una palabra demasiado solemne o trascendental para sacarla en las conversaciones cotidianas, sea por pudor o vergüenza de no compartir nuestras creencias más íntimas. Algunos cristianos hoy también podemos pasar por pesimistas o indignados, al mostrarnos críticos frente a unos poderes públicos y una sociedad que a menudo van en una dirección opuesta al bien común y al bien de las personas y de las familias.
 
Esto último puede hacernos olvidar que la fe es motivo de felicidad. Así nos lo recuerda el reciente libro del filósofo y teólogo mallorquín Gabriel Amengual, que lleva por título El goig de creure (Lleonard Muntaner, 2022), que trata, como nos indica su título, sobre el gozo de creer. Es, sin duda, una de las mejores obras sobre apologética cristiana en el ámbito de la cultura catalana en lo que llevamos de siglo. Breve, no llega a las cien páginas, y de fácil lectura, supone una síntesis muy comprensible de la fe y de los términos más importantes de la religión cristiana: amor, gozo, gracia, perdón, salvación, etc.

Gabriel Amengual (n. 1946).

Gabriel Amengual (n. 1946).

La obra de Amengual trata también, entre otros puntos, de la fe como confianza, de la fuente del mal y sus manifestaciones, de la obra redentora de Cristo, de las funciones sociales de la religión, de la experiencia de lo Sagrado y de la persistencia de la religión. La lectura de este libro no sólo permite entender el núcleo esencial de la fe cristiana, sino que también nos la muestra como fuente de gozo, por encima de los códigos morales y doctrinales que también supone. Amengual afirma que “la fe es un camino abierto, que debe recorrerse con sus curvas, subidas y bajadas, con sus obstáculos, punto luminosos y oscuros; pero siempre es un camino hacia la plenitud”.

González de Cardedal y Amengual son dos grandes pensadores cristianos que han dedicado su vida a meditar y escribir sobre la dimensión trascendente de la persona, inescindible de la naturaleza humana, y que en su madurez nos comparten de forma clara y asequible para todos las preguntas y respuestas esenciales sobre la fe.

Conozco a personas ancianas que a pesar de haber creído en Dios durante buena parte de su vida, abrumadas por el ambiente agnóstico y materialista que domina en nuestra sociedad, afrontan el fin de su vida con tristeza y faltos de esperanza. Es cierto que pocas personas pueden llegar a decir, como Santa Teresa de Ávila, "Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero". O como Santa Teresa de Lisieux: “¿Qué me importa la vida? ¿Qué me importa la muerte? Amarte, ¡este es mi gozo!”.

“No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. Es necesario que estas palabras de Jesús en el Evangelio de Juan resuenen no sólo en los funerales sino sobre todo en las residencias y hogares de gente mayor, o en las unidades de cuidados paliativos.

Pude compartir con estos dos maestros muchos veranos en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Olegario era director y Gabriel uno de los ponentes habituales de la Escuela de Teología. En una Universidad pública, con el rector nombrado directamente por el Gobierno español, durante casi dos décadas se pudo celebrar este curso, que habitualmente era el que tenía más alumnos de toda la UIMP. La gran aspiración de Olegario era que la teología tuviera, como tiene en Alemania, un espacio en la universidad pública.

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