El dictador marroquí muestra el verdadero rostro del Islam

En Marruecos cinco misioneros protestantes evangélicos han cometido el "horrible delito" de buscar la conversión a Cristo de los ciudadanos de ese país. Y eso les ha causado la expulsión por parte de las autoridades marroquíes. Todavía han tenido suerte. Si en vez de ser cuatro españoles y un alemán hubieran sido cinco marroquíes, a estas alturas estarían encarcelados, apaleados e incluso posiblemente "desaparecidos". No lo digo por decir. Eso fue lo que les ocurrió hace unos 15 años a un grupo de marroquíes que dejaron el Islam para abrazar la cruz de Cristo. Su "desaparición" nos la contó un misionero useño en la congregación evangélica a la que yo asistía. Por tanto, ni estamos ante algo excepcional ni será la última vez que tengamos que dar este tipo de noticias. Una vez más vuelve a saltar por los aires ese pantomima, y tantas veces exigida, reciprocidad entre el cristianismo y el Islam o entre una democracia que permite la libertad religiosa y una dictadura al frente de la cual hay un monarca que además de ser rey es el guardián de la fe islámica. Una fe que, no lo vayamos a olvidar, ordena la ejecución del que la abandona para convertirse a otra religión. Los protestantes evangélicos, nada que ver con esas iglesias protestantes históricas corrompidas hasta el tuétano del liberalismo teológico, entienden poco de leyes marroquíes e islámicas. Si hoy el cristianismo crece, aunque sea poco, entre los musulmanes, no es debido a la predicación de los misioneros católicos, más bien dedicados a hacer de asistentes sociales que se tientan mucho la ropa antes de buscar una sola conversión, sino precisamente gracias a aquellos que van a esos países no a cuidar las necesidades materiales de los musulmanes, sino a presentarles, a su modo y manera, a Cristo muerto y resucitado por la salvación de todos los hombres. Conste que yo pienso que se deben hacer las dos cosas. Cuando un misionero católico, llevado por el amor de Cristo, cura las heridas de un enfermo o enseña a leer y escribir a un niño, está también predicando el evangelio. Como bien dice el evangelio de Mateo, "brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". Pero coja queda toda predicación abierta o callada, si no va acompañada de una invitación a aceptar a Cristo como Señor de la propia vida. Y puestos a elegir, el misionero debe tener preferencia por la conversión del alma no cristiana que por la atención a las necesidades del cuerpo. Porque de poco les valdrá a los incrédulos salvar sus cuerpos si pierden sus almas. Del país vecino no cabe esperar una apertura real a esa libertad religiosa que necesariamente ha de aceptar la conversión a otra religión. ¿O acaso alguien puede hablar de verdadera libertad religiosa si el abandonar una fe para profesar otra es penada hasta con la muerte? Nadie espere de los países mayoritariamente musulmanes algo así. La fuerza del evangelio predicado libremente es demasiado poderosa y puede atraer demasiado a los hombres y mujeres, sobre todo a ellas, que han sido educados en la fe en Alá y su profeta. Nosotros no tenemos mayor problema en que prediquen su Islam entre nosotros, pero ellos temen al cristianismo. En situación de verdadera libertad, la fe en el Resucitado siempre triunfará. Luis Fernando Pérez