Una reflexión sobre la educación de los laicos en la Iglesia
Me refiero, en concreto, a la educación -en relación con su compromiso temporal- que reciben de la institución eclesial en nuestro país, pero también, en buena medida, en gran parte de Europa, precisamente el lugar donde la Iglesia retrocede más en todos los planos, y en primer término el de la práctica religiosa y el de las vocaciones.
Se plantea la necesidad de evangelizar, de “una Iglesia en salida”, pero se omite en exceso las causas propias que determinan que nuestra situación empeore a ojos vistas. Se ignora que para llevar la palabra en nuestro tiempo, donde la comunicación y el poder del Estado penetran hasta lo más íntimo del ser humano, existen condiciones que favorecen aquella propagación y otras que la dificultan, y que hoy estas dificultades se juegan en el espacio público, la vida política y sus instituciones.
Es una evidencia conocida que en una sociedad que carece de acuerdos fundamentales compartidos, mal que bien -más bien mal- aquella misión es suplantada por las leyes, y estas acaban por generar una determinada cultura y una determinada moral. Se ignora que estas leyes y políticas públicas son abiertamente contrarias, no ya a la fe sino al modo de vida cristiano.
Esta dinámica adversa solo conduce a un escenario, en el que la Iglesia será percibida cada vez más como una secta, y no solo por su número (su fragmentación interna y falta de voz pública la hacen más invisible de lo que corresponde a su dimensión real), sino porque una secta es aquel grupo que es percibido por la sociedad como a años luz de los criterios dominantes, son los “raros”, los “extraños”, e inspiran rechazo. El cristianismo empezó así, considerado como secta, pero su expansión continuada cambió las tornas. Hoy en España y en Europa, en parte de ella, se recorre el camino inverso.
Hay que cambiar eso, y solo hay una forma: la presencia organizada en la vida pública. Pero esto tropieza con importantes barreras dentro de la propia Iglesia. Una de ellas es la falta de educación de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia para la vida política. Vamos a ver: la doctrina social de la Iglesia establece, por ejemplo, que “la iniciativa de los cristianos laicos debe descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas y económicas" (Catecismo de la Iglesia Católica, 899). Y también: "Los laicos, además, juntando sus fuerzas, deben sanear las estructuras y las condiciones del mundo” (CIC, 909; Lumen Gentium, 36).
La pregunta es: ¿cómo consideran nuestros pastores que se pueden ejercer tales tareas de idear medios para conseguir que la doctrina cristiana impregne las realidades políticas y saneen, nada menos, que las estructuras y condiciones del mundo, sin una formación adecuada que les permita actuar y sin las organizaciones que les permitan llevarlo a cabo? ¿Cómo cualificar tales exigencias doctrinales y tan nula atención a los medios para realizarlas?
No solo eso, sino que en algunos casos se han dedicado a pasarles la garlopa a los laicos, como si se tratara de rebajar una madera y dejarla bien alisada. Los han dejado planos y pasivos ante los desmanes del poder, les han proporcionado una formación que más bien se asemeja a una New Age cristiana de intensidad variable, dependiendo del librillo y del maestro, que a los compromisos con el Pueblo de Dios, la militancia para extender su Reino y la lucha contra las estructuras de pecado.
Han convertido un instrumento de acción, la doctrina social de la Iglesia, en una práctica academicista sin mordiente ni poder revulsivo, o limitada a obras de solidaridad, a tapar los creciente agujeros de la embarcación, que es esta sociedad en desmantelamiento, en lugar de actuar contra las causas de los destrozos.
Este apartamiento de la vida real casa además muy mal con los grandes intereses legítimos y buenos que la institución eclesial posee, dado lo ingente de su obra material y patrimonio artístico y cultural. Sus escuelas, hospitales, residencias, edificaciones, catedrales e iglesias y otras construcciones sacras están inermes ante el poder político y mediático. Son una presa tan fácil, que incita al ataque. ¿Cómo es posible que no reparen en esta gran debilidad y actúen en consecuencia?
Una Iglesia en salida, como pide el Papa, requiere de otra actitud y práctica concebida para las circunstancias concretas de este país y, si me apuran, de la Europa Occidental, que mire hacia afuera y actúe en este sentido y salga de las zonas de confort, de las confortables paredes clericales y las cuestiones endogámicas... como por desgracia están practicando, con una gran tolerancia romana, buena parte de los obispos, sacerdotes, y laicos alemanes, que han llegado a la brillante conclusión de que la mejor manera de no ser una secta no es transformando el mundo como Jesús nos mandató, sino uniéndose a él para dejar de ser Iglesia.
Publicado en Forum Libertas.
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