El libro renovado de Pagola (II)
Me pregunto si lo que busca Pagola con ese Cristo rebajado no es presentar el cristianismo sin el escándalo de la divinidad de Cristo y sin el escándalo de su sacrificio en la cruz, ya que todo se reduce a mantener la bondad misericordiosa de Dios y a promover la dignidad humana. Pero Cristo de esta forma ya no sería el centro de nuestra fe y de nuestra vida.
Algunos puntos concretos Los “hermanos de Jesús” En el capítulo “Vecino de Nazaret” (pp. 59 ss) Pagola escribe “La gente sabe que se ha criado en Nazaret. Conocen a los padres y hermanos…” (p. 59). En una nota a pie de página el autor, refiriéndose a los evangelios de la infancia, dice que más que relatos de carácter biográfico son composiciones cristianas elaboradas a la luz de la fe en Jesús resucitado y que no fueron redactados para informar de hechos ocurridos (p.59). Insistiendo en el tema Pagola escribe que “los evangelios nos informan que Jesús tiene cuatro hermanos que se llaman Jaime, José, Judas y Simón, y también algunas hermanas que no se nombran por la poca importancia que se daba a la mujer” (p. 64). A pie de página el autor insiste en que esta denominación de “hermanos” debe entenderse en el sentido de hermanos carnales, pero también dice que “la Iglesia católica siempre ha entendido que estos pasajes no se refieren a otros hijos de la Virgen María”. Dada la confusión reinante en muchos ambientes en esta temática, la redacción del autor no es muy clarificadora que digamos. Los milagros En este capítulo de Pagola no esperemos que use los criterios de historicidad para negarlos. No es ese su método. Pagola normalmente elimina muchas verdades no por la aplicación de los métodos histórico-críticos sino porque no encajan con su ideología. Ese es su método. Porque los milagros aparecen en todas las fuentes que componen los evangelios, incluida la Quelle (Lc 7,110.18 y ss.). Esta fuente, como sabemos, se limita a darnos la predicación de Cristo y sin embargo es también testigo de los milagros de Cristo. En el evangelio de Marcos, si prescindiéramos del relato de la Pasión, los milagros ocupan el 47%. Y no hablemos de Juan. Pagola quiere explicar los milagros como acciones de un curandero religioso que transmite la autoconfianza a los hombres para despertar en ellos posibilidades ocultas. De esta forma no podemos explicar cómo se podía resucitar a un muerto que olía, como es el caso de Lázaro (Jn 11) o la multiplicación de los panes (Jn 6). No olvidemos que en San Juan los milagros aparecen en boca de Cristo como pruebas de su divinidad: Jn 3,2; 15,24; 10,37-38; 9,32-33). El tema del demonio lo trata Pagola de tal manera que lo mejor que puede hacer el lector es pasarlo de largo. Admite que Jesús realizaba exorcismos, pero indicando que la posesión era una forma enfermiza de rebelarse contra el sometimiento romano. Anotaciones sobre el capítulo dedicado a la muerte de Jesús En este capítulo se ve de manera elocuente el minimalismo que aplica Pagola a los evangelios como fuente de información histórica. Paso a detallar algunas de las afirmaciones contenidas en la obra. ¿Cómo podrá articularse la doctrina católica sobre la redención desde semejante “lectura histórica”? Sobre la escena de las burlas a que Jesús fue sometido por los soldados de gobernador romano Pagola dice “Probablemente, tal como están descritas, ninguna de estas dos escenas goza de rigor histórico… Se trata, sin duda, de dos escenas profundamente reelaboradas en las cuales, de manera indirecta y con una buena dosis de ironía, los cristianos hacen confesar a los adversarios de Jesús el que realmente él es para ellos: profeta de Dios y rey” (pp. 491-492) “Para Jesús, como para cualquier judío, la muerte es la mayor desgracia, pues destruye todo lo bueno que hay en la vida y no conduce más que a una existencia sombría en el sheol” (pp. 502-503) “La soledad de Jesús es total. Su sufrimiento y sus gritos no hallan eco en nadie: Dios no le responde y sus discípulos duermen” (p. 503) Sobre las mujeres que consuelan a Jesús, para Pagola es ficción literaria: “Lo cierto es que en cada línea se puede observar la mano y el espíritu de Lucas” (p. 504, nota 99). Lógicamente, me pregunta, para Pagola hay que suprimir dicha estación del via crucis… También la presencia de María al pie de la cruz es redaccional, es decir, no existió realmente: “Parece bastante claro que el diálogo de Jesús con su madre y el discípulo amado, es una escena construida por el evangelio de Juan” (p. 505-506). Sobra decir las