Trolls reventadores (I)
La conveniencia de admitir que los trolls pongan sin censura alguna sus destructivas bobadas es discutible. En algunos blogs los comentarios son aceptados o no, según criterio del mismo autor del post o del jefe de la sección.
Morfología Tenía pensado titular este escrito Breve tratado sobre los «trolls» o reventadores, en el que se describe su morfología, se indican los signos que los identifican y se ofrecen pautas para el tratamiento literario que les conviene. Pero el que gobierna esta sección me ha indicado –con toda delicadeza, por cierto– que quizá el título resultaba excesivamente largo. Y yo, acogiendo dócilmente sus apreciaciones, he dejado el título en lo que ustedes ven. Reventadores.– El Diccionario de la Real Academia, en su edición 22, define al reventador como: «Persona que asiste a espectáculos o reuniones públicas de diversa naturaleza, dispuesta premeditadamente, por diferentes motivos, a mostrar de modo ruidoso su desagrado o a provocar el fracaso de dichas reuniones». A veces, aunque no siempre, los reventadores están pagados por personas que odian al autor de la obra y que pretenden hundirla y acabar con ella. Tengo entendido que, al menos como gremio, ya no existen, pero que los hubo cuando el teatro suscitaba grandes pasiones. Troll.– Por no complicar demasiado mi escrito, no entro en mi estudio a distinguir entre los comentarios publicados a artículos de un Periódico digital, a textos de blogs alojados en él, a blogs personales autónomos, etc. Me limito por el momento a comprobar que entre los comentaristas que ponen sus textos en internet pulula hoy una especie semejante a la del reventador, que en el lenguaje de la web suele llamarse troll (o trol). La palabra evoca la idea de «picar en el anzuelo» (troll es en inglés un tipo de anzuelo). Y aunque los trolls no son pagados para que intervengan en los blogs, sino que lo hacen por iniciativa propia –se supone–, es claro que tratan de reventar un cierto post (el artículo, el mensaje) que se ha publicado, haciendo comentarios que ignoran por completo su argumentación, la tergiversan, no atienden a razones, desvían el tema a otros asuntos que nada tienen que ver con él, e incluso provocan flamewars (guerras-incendiarias), enfrentando a unos comentaristas con otros. Sobre todo en ciertos artículos de tema polémico, es muy raro que entre los comentaristas falte algún troll. ¿Conviene tolerar a los trolls?.– La conveniencia de admitir que los trolls pongan sin censura alguna sus destructivas bobadas es discutible. En algunos blogs los comentarios son aceptados o no, según criterio del mismo autor del post o del jefe de la sección. Hace unos días el autor de Cor ad cor loquitur anunciaba que en adelante él mismo moderaría todos los comentarios que llegaran a su blog, eliminando los que considere nocivos por no pertinentes, por insultantes o por otras razones graves. Más frecuente es que los artículos y blogs den libre acceso a todos los comentarios que les van llegando. Y el mundo de los comentarios así introducidos en la web posee rasgos peculiares, propios, muy diferentes, por ejemplo, de los habituales en los comentarios publicados en las Cartas al Director de los Diarios de papel. Lo normal es que en estos Diarios haya una sección de la Secretaría de Redacción, que selecciona algunas de las muchas cartas que reciben, publicando solo unas pocas y destinando las demás a la papelera. Este procedimiento es muy diferente al que normalmente se sigue en los Periódicos digitales y en los blogs autónomos o alojados en aquellos. Gracias a Internet, llegan estos comentarios a cualquier hora del día y de la noche, aparecen inmediatamente en la web, y siguen llegando a veces durante días, enviados por un mismo comentarista obsesivo, que quizá utiliza nicks diferentes (nickname, alias, nombre). Blogs religiosos y concretamente católicos.– Mis reflexiones van a centrarse en el campo de los artículos y blogs que en la web tratan de temas religiosos y que son de orientación católica. Aunque creo que lo que señalo puede tener también aplicación a los comentarios realizados en otras familias de blogs. Agresividad.– Hago notar, en primer lugar, el nivel sorprendente de agresividad que suele darse en los comentarios, sobre todo, claro está, cuando versan sobre un tema polémico. El comentarista adversario del post concreto, sea o no reventador, se lanza con frecuencia no solo contra la tesis del artículo, sino también contra su autor, y no es raro que lo descalifique con insultos y sarcasmos. He observado que esa agresividad se contagia no pocas veces incluso a personas discretas y benignas, que tratan enérgicamente de atajar las embestidas de los rolls-reventadores. Es curioso. Unos y otros –aunque unos más que otros– muestran una agresividad que no se encuentra fácilmente ni en la prensa de papel, ni en las tertulias domésticas, académicas o radiofónicas. Aunque sí se hallan, y en modos de violencia aún mayores, en ciertos programas degradados y degradantes de la televisión. ¿Tiene remedio este problema? ¿Cómo convertir la algarabía, a veces difícilmente soportable, de los patios de comentarios en salas dignas, en nuestro caso cristianas, donde se se discuta con inteligencia y cortesía un tema, haciendo uso de la razón y de la fe? Permítanme que ofrezca algunos consejos. Por el momento, en esta I Parte, uno solo, previo y fundamental: Ignorar al troll-reventador.– ¿Qué se hace normalmente cuando en una tertulia entre amigos o en un diálogo académico alguien dice una enorme tontería o se desvía hacia algún tema que nada tiene que ver con el objeto de la conversación? Lo conveniente, y lo que suele hacerse, es que se ignora la intervención lamentable, dejándola discretamente sin comentario, al mismo tiempo que se procura reconducir la charla a la cuestión verdadera de la discusión. Pero esto es justamente lo contrario de lo que se hace muchas veces en los comentarios de web. Cuando se da acceso libre a los comentarios, y entra algún troll-reventador, los otros comentaristas deben tener buen cuidado de aislarlo por el silencio, y de no irse en sus intervenciones detrás de lo que él ha dicho. No excluyo que en alguna ocasión convenga rebatir al troll, sobre todo para evitar daños y engaños a terceros. Pero, en general, seguirle el aire solo lleva a transformar el patio de los comentarios en un cúmulo ilegible de digresiones absurdas, argumentos vacíos y toda clase de disparates, que nada tienen que ver con el post que presuntamente «comentan». Ignorar al troll-reventador. De acuerdo. Pero ¿cómo discernir el auténtico troll, al que conviene aplicar ese tratamiento? Muy fácilmente. Comprobando si en sus comentarios muestra tener uso de razón y de fe, y guardando las leyes de la lógica. Pero de esto trataré en la II Parte de mi Breve tratado sobre los «trolls» reventadores. José María Iraburu, sacerdote Trolls reventadores (y II)
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