¿Qué enseña la escuela católica?
Ya sé que la fe no se impone, como no se cansaba de recordarme mi amigo, pero tampoco se pospone, tampoco se deja arrinconada en el arcón de los trastos viejos ni se reduce a una “maría” como “in illo tempore”. La religión o es fe, o no es nada; digo, nada trascendente.
Cuando digo escuela católica me refiero a todo colegio dependiente de alguna institución eclesiástica, diocesana o religiosa, incluso a aquellos que bajo una apariencia jurídica civil, tienen un claro significado católico, como son los afines al Opus Dei. Y ahora viene la pregunta: ¿qué enseñan esos colegios? Imagino que en materias “seculares” lo que ordenen las autoridades académicas dentro del sistema dictatorial que en el campo educativo sufrimos en España. ¿Y en materia religiosa? Esta es la cuestión, porque se supone que los tales colegios, todos ellos sin excepción, tienen como finalidad, aparte de “enseñar al que no sabe”, transmitir la fe que justifica su existencia. ¿Lo hacen?, ¿lo hacen con la convicción contagiosa que irradia una fe vivida seriamente? No digo yo que no lo hagan, pero en las parroquias y en las misas dominicales no se advierte la presencia de jóvenes “educados” en tanto colegio religioso. En general, sólo se nota una cierta práctica piadosa en los alumnos de los centros relacionados con el Opus y acaso de alguna institución más, pero en general, los resultados prácticos de esos colegios, a efectos de transmisión de la fe, son realmente muy poco visibles. Durante mi época de director de la revista Vida Nueva (19871993), sostuve una polémica persistente aunque entrañable, con Manolo Useros, colaborador fijo de la revista, al que estimaba de manera muy especial, sacerdote secularizado, profesor de Religión y autor de libros de texto de esta asignatura, sobre el alcance que debía tener esta enseñanza. Mi buen amigo, que solía venir a la redacción acompañado de otros colegas, sostenía que las clases de Religión no podían tener carácter catequético, y yo le respondía, ¿y por qué no?; ¿hay algún principio ético que lo impida?, ¿existe alguna prohibición civil?, ¿defendemos o no libertad de enseñanza? Si hay centros que convierten esa asignatura en una catequesis, o llevan una catequesis paralela a la misma, y los padres lo aceptan, y el centro tiene “clientela” para mantenerse, quién es nadie –ni el Estado siquiera- para prohibirlo. Porque yo me pregunto: si la asignatura de Religión católica no tiene por finalidad la transmisión de la fe, entonces, ¿en qué queda?, ¿en una simple enseñanza de cultura religiosa tal vez cristiana que pueda explicar las raíces de España, y de Europa, y de todo el mundo Occidental, y de la acción misionera a lo largo y ancho del mundo entero, y de...? Vale, no está de más una enseñanza así, pero ello no justificaría, por sí solo, la existencia de colegios religiosos. Ya sé que la fe no se impone, como no se cansaba de recordarme mi amigo, pero tampoco se pospone, tampoco se deja arrinconada en el arcón de los trastos viejos ni se reduce a una “maría” como “in illo tempore”. La religión o es fe, o no es nada; digo, nada trascendente. Amplío más la perspectiva y me fijo en la clase de Religión, lógicamente optativa, de los colegios “públicos”, que no sé si eso de público tiene algo que ver con las “casas públicas”. Me fijo en ello y vuelvo a formular la misma pregunta: ¿qué se enseña en esas clases? Respondo con otra experiencia personal. Hace tres años, mi “reina” y yo dimos en nuestra parroquia la catequesis de primera comunión a una veintena larga de catecúmenos. Todos ellos asistían a la clase de Religión del colegio público de la localidad. Pues, bien, casi ninguno –salvo uno que iba a Montesori- sabía ni santiguarse siquiera, y las oraciones básicas (Padrenuestro, Avemaría, Gloria, etc.) sólo a medias el que algo sabía. Y el Credo ni digamos, les sonaba a chino. Pero el libro de catequesis que eligió el párroco –uno de los menos malos- publicado por un editorial religiosa que ha editado algún libro mío, no ayudaba nada a corregir tanta ignorancia básica, tanta carencia de fundamentos, porque al final resultaba que Jesús –no hablemos de Jesucristo- era simplemente el “amigo Albert”. Pura gaseosa, pura religiosidad tan extremadamente liviana que se desvanecía como pompas de jabón en la nada. Al final, mi mujer y yo no lo debimos hacer tan mal, porque al concluir la eucaristía de la Comunión, con permiso del párroco dirigí unas palabritas a los neocomulgantes y sus familias agradeciendo la constancia en la catequesis y su feliz remate en la liturgia que terminábamos de celebrar. Mi sorpresa fue que los asistencias, los niños (masculino genérico) incluidos, se arrancaron en una fuerte aplauso que nos hizo saltar las lágrimas a mi “reina” y a mí. Era la primera vez que ocurría una cosa igual en una primera común. También era la primera vez que un hombre seglar se “rebajaba” a dar catequesis. Vuelvo al principio: entonces, si los colegios religiosos (digo lo mismo de las clases de Religión) no se ocupan de transmitir la fe, ¿qué hacen?, ¿para qué sirven? O ¿qué los justifica? En estos momentos de ruina total de la enseñanza pública, únicamente los puede justificar el hecho de que la enseñanza privada tiene algo más de calidad –aunque sin exagerar-, de lo contrario sería perfectamente prescindibles, pero más allá de este aspecto, su fuerza religiosa ha quedado tan diluida, tan sometida al espíritu laicista oficial dominante, que si la gran mayoría de los colegios religiosos echaran el cierre, la fe de nuestro pueblo no creo que se resintiera en exceso. Por lo que ahora enseñan, tal vez nada. Vicente Alejandro Guillamón
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