consecuencias de semejante lectura histórica para la mariología católica… Tampoco Jesús pronunció la frase de perdón: “Por otra parte, produce un cierto desencanto saber que la oración tal vez la más hermosa de todo el relato de la pasión es textualmente dudosa… Los que conocieron a Jesús no dudaban que Jesús murió perdonando, pero, probablemente, lo hizo en silencio… Fue Lucas o quizá un copista del siglo II quien puso en boca de Jesús el que todos pensaban en la comunidad cristiana” (p. 506). Probablemente las primeras generaciones cristianas no sabían con exactitud las palabras que Jesús podía haber murmurado durante su agonía. Nadie estuvo lo bastante cerca como para recogerlas. Existía el recuerdo que Jesús había muerto rezando a Dios y que también, al final, había lanzado un fuerte grito. Poca cosa más. Casi todas las palabras concretas que los evangelistas ponen en labios de Jesús reflejan probablemente las reflexiones de los cristianos, que van profundizando en la muerte de Jesús desde diversas perspectivas” (p. 505) “Jesús muere en la noche más oscura. No entra en la muerte iluminado por una revelación sublime. Muere con un “por qué” en los labios…” (p. 509) En la lectura que hace Pagola de la historia de Jesús excluye la posibilidad que Jesús interpretase su muerte en clave de sacrificio. “Por lo que parece, Jesús no elaboró ninguna teoría sobre su muerte, no hizo teología sobre su crucifixión. La vio como una consecuencia lógica de su entrega incondicional al proyecto de Dios… Jesús no interpretó su propia muerte desde una perspectiva sacrificial” (p. 438). Por supuesto, en esta perspectiva, los numerosos textos de los evangelios que presentan lo contrario han sido pasados por Pagola por su tamiz discriminador de lo que es histórico y lo que no le es. Esta interpretación de Pagola, como es obvio, tendrá sus consecuencias en la interpretación de la Eucaristía y del sacerdocio tal y como lo hace en su capítulo “Una despedida inolvidable” (pp. 453 ss). Del juicio hecho contra Jesús destacaría que en la nueva edición Pagola mantiene que Jesús no es en realidad condenado por blasfemo (p. 475) puesto que “Jesús no se pronunció nunca abiertamente sobre su persona” (p. 475). Pero ya hemos visto que a Jesús se le acusa muchas veces de blasfemo. Bastaba que se aplicara a sí mismo el nombre de Yahvé (Jn 8,58) para acusarlo de blasfemo e intentar matarlo. Pilato no veía motivos para condenarlo. Y los judíos le contestan que se le debe matar porque siendo un hombre se tiene como Dios (Jn 19,7). Esa es la verdadera acusación. La institución de la Eucaristía Pagola aborda el tema en el apartado titulado “despedida inolvidable” (pp. 453 ss.). Según el autor, Jesús, consciente de la inminencia de su muerte necesita compartir con los suyos su confianza total en el Padre incluso en aquella hora (p. 453). Según el autor, no se trata de una cena pascual (p. 453). Probablemente contó con la presencia de otros discípulos, aparte de los doce (p. 454). Para Pagola, el relato de Marcos 14, 1315 y paralelos sobre la preparación de la cena pascual tiene características legendarias y no permite deducir ninguna conclusión histórica (p. 454). Los textos de Marcos 14, 22-26 y de otros lugares del Nuevo Testamento y que se refieren a la última cena, atestiguan la historicidad de la misma pero son textos muy condensados y densos que no pretenden describir en detalle lo que pasó sino proclamar una acción de Jesús que dio origen a una práctica litúrgica con que se vive en las comunidades cristianas (p. 455, nota 77). Dos sentimientos llenan el corazón de Jesús: la certeza de su muerte inminente y su absoluta confianza en el Reino de Dios (p. 455). Con estos gestos proféticos de la entrega del pan y del vino, compartidos por todos, Jesús convierte aquella cena de despedida en una gran acción sacramental, la más importante de su vida, la que mejor resume su servicio al Reino de Dios, la que quiere dejar grabada para siempre en sus seguidores. Quiere que continúen vinculados a él y que alimenten en él su esperanza. Que lo recuerden siempre entregado a su servicio (pp. 457-458). El pan y el vino de la copa evocarán a sus discípulos antes que nada la fiesta final del Reino de Dios; la entrega de este pan a cada uno y la participación a la misma copa les recordarán la entrega total de Jesús (p. 458). Para Pagola, las palabras de Jesús “haced esto en memorial mío” no pertenecen a la tradición más antigua y probablemente provienen de la liturgia cristiana posterior. Eso sí, según