Domingo, 29 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Aborto: Firmeza y misericordia


Una firmeza sin misericordia compromete la credibilidad de la Iglesia. Pero no sería una Iglesia firme, ni misericordiosa, aquella que, presionada por una opinión pública adversa, diese la impresión de ceder en algo tan serio como el aborto.

por Guillermo Juan Morado

Algunas personas juzgan que la Iglesia es exageradamente estricta cuando, en su legislación, prevé la pena (canónica) de excomunión contra el delito (canónico) de aborto. “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae”, es decir, de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito, en las condiciones previstas por el Derecho canónico. El mismo Derecho, en los cánones 13231324, establece las causas legales excusantes de incurrir en cualquier pena. Por eso, no es tan fácil decir, sin considerar las circunstancias del caso, quien de hecho queda excomulgado y quien no. Pero, ¿no es demasiado duro? ¿Por qué la Iglesia se muestra tan exigente con los católicos – ya que la excomunión, obviamente, no afecta a quien no lo es -? ¿No puede un católico verse, legítimamente, involucrado en la cooperación formal a un aborto? ¿No puede llegar a ser responsable de este acto contrario a la vida alguien que busque evitar otro mal, o evitar algo que se juzga – quizá equivocadamente – que es un mal? ¿Qué hacer ante una situación dramática, extrema, como sería aquella en la que la vida de una joven madre corra peligro? En el problema del aborto, lo que lo hace inaceptable en cualquier caso, con excomunión o sin ella, es el carácter absoluto de la prohibición moral de matar a otro ser humano inocente. Porque si se permitiese matar a un inocente, se vulneraría su derecho inviolable a la vida; un derecho inherente a la naturaleza humana y anterior, por consiguiente, a cualquier legislación positiva. Al proceder con firmeza ante el aborto, “la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad” (Catecismo, n. 2272). La misericordia no tiene límites; pero es también un acto de misericordia, cuando lo que está en juego es un derecho inalienable de la persona, señalar los límites. Una firmeza sin misericordia compromete la credibilidad de la Iglesia. Pero no sería una Iglesia firme, ni misericordiosa, aquella que, presionada por una opinión pública adversa, diese la impresión de ceder en algo tan serio como el aborto. En este tema, hay, sin duda, unidad plena en lo doctrinal entre todos los Obispos. Podría darse, quizá, alguna discrepancia desde el punto de vista pastoral a la hora de juzgar el modo de aplicar la doctrina. Pero en un asunto tan delicado, se debería proceder con extrema cautela para no dar, ni de lejos, pretextos a poderosas fuerzas capaces de contaminar el sentido moral de las gentes; a fuerzas que disponen de medios más que sobrados para impulsar, bajo capa de bondad y de humanismo, una cultura de la muerte, no firme, sino despiadada, y no misericordiosa, sino cruel. Guillermo Juan Morado, sacerdote
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