Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El pecado de Sodoma (XVI): Consejos para la iglesia ante Sodoma


Nuestra relación con Dios no es un apartado más de nuestra existencia como puede serlo la afición a los deportes, el tiempo dedicado a la lectura o las horas pasadas en el trabajo. Implica – de ahí el título de Señor que aplicamos a Dios – una sumisión absoluta a Su voluntad.

por César Vidal

En las semanas anteriores, he procurado ir desbrozando algunos de los aspectos relacionados con el pecado de Sodoma y, como ya anuncié en la pasada, me encuentro cerca de la conclusión. Sin embargo, tenemos que detenernos, aunque sea someramente, en dos cuestiones. La primera va referida a algunos consejos que cualquier iglesia local necesita incorporar para poder resistir una situación de crisis y de juicio divino. La segunda, Dios mediante, la dedicaré a señalar lo que habrá el Día después. Así pues, aquí van algunos consejos que cualquier iglesia local necesita incorporar para poder resistir una situación de crisis y de juicio divino. 1.- REORIENTAR LA ENSEÑANZA: Lo primero que debe hacer una iglesia local es reorientar de manera radical –y en la medida en que lo necesite– la enseñanza que imparte a sus miembros. La razón es muy sencilla. Cuando la enseñanza es correcta y se vive en consecuencia, los individuos y las congregaciones resisten “riadas y vientos” (Mateo 7:24-25), pero cuando no sucede así todo se desploma y “la ruina es grande” (Mateo 7:26-27). Por lo tanto, deberíamos abandonar de manera radical algunos de los “temas” –por llamarnos de alguna manera– con los que ocupamos el tiempo de la predicación y centrarnos sin fisuras en la Biblia. En otras palabras, ya está bien de predicadores que se ponen a hablar del Foro de Sao Paulo o de la alianza de civilizaciones y logran no mencionar a Jesús en tres cuartos de hora (aunque parezca increíble, los he padecido) y también de aquellos que utilizan el púlpito para relatar sus aventuras como si fueran Marco Polo y no para predicar a Cristo. La predicación y la enseñanza en la iglesia debe centrarse. Primero, en anunciar el Evangelio, el mensaje claro de que el género humano, en general, y cada individuo en particular está perdido como una oveja descarriada, como una moneda extraviada o como un hijo pródigo (Lucas 15) y sólo puede encontrar la salvación en Cristo (Hechos 4:1112) y de que esa salvación implica anunciar claramente (como hizo Pablo ante Pedro en Antioquía) que “el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo… por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado... pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:16-7, 21). Segundo, en incidir de manera preeminente en hacer discípulos enseñando todo lo que Jesús ordenó (Mateo 28:19-20). En otras palabras, menos intentar divertir o entretener a la gente y más entregarse sin contemplaciones a inculcar lo que Jesús mismo enseñó para todos los aspectos de la vida. Y tercero, hay que regresar a una predicación basada en la exégesis directa de la Biblia. Se acabó repetir lo que dice el último libro de moda, la última corriente teológica de moda, el último personaje de moda. Centrémonos en la Biblia y, a partir de ahí, enseñemos sin desviarnos ni a derecha ni a izquierda (Josué 1:8). 2.- EVITE GASTOS SUPERFLUOS: La iglesia local –como los individuos– puede encontrarse con situaciones especialmente difíciles en terrenos como el económico. Por lo tanto, debería meditar, orar y adoptar sus decisiones en una dirección de austeridad y de evitar gastos que son evitables. Por supuesto, cada congregación tendrá que buscar individualmente las respuestas, pero permítaseme dar algunos ejemplos. Por ejemplo, ¿resulta realmente indispensable gastar el dinero de la iglesia en reformar el local o en comprar uno nuevo? ¿No podría solucionarse la situación, aunque resulte menos impresionante, celebrando varios cultos dominicales o potenciando las reuniones en las casas? Otro ejemplo, ¿realmente la iglesia necesita renovar su equipo musical o de sonido? ¿nos hemos detenido lo suficiente a pensar si esos fondos no podrían orientarse mejor hacia otros fines? Otro ejemplo, ¿verdaderamente es indispensable gastar esos recursos en radio o televisión? Es cierto que medios así permiten, a veces, difundir más ampliamente el Evangelio, pero en ese caso concreto, ¿el gasto merece la pena? ¿Sirve para alcanzar a más personas con el mensaje de Jesús o, sobre todo, satisface la vanidad del que aparece en ellos? 3.