Carta al Papa Benedicto XVI
Algunos dentro de la Iglesia se permiten el lujo de atacar al Papa, de mostrar públicamente su disgusto por ésta o aquella decisión del Papa, de contradecirle en su doctrina, de expresar su rebeldía ante sus decisiones, de no comportarse como hijos adultos que respetan y quieren a su padre.
Hace pocos días he escrito una carta al Papa Benedicto XVI. Le he escrito en nombre propio y de toda la diócesis de Tarazona, asegurándole nuestra oración, como respuesta a sus palabras del domingo 22 de febrero. Nos decía el Papa: “Os pido que me acompañéis con vuestras oraciones a fin de que pueda cumplir fielmente la elevada misión que la Providencia divina me ha encomendado como Sucesor del apóstol san Pedro”. Los enemigos de la Iglesia aprovechan todas las oportunidades para atacar al Papa, puesto que es uno de los regalos más grandes que Dios ha dejado en su Iglesia santa para toda la humanidad. El Papa es un referente moral, es signo de unidad, es el representante de todo un caudal de bienhacer en favor de la humanidad. Tiene una palabra lúcida, avalada por el testimonio de tantos hombre y mujeres buenos que viven según el Evangelio de Jesucristo. Tiene una autoridad moral, que brota del servicio a la verdad. Es un hombre de paz, que busca el bien de todos, especialmente el de los más pobres e indefensos. Por eso, cuando se presenta la ocasión, con razón o sin ella, el ataque al Papa es cosa fácil y recurrente. Atacar al Papa es atacar a la Iglesia católica. Pero además, -y esto es más doloroso- a veces el Papa recibe protestas y rechazos de los hijos de la Iglesia, de los de dentro (que no sabemos si están más fuera que dentro). Para los católicos, el Papa es el vicario de Cristo en la tierra, es el dulce Cristo en la tierra. El Papa constituye el signo de unidad de todos los discípulos de Cristo. Él sirve a la Iglesia proponiendo la verdad del Evangelio con la autoridad recibida de Cristo. Él gobierna la Iglesia con la misión de reunirnos a todos en la unidad querida por Cristo. El nos santifica con la gracia de Cristo. Él es como el padre de una gran familia, que merece el respeto y el cariño de todos sus hijos. Sin embargo, algunos dentro de la Iglesia se permiten el lujo de atacar al Papa, de mostrar públicamente su disgusto por ésta o aquella decisión del Papa, de contradecirle en su doctrina, de expresar su rebeldía ante sus decisiones, de no comportarse como hijos adultos que respetan y quieren a su padre. Algunos aparecen como hijos adolescentes, que de todo protestan, y que para afirmar su propia identidad se hacen gallitos, oponiéndose a la autoridad paterna. Todo esto le hace sufrir al Papa. Le hacen sufrir los ataques de los enemigos de la Iglesia y le hacen sufrir, más todavía, las rebeldías de los hijos de la Iglesia. No sólo porque le atacan a él, sino por el daño que hacen a tantas personas sencillas, a las que tales ataques pueden desconcertarles, turbarles, poner en peligro su fe. Por eso, he hecho llegar esta carta al Papa Benedicto XVI, en la que le digo: “En nombre propio y de la diócesis de Tarazona, que me ha sido confiada por el Sucesor de Pedro, quiero expresar a Vuestra Santidad nuestra más profunda adhesión y comunión eclesial, asegurándole nuestra oración por sus intenciones, especialmente a lo largo de este Año Santo Jubilar en honor de san Atilano, a fin de que el Príncipe de los Pastores, nuestro Señor Jesucristo, le asista y le fortalezca en el ejercicio del primado de Pedro al servicio de la unidad y de la comunión de todos los fieles en Cristo, particularmente de los fieles católicos”. Oremos todos por el Papa, tal como él nos lo ha pedido. Dios os lo pagará. Con mi afecto y bendición: + Demetrio Fernández, obispo de Tarazona
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