Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Las Iglesias sin vocaciones necesitan reforma


Solo la oración de petición perseverante de la comunidad cristiana y la reforma de las Iglesias en doctrina dogmática y moral, en disciplina eclesial y especialmente en la liturgia –en la que se cometen tantos sacrilegios–, puede traer consigo el reflorecimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

por José María Iraburu

San José bendito es el Patrono universal de los Seminarios católicos. En marzo de 2009, con ocasión del día del Seminario, la Comisión Episcopal de Seminarios ha publicado en España un informe detallado sobre el número de seminaristas. En el curso 2008-2009 hay 1.221 seminaristas mayores, 162 menos que en el curso anterior, en el que hubo 1.383. Por los años del Concilio Vaticano II (19621965) eran más de 5.000. Examiné hace unos años en los Anuarios pontificios de los años 1944 y 1993 la evolución de las vocaciones en ese medio siglo. Consideré los datos de Barcelona, Burgos, Gerona, León, Madrid, Pamplona, Toledo y Zaragoza, un conjunto significativo de diócesis. En ese medio siglo el número de católicos por seminarista pasó de 11.162 a 27.400. Actualmente en España la proporción es de un seminarista por cada 37.019 habitantes. Un periodista estima que la proporción actual de Madrid, con 31.426 habitantes por seminarista, es «buena», ya que es mejor que la media nacional... Una crisis semejante de vocaciones viene a darse en todas las naciones de Occidente de antigua filiación cristiana, sobre todo en las más ricas. Y no suele decirse sobre esto, aunque es algo obvio, que estamos ante un fenómeno negativo que, al menos en proporciones tan extensas y duraderas, no se había dado nunca en la historia de la Iglesia. La disminución de las vocaciones, es decir, la escasez creciente del número de sacerdotes –y el gran aumento entre éstos de la media de edad, que hace prever en pocos años un verdadero desastre en la vida pastoral–, es una deficiencia eclesial gravísima. Cuando falta el pastor, se dispersa el rebaño. Y la Iglesia es el rebaño congregado por Cristo Pastor al precio de su sangre. Pero un rebaño disperso, en el que cada oveja sigue su camino, apenas es un rebaño. Igualmente, cuando no hay sacerdotes, se van apagando los fuegos de la Eucaristía uno tras otro. Por eso la escasez cada vez mayor de vocaciones sacerdotales –y religiosas– en ciertos lugares amenaza la existencia misma de la Iglesia, que se ve reducida a Restos mínimos. En un estudio de cierta amplitud traté de este tema hace unos años (Causas de la escasez de vocaciones: http://www.gratisdate.org/nuevas/vocaciones/default.htm ). Recordaré aquí muy brevemente el diagnóstico y el tratamiento medicinal de tan gravísima enfermedad eclesial. Ustedes saben bien que ciertas Iglesias locales, en sus Seminarios, Facultades de Teología, Noviciados y librerías religiosas, así como en sus parroquias y catequesis, toleran la difusión de innumerables errores en temas doctrinales, morales, litúrgicos y disciplinares, como ya por los años 80 denunciaba abiertamente el Cardenal Ratzinger (Informe sobre la fe). No tiene, pues, nada de extraño que en ellas disminuyan o casi desaparezcan las vocaciones sacerdotales y religiosas. Es lo previsible. Por ejemplo, las Iglesias locales que han perdido hace decenios el impulso doxológico –«que todos los pueblos alaben al Señor»– y la motivación soteriológica, ya que silencian sistemáticamente o niegan la posibilidad de una condenación eterna, al mismo tiempo que suprimen el purgatorio –en los funerales: «nuestro hermano goza ya de Dios en el cielo»–, quedan lógicamente sin vocaciones. Y es que no tiene allí por qué haberlas. Las vocaciones las suscita el Señor precisamente para la gloria de Dios y la salvación temporal y eterna de los hombres. Ciertos errores doctrinales o disciplinares, más o menos generalizados en esas Iglesias, causan muy directamente la disminución o desaparición de las vocaciones. Por ejemplo, los errores, por mala doctrina o por silencio, sobre el pecado original, la divinidad de Cristo, su condición de Sacerdote y víctima, la virginidad de María, el sacrificio de la Cruz y de la Eucaristía, la Presencia real eucarística, la necesidad de la fe, de la Iglesia y de los sacramentos, la práctica del sacramento de la penitencia –donde no hay confesiones, no hay vocaciones–, la existencia del demonio, la especial virtualidad santificante del celibato, la obligatoriedad real de las leyes de la Iglesia, como por ejemplo, el precepto dominical y el vestir de los sacerdotes ( http://www.gratisdate.org/nuevas/habito/habito-default.htm ), etc. Conviene señalar también que estas Iglesias, a pesar de que viven en un mundo secular muy enfermo de lujuria, apenas predican el pudor y la castidad, de tal modo que la mayoría de los bautizados enferman gravemente de esa pésima dolencia en modas y costumbres, televisión, cine, internet, playas, diarios y revistas. Apenas predican tampoco esas Iglesias la castidad conyugal, y como toleran en la práctica el uso de anticonceptivos, la gran mayoría de los cristianos casados profana habitualmente la santidad del matrimonio, tienen muy pocos hijos y casi desaparecen las vocaciones. Es normal. El diagnóstico indica el tratamiento. Solo la oración de petición perseverante de la comunidad cristiana y la reforma de las Iglesias en doctrina dogmática y moral, en disciplina eclesial y especialmente en la liturgia –en la que se cometen tantos sacrilegios–, puede traer consigo el reflorecimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Y allí donde se alza esa oración y se produce esa reforma, como hemos podido comprobarlo en estos decenios, vuelven a florecer las vocaciones. Por el contrario, seguirán sin vocaciones aquellas Iglesias que se resisten a su propia reforma doctrinal, moral, litúrgica y disciplinar. El rebaño en ellas se dispersará más y más, en una apostasía creciente, y los fuegos de la Eucaristía se irán apagando uno tras otro. Sin esa reforma, de muy poco les valdrán a esas Iglesias los esfuerzos más empeñosos de la pastoral vocacional, por mucho que ésta multiplique la organización de encuentros, retiros, festivales, carteles, peregrinaciones, talleres de oración, distribución de folletos, carpetas, videos y otros «materiales». Es inútil. San José, en plena Cuaresma, nos consiga la conversión. San José, ruega por nosotros. José María Iraburu, sacerdote
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