- REAJUSTE EL PRESUPUESTO HACIA EL AMOR. Y ya que hablamos de reajustar presupuesto y ya que hablamos de dificultades, reajustemos nuestros presupuestos hacia el amor y las buenas obras. De nuevo, permítaseme señalar algunos ejemplos. Es verdad que, gracias a Dios, no existe ninguna nación en el mundo civilizado que tenga una tasa de desempleo tan elevada como la de España ni que destruya empleos con tanta rapidez. A fin de cuentas, en estos momentos, cada día, en España entre seis y ocho mil personas pierden su puesto de trabajo y, seguramente, andaremos cerca del 20% de desempleo antes de que concluya el año (aunque imagino que algunos pensarán que esto no tiene nada que ver con la ampliación de la ley del aborto, el intento de adoctrinar a la sociedad, la legalización del matrimonio de homosexuales y un largo etcétera). Con todo, en cualquier parte del mundo debe preverse que habrá personas que, en un momento u otro, perderán el empleo, que aumentará el número de gente hambrienta, de personas sin poderse vestir adecuadamente, de seres humanos que, al fin y a la postre, quedarán más que encuadrados en las categorías señaladas por Jesús en Mateo 25:31 ss. Me atrevo a sugerir que todos ganaremos si, en lugar de renovar nuestro equipo musical o ampliar el local, empleamos ese fondo en dejar de manifiesto que podemos ser conocidos por el amor tal y como Jesús enseñó (Juan 13:34-35). 4.- NO HAGA DISTINCIÓN DE PERSONAS. Y ya que estamos en predicar el Evangelio, en enseñar a ser discípulos y en mostrar el amor de Jesús al prójimo, neguémonos rotundamente a hacer acepción de personas. Dios, desde luego, no lo hace y condena rotundamente que se haga. De modo que olvidemos el ansia por la conversión de políticos, artistas, malabaristas o ciclistas como si fueran una clase especial de personas. Pocas cosas hay más patéticas que las de un pastor sonriendo al lado de un político inmoral que está dispuesto a borrar todo vestigio de Cristo en esta sociedad o las de una congregación que considera que una cantante conversa es mucho más importante que un oficinista o una fregona que se han vuelto a Cristo. Con inmenso dolor debo decir que no pocas de las propuestas para realzar el “compromiso político del creyente” o “aumentar la presencia cristiana en la sociedad” no pasan de ser tapaderas burdas para cubrir la ambición y el orgullo de los que lo proponen. Sin duda, la Historia nos muestra el papel extraordinario y benéfico de cristianos que han estado en la política o en esferas de proyección pública y debemos dar gracias a Dios por ello, pero, sinceramente, creo que eso es más excepcional que regla general y, por añadidura, en el cielo hay fiesta mayor cuando un pecador se convierte y no cuando el pecador pertenece a un sector social concreto (Lucas 15:7). A decir verdad, no parece que Jesús sintiera más alegría por la conversión del rico e influyente Zaqueo (Lucas 19, 110) que por la de una pobre prostituta y, desde luego, Santiago indicó (2:1-4) que uno de los grandes pecados de la congregación que pastoreaba era la manera en que trataban con sumo cuidado a las personas de clase elevada y el desdén que reservaban para los más desfavorecidos. Muestra de madurez es no hacer acepción de personas – ni en un sentido ni en otro – porque “todos están bajo pecado” (Romanos 3:9) y todos tienen que creer en Jesús para ser salvos (Hechos 16, 31). 5.- RECUERDE SU COMPROMISO CON EL SEÑOR Finalmente, día a día, hora a hora, momento a momento, recordemos que nuestro compromiso es, por encima de cualquier otra consideración, con el Señor. No con planes, estructuras humanas o sueños, sino con el Señor. No con jerarquias, poderes o mandos, sino con el Señor. Así lo dejó de manifiesto Jesús al señalar que ese compromiso estaba por delante de afectos tan naturales como los de la familia (Mateo 10:37-38) y, de la misma manera, Pablo subrayó que nuestra lealtad al Evangelio estaba por encima de lo que pudiera decir un ángel o incluso un apóstol (Gálatas 1:6-9). Nuestra relación con Dios no es un apartado más de nuestra existencia como puede serlo la afición a los deportes, el tiempo dedicado a la lectura o las horas pasadas en el trabajo. Implica – de ahí el título de Señor que aplicamos a Dios – una sumisión absoluta a Su voluntad. Presumiblemente, nos esperan –salvo que se produzca una clara conversión– tiempos muy difíciles y deberíamos estar preparados para enfrentarnos con ellos. Si nos afianzamos al Señor y a Sus enseñanzas, sortearemos la prueba, pero si persistimos en anteponer nuestra gloria a Su gloria, nuestro bien a Su bien y nuestros caminos a Sus caminos, el resultado será deplorable. Con todo, estoy firmemente convencido, porque así lo enseña la Biblia, de que, tras el juicio, existe posibilidad de restauración. César Vidal El pecado de Sodoma (I): la soberbia El pecado de Sodoma (II): La abundancia de pan El pecado de Sodoma (III): La abundancia de ociosidad El pecado de Sodoma (IV): la ausencia de compasión El pecado de Sodoma (V): cómo no olvidar la compasión El pecado de Sodoma (VI): consumación de la soberbia El pecado de Sodoma (VII): La abominación de Sodoma El pecado de Sodoma (VIII): El juicio de Sodoma El pecado de Sodoma (IX): Arrepentimiento, la salida de Sodoma El pecado de Sodoma (X): cambio de vida bajo la Palabra El pecado de Sodoma (XI): Dejar Sodoma, otros valores materiales El pecado de Sodoma (XII): La salida, redimir el tiempo de Sodoma El pecado de Sodoma (XIII): decadente ideología de género El pecado de Sodoma (XIV): regreso a la cultura de la vida
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