Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Deja de mirar el móvil


por Carmen Castiella

Opinión

Este verano más de uno me ha “recriminado” mis malos hábitos digitales, concretamente, el terrible pecado de no coger el móvil y tenerlo silenciado. A estas alturas no tengo claro si es defecto o virtud porque no quiero herir o poner de los nervios a nadie, pero tengo claro que para mí es demasiado estar permanentemente localizable, a disposición de la arbitraria y constante irrupción del móvil. Eso sí, procuro dedicar un par de ratos al día a responder mensajes y llamadas con total concentración y dedicación. A las redes sociales no me conecto. Creo que la sobrecarga de información no aporta nada, resta concentración, genera insatisfacción y la mayor parte de las veces no pasa del puro cotilleo de quien lee y del exhibicionismo de quien cuelga. Amistades superficiales en una red interminable de contactos y contaminación visual invasiva que emborrona la mirada.

Responder mensajes inmediatamente o descolgar el móvil cada vez que suena provoca desazón y ansiedad, por no hablar de la impaciencia y frustración que produce la falta de respuesta inmediata en quien llama o escribe. No pretendo dar lecciones de educación digital a nadie, para mí no se trata tanto de educación como de supervivencia. Creo que hay que disminuir ese ritmo de respuesta inmediata porque interrumpe continuamente lo que estamos haciendo y porque el nivel de la respuesta suele ser pésimo ¿Por qué a todo el mundo le parece insoportable tener que esperar una respuesta de alguien que no está temporalmente localizable? El hecho de no recibir respuesta en diez minutos no significa que te estén ignorando o que no te valoren.

Basta de brotes de impaciencia, de culpabilizar al otro por nuestras propias urgencias y empujarle con nuestras prisas. La dependencia del móvil ha disminuido drásticamente nuestra capacidad de espera. Que algo sea urgente para mí no significa que lo sea también para el otro.

Estas tardes en la piscina veo adultos, no solo adolescentes, mirando compulsivamente el móvil más de lo que les gustaría reconocer, para ver si tienen nuevas notificaciones o sus contactos han publicado nuevas maravillas. Un bucle compulsivo que no quiero convertir en patología pero que es evidente que es, como mínimo, un mal hábito. Una continua distracción demasiado a mano.

Una frase bastante repetida entre adolescentes que me hace muchísima gracia es cuando uno (que acaba de dejar su propio móvil) le dice al otro: “¡Deja de mirar el puto móvil!”. Humor, más bien mal humor, para recordarnos que hay vida más allá del móvil.

Para recuperar el verdadero sentido del tiempo, me gusta pensar que tenemos por delante la eternidad. No pensemos continuamente en el tiempo como un bien que se puede malgastar sino como una dimensión personal. Me parece por eso que el tiempo se nos ha dado para gastarlo libremente. Me parece también que malgastar un poco de vez en cuando forma parte del gastarlo dignamente. Pero dilapidarlo es una forma como cualquier otra de despreciarse.

Eclesiastés, 3, 1-8, un sabio escéptico de hace veinticuatro siglos: “Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el cielo; un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para curar; un tiempo para destruir y un tiempo para edificar; un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar…un tiempo para guardar y un tiempo para desechar”.

Y me pregunto, ¿qué debemos guardar y qué desechar? Cada uno sabrá.

Cuenta Ernst Jünger en su libro sobre el sentido del tiempo El Reloj de Arena una anécdota atribuida al pintor Degas. Ocurrió por la época en que hicieron su aparición en París los primeros teléfonos. Degas estaba invitado a comer en casa de uno de sus protectores, que se había hecho instalar una línea telefónica. Para poner de relieve debidamente aquel invento, el anfitrión había encargado que lo llamasen durante la visita. Cuando volvió de mantener la conversación por teléfono, miró expectante a su invitado y Degas dijo: “O sea, que eso es el teléfono: suena un timbre y usted debe acudir”. Más adelante, añade Jünger: «Quien vive inmerso en este altivo mundo de titanes, en sus goces, en sus ritmos y peligros, puede conseguir grandes cosas, pero no es capaz de juzgarlas. (…) En este sentido, el reloj de arena es un buen punto de apoyo para la crítica del discernimiento, una adición sedante a nuestro mundo vertiginoso, una adición anterior a Copérnico pero aún más relevante si tenemos en cuenta que nos hallamos en un terreno que separa la doctrina de Copérnico de un nuevo concepto del tiempo y del espacio».

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