Pagola sin duda éste fue el deseo de Jesús celebrando esta solemne despedida (p. 458, nota 85). Otra vez encontramos la fe separada de la historia, el significado al margen del hecho que lo sustenta… Nadie puede negar que los textos que tenemos de Jesús sobre la Eucaristía tienen una formulación litúrgica y que por ello están condensados en los gestos y las palabras fundamentales que han de transmitir. Pero Pagola no estudia el contenido de los mismos: la identificación que hace Jesús con la figura del siervo de Yahvé (entrega por los muchos: Is 53) por el perdón de los pecados; la conclusión de la nueva alianza; el memorial de la nueva Pascua realizada en la sangre de Cristo. Todo lo reduce a dos sentimientos de Jesús: certeza de su muerte inminente y absoluta confianza en el Reino de Dios. Con los gestos del pan y del vino Jesús quiere simplemente que sus discípulos sigan vinculados a él y alimenten en él su esperanza. No se alimentarán por supuesto de su cuerpo y de su sangre ni participarán en el sacrificio de Cristo mediante el memorial del mismo. Así también para el gesto del lavatorio de los pies que, según el autor, “la escena es probablemente una creación del evangelista, pero recoge de manera admirable el pensamiento de Jesús” (p. 459). La concepción católica del sacerdocio, de la Eucaristía como memorial del Sacrificio de Jesús etc. son prácticamente inedificables sobre la lectura histórica que hace el autor. El sepulcro vacío El relato del sepulcro vacío es tardío y todo parece indicar que no cumplió ninguna función significativa en el nacimiento de la fe en Jesús resucitado (p. 535). La redacción de Pagola es tortuosa: “No sabemos si acabó en una fosa común como tantos ajusticiados o si José de Arimatea pudo hacer algo para enterrarlo por allí cerca. Para muchos investigadores tampoco queda claro del todo si las mujeres encontraron vacío el sepulcro de Jesús…En realidad, lo que resulta decisivo de la narración no es el sepulcro vacío, sino la revelación que el enviado de Dios hace a las mujeres. El relato no parece escrito para presentar el sepulcro vació de Jesús como una prueba de su resurrección” (pp. 537-538). “Lo más fácil es pensar que el relato nació en ambientes populares en los que se comprendía la resurrección corporal de Jesús de manera física y material, como continuidad de su cuerpo terrenal…” (p. 539) Difícilmente sobre esta interpretación puede sustentarse la fe católica en la resurrección de Jesús y en la resurrección de la carne. En esta perspectiva siguen del todo válidas las observaciones de la Nota de la Conferencia Episcopal sobre la concepción de la resurrección de Jesús en la obra de Pagola. Tal como explica la resurrección de Cristo, prescindiendo del sepulcro vacío y reduciendo las apariciones como hechos históricos, no queda sino explicar la resurrección por una experiencia de fe por la que creyeron que Jesús seguía vivo. Pero, ¿qué experiencia de fe podían tener cuando la habían perdido totalmente, dado que Jesús había muerto como maldito de Dios? La Escritura dice: maldito el que cuelga del madero (Gal 3,13). Olvida Pagola que el cristianismo no nace de una ideología ni de una experiencia de fe, sino de ver y de tocar al Verbo de la vida con nuestras manos (1 Jn 1,1). El cristianismo o se basa en la historia o no es cristianismo. Hijo de Dios Afirma Pagola que el título Hijo de Dios era muy sugestivo para los judíos, ya que tanto el pueblo como el rey eran llamados Hijos de Dios. Para Pagola Jesús es verdadero Dios en el sentido que “en él se hace presente el verdadero Dios, el Dios de las víctimas y de los crucificados, el Dios amor, el Padre que sólo busca la vida y la alegría plena para todos sus hijos e hijas, empezando siempre por los crucificados” (p. 588). También Dios se hace presente en nosotros por la gracia. Aunque la gracia se diera en plenitud en Jesús y pudiera ser llamado así Hijo de Dios en un sentido diferente al nuestro, siempre se trataría de una filiación adoptiva. Hay que decir que Jesús es el Hijo igual al Padre en la divinidad. Me pregunto cómo se podrá articular la confesión de fe sobre la Santísima Trinidad partiendo de la interpretación que hace Pagola de la divinidad de Jesús. Ausencia de María Me sorprende que Pagola no dé el lugar que le corresponde en la historia de Jesús a su Madre María: no sólo como Madre Virgen sino como discípula y cooperadora. Pablo VI, en su Solemne Profesión de fe, afirmó que María está indisolublemente unida a Jesucristo en su persona y obra. En cambio, según