Examen a la Teología de la Liberación
Respecto a la espiritualidad se constata un hecho indiscutible: el Catolicismo ha perdido su posición predominante como la única religión profesada en Iberoamérica, cediendo el paso a numerosas iglesias protestantes –adventistas y evangelistas principalmente- y cientos de sectas.
El comienzo de este nuevo milenio es un momento óptimo para mirar hacia atrás y hacer un profundo examen de conciencia con la esperanza de aprender de nuestros errores. Con esa intención miro –y no me resultan muy lejanos- aquellos revueltos años 80 en los una nueva teología estalló con enorme fuerza –intelectualmente en Europa y de facto en una enorme cantidad de países del Sur, principalmente iberoamericanos-; una teología liberadora que se autoproclamó como la “Teología de la Liberación” en contraposición con la, según sus promotores, teología aburguesada y capitalista imperante en la Iglesia Católica de entonces. Lo cierto es que durante las décadas de los 70, los 80 y los primeros años de los 90, en gran parte de los países iberoamericanos existía una situación de injusticia social de tal magnitud que era difícil para cualquier persona con un mínimo de conciencia no sentir indignación; indignación que, para muchos religiosos y religiosas que llevaban trabajando en esos países durante gran parte de sus vidas, llevó a supeditar lo espiritual por lo social, la Palabra que alimenta por el pan físico y Dios por los derechos humanos, como si lo uno y lo otro estuvieran confrontados y no hubiese más remedio que optar por uno de los dos. Una cosa llevó a la otra y, en poco tiempo, no eran pocos los religiosos católicos que abanderaban, fusil en mano, revoluciones de corte marxista que lógicamente fueron apoyadas por potencias de esa ideología. La historia siguió su curso. El Muro de Berlín cayó y con el, la ideología que sustentaba muchos regímenes marxistas, los cuales se vieron avocados a transformarse en partidos políticos y convocar elecciones democráticas, las cuales les han llevado a la oposición. No existe en toda Iberoamérica una sola dictadura –salvo una única excepción, Cuba- y pareciera que las aguas de la política van por cauces más seguros. Así, los defensores de la “Teología de la Liberación” afirman que esta fue cruenta pero necesaria; que el capitalismo más salvaje fue sustituido por un sistema marxista que condujo finalmente a la democracia. A grosso modo así parece, pero estos hechos merecen ser analizados de forma más profunda, tanto desde el punto de vista social como desde un punto de vista espiritual, realidades ambas que la “Teología de Liberación” quiso dar un nuevo sentido. Se puede afirmar con rotundidad que las injusticias sociales en Iberoamérica no han desaparecido ni muchísimo menos con la aparición de la democracia; no hay más que leer los informes anuales sobre pobreza, educación, desarrollo social, … que emiten anualmente los organismos internacionales como UNICEF, PNUD, Banco Mundial, BID y también los estudios de ONG como Intermón. Las causas son diversas pero lo relevante en nuestro caso es poder afirmar que las injusticias de un sistema como el capitalismo decimonónico no desaparecen con un marxismo trasnochado. La historia así lo ha demostrado. Respecto a la espiritualidad se constata un hecho indiscutible: el Catolicismo ha perdido su posición predominante como la única religión profesada en Iberoamérica, cediendo el paso a numerosas iglesias protestantes –adventistas y evangelistas principalmente- y cientos de sectas. Tanto unas como otras han hecho una formidable labor proselitista financiada por las sedes centrales de estas iglesias en los EUA. Este hecho insólito pareciera no tener una clara explicación, porque ¿acaso no han sido religiosos católicos los que alzaron sus voces y, en ocasiones, las armas para luchar por los derechos de los más desfavorecidos?, ¿no han sido los EUA el financiador económico e ideológico de muchos de los regímenes totalitarios –militares o no- que provocaron el estallido de las revoluciones marxistas “liberadoras”? Así, ¿cómo es posible que la una parte importante de la población iberoamericana haya dado la espalda a la Iglesia Católica para formar parte de iglesias protestantes de origen anglosajón? La respuesta es tan sencilla que para muchos teólogos –sumergidos en disquisiciones político-económicas-sociales- pasa desapercibida o no quieren aceptarla porque ello implicaría bajar la cabeza y reconocer que Dios escribe con renglones torcidos y el hombre, como hijo de Dios, hace un tanto de lo mismo. Lo que ha ocurrido ha sido que, aún en los momentos más dramáticos de la existencia humana –y quizá en estos momentos más que nunca- , el hombre necesita de Dios y necesita saber de El ya que está hecho a su imagen y semejanza. Durante las décadas a las que nos referimos, muchos representantes católicos de Cristo decidieron obviar esto que serán necesarios muchas décadas de enorme trabajo apostólico para que estas personas ansiosas de Dios vuelvan a los brazos de la única Iglesia fundada por Cristo. Recuerdo como, hace pocos años, en Churo, un pueblo cercano al Cuzco (Perú), asistí invitado a la inauguración de su primer y rudimentario circuito de agua potable. Toda la población se vistió con sus mejores galas. La música incaica apagaba cualquier intento de conversación y la gente comenzó a bailar … salvo un grupo de unas treinta personas que se mantenían al margen, en actitud adustas. Pregunté el porqué ese grupo no participaba de la alegría general y me contestaron que la iglesia a la que pertenecían les prohibía bailar. Estaban dispuestos a renunciar a las pocas alegrías mundanas que se tiene cuando se es pobre y se vive a más de 4.000 metros de altitud a cambio de que su pastor les hablara de Dios. La conclusión a la que se llega es muy simple: el hombre necesita pan, trabajo y justicia social pero desde y con Dios. Los derechos fundamentales del hombre adquieren su máxima dimensión en el mensaje del Evangelio. Uno es parte del otro y dedicarse a uno para olvidarse del Otro es un error que esperamos no volver a cometer. Gonzalo de Alvear
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