La esperanza de hoy
La esperanza cristiana coloca a Cristo en el centro de toda motivación, porque Él está en el centro del universo. Sabemos que, por mucho que deseemos lo mejor para el desarrollo propio o el comunitario, siempre nos quedaremos cortos respecto al designio creador de Dios.
Un error muy repetido en la historia ha sido intentar realizar la persona separándola de lo trascendente. El último esfuerzo, rozando el ridículo, es el «autobús ateo». Providencialmente para el creyente, y sorprendentemente para algunos que no lo son, las reacciones provocadas han sido un crecimiento de manifestaciones de fe. Si se destruye en el alma del hombre algo tan básico como la atención a Dios, el resultado es desaparecer el auténtico humanismo, la concepción del auténtico ser del hombre. Ante recelos equivocados, pero tan repetidos, hay que insistir en que Dios, antes que ser para el hombre una norma que se impone y que, dirigiéndolo, lo conduce, es el Amado que le atrae, el Más Allá que le suscita, Lo Eterno que le prepara el único clima respirable, y es, en fin, esa tercera dimensión en al que el hombre encuentra el auténtico sentido de su ser y su verdadera profundidad. La esperanza cristiana coloca a Cristo en el centro de toda motivación, porque Él está en el centro del universo. Sabemos que, por mucho que deseemos lo mejor para el desarrollo propio o el comunitario, siempre nos quedaremos cortos respecto al designio creador de Dios. La medida de Dios es la superabundancia. Es necesario, ante cualquier mal, declarar con toda la fuerza posible que nada está aún sentenciado, que el fatalismo es un pecado y una fuente de pecado. Y ello, aunque las experiencias negativas acumuladas nos tienten a inclinarnos hacia la desesperanza. La Razón + Cardenal Ricardo Mª Carles, arzobispo emérito de Barcelona
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