Pagola, “Jesús no gozó del soporte familiar. Su familia más próxima (supongo que en este concepto incluye a María) no le apoyó en su misión de profeta itinerante. Llegaron a pensar que estaba loco y consideraron que deshonraba a toda la familia… Por lo que parece, más adelante, algunos familiares se vincularon a su movimiento”. (p. 609). El autor debería diferenciar conforme a las fuentes evangélicas la posición de María de la de otros parientes. El hecho de no aceptar la presencian de María al pie de la cruz tiene graves consecuencias en mariología. A modo de conclusión Después de releer el libro de Pagola en su versión en catalán y supuestamente revisada me pregunto sobre la impresión que se llevaría un lector de la obra al confrontarse con la presentación que la Iglesia hace ordinariamente de Jesús y de su historia. Difícilmente encajarían ambas lecturas en numerosos e importantes aspectos de la persona y mensaje de Jesús. Como decía la Nota de la comisión episcopal para la doctrina de la fe del 18 de junio del presente año, el “Jesús histórico” que presenta el autor es incompatible con el Jesús que presenta la Iglesia. Las causas de esta divergencia fueron profundamente analizadas en el estudio que suscitó dicha nota de la Conferencia Episcopal. Si Pagola hubiera aceptado el contenido de la nota de los Obispos habría tenido que reescribir “da capo” toda su obra. Es evidente que no lo ha hecho. Ha introducido una larga presentación a modo de claves de lectura de su obra, ha remozado algunos párrafos y ha ampliado su última parte. Pero todo continúa fundamentalmente idéntico. Es evidente que la profesión de fe de la Iglesia no puede reducirse a una lectura histórica, por rica y completa que sea. Pero también es verdad que la profesión de fe no se produce sin la respuesta a una revelación que acontece en la historia. Jesús tuvo clara conciencia de su identidad de Hijo de Dios y lo manifestó en sus palabras y lo reivindicó con sus obras. Volviendo a aquella reseña hecha en una hoja diocesana y que citaba al inicio de estas reflexiones, lo que el lector encontrará en la obra de Pagola no es la respuesta a la pregunta fundamental ¿Quién es Jesús? Y, de hecho, creemos que Pagola, no intenta dar respuesta a esta pregunta en su obra. El mismo dice al inicio del libro: “Los lectores encontraran en estas páginas un estudio histórico sobre Jesús que trata de responder a preguntas como éstas: ¿Cómo era? ¿Cómo entendió su vida? ¿Cuáles fueron los trazos básicos de su actuación y las líneas de fuerza o contenido esencial se su mensaje? ¿Por qué lo mataron? ¿En qué acabó la aventura de su vida?” (p. 7). Y ni siquiera encontrara, ni mucho menos, las respuestas que desde la lectura histórica de Jesús pueden darse a estas preguntas. Me pregunto si lo que busca Pagola con ese Cristo rebajado no es presentar el cristianismo sin el escándalo de la divinidad de Cristo y sin el escándalo de su sacrificio en la cruz, ya que todo se reduce a mantener la bondad misericordiosa de Dios y a promover la dignidad humana. Pero Cristo de esta forma ya no sería el centro de nuestra fe y de nuestra vida. Y, ¿por qué habría de serlo si en el fondo era un simple profeta, por muy gran profeta que fuera, que murió por una causa noble y cuyo cadáver podría ser encontrado un día? Se trataría de un cristianismo sin escándalo alguno, un cristianismo secularizado y a la medida del hombre de hoy. La lectura histórica de Jesús que hace Pagola sigue siendo del todo insuficiente. El autor declara en su obra que intenta seguir a Jesucristo, no siempre con la fidelidad que el querría, en el seno de la Iglesia Católica. Sinceramente creo que tiene la posibilidad de mejorar en esta fidelidad de una manera fácil. Que acepte de manera efectiva las observaciones que la Iglesia ha hecho a su libro y que las incorpore en una verdadera revisión de la obra. Yo creo que con ello prestaría un gran servicio y daría un excelente testimonio. Además, las buenas páginas que se encuentran a lo largo de la obra refulgirían con plena luz en un contexto renovado que no las desvirtuaría. Personalmente es el camino que yo intentaría seguir si hubiera escrito una obra y hubiera recibido las fraternas correcciones de la autoridad de la Iglesia. Dr. Joan Antoni Mateo García, sacerdote Profesor del Instituto de Teología Espiritual de Barcelona Profesor del Instituto Santo Tomás de Balmesiana Miembro de la Sociedad Mariológica Española El libro renovado de Pagola (I)
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