Las parejas de hecho
En realidad la unión o amor libre representa un retroceso en la evolución afectiva, porque se trata de una tendencia egocéntrica, sin verdadera donación de sí mismo. La aventura del amor, o se recorre con decisión, o no es amor.
por Pedro Trevijano
Actualmente entre los jóvenes hay la moda de irse a convivir juntos. Las parejas de hecho, es decir, las que no se casan pero viven juntas, son cada vez más numerosas. Es un fenómeno corriente. A estas uniones se les llama parejas de hecho precisamente porque carecen de la estabilidad, las obligaciones y la dimensión pública que tiene el matrimonio. Estas parejas quieren que su relación sea un remedio a su soledad y una fuente de placer; consideran su unión como un asunto meramente privado, un acto que no concierne para nada a la sociedad, y en el que ésta no tiene porqué intervenir mediante cláusulas legales o ceremonias religiosas: la convivencia es sólo cosa suya. Su unión es de carácter afectivosensual, supone una cohabitación acompañada de relación sexual pero distinta de la relación meramente ocasional, por lo que hay mientras dura la relación una cierta fidelidad, si bien se niegan a asumir vínculo alguno, ya que lo que pretenden es mantener el amor alejado de la institucionalización. Su mentalidad es que la relación dura lo que dure el amor. Para ellos lo de los "papeles" les viene un poco grande, y no lo entienden mucho, pues piensan que si se aman, ¿para qué casarse? En estas uniones no existe una relación personal de carácter jurídico, aunque a veces se inscriban en un registro como parejas de hecho y no les quede más remedio que realizar numerosos actos que les comprometen jurídica y económicamente, como p. ej. la compra de una vivienda, el reconocimiento del hijo por los dos o los procedimientos para beneficiarse de alguna prestación social. Normalmente se da el deseo de conservar la libertad sexual con evasión de responsabilidad. Les da miedo el sí para siempre, por lo que suele ser una condición transitoria cuyas tasas de separación y ruptura son muy superiores a los de las parejas casadas. Generalmente va acompañada de una mentalidad anticonceptiva que disocia sexualidad y procreación, por lo que el rechazo del niño supone otro motivo más para no comprometerse. En realidad la unión o amor libre representa un retroceso en la evolución afectiva, porque se trata de una tendencia egocéntrica, sin verdadera donación de sí mismo. La aventura del amor, o se recorre con decisión, o no es amor. La entrega del amor debe ser total, no admite medias tintas. No hay dos clases de amor, uno temporal y otro definitivo. El amor o es para siempre o renuncia a ser amor. No creo que a una chica le guste mucho una declaración sólo temporal de amor y sin embargo el amor libre queda limitado en el tiempo y en la intensidad de la donación. Al disociarse la sexualidad del amor, cada miembro de la pareja usa del otro para satisfacerse a sí mismo. Por ello el amor libre tiene un elevado número de fracasos, pues supone un máximo de inseguridad en la vida afectiva, con una desconfianza radical hacia el otro, lo que no es ciertamente conveniente. Aunque las leyes civiles deben respetar la libertad de los adultos a vivir su sexualidad y afectividad como les plazca, no parece razonable proteger estas situaciones de forma análoga al matrimonio, porque, por una parte, son los propios sujetos, quienes no desean que su relación tenga un carácter jurídico ni social, pues pudiendo contraer matrimonio, no lo hacen, y, por otra, proporcionaríamos más ventajas a los convivientes que a los cónyuges, pues mientras los cónyuges tienen derechos y deberes, los convivientes no asumen deberes, por lo que sólo tendrían derechos sin sus obligaciones correspondientes. La ausencia de vínculo, y en consecuencia, de una relación jurídica propiamente dicha entre los convivientes, pone de relieve las dificultades para considerar como familia, también desde el punto de vista jurídico, la resultante de una unión no matrimonial, pues lo que pretende el Derecho de familia es tutelar un estilo de vida que asegure la estabilidad social y el recambio de las generaciones. No son lo mismo unos cónyuges unidos por un vínculo público y responsablemente asumido frente a la sociedad, formando un hogar dispuestos a acoger una descendencia y educarla, solidaria también con sus mayores, que una pareja cerrada en ella y que no asume responsabilidades ante nadie. Por su egoísmo, la pareja de hecho no sólo no prepara el futuro de la sociedad, sino ni siquiera el propio ante la ancianidad. Si alguien quiere fracasar en la vida en su intento de alcanzar la felicidad, hay una fórmula que da un gran resultado y de la que tengo experiencia con cientos o miles de casos: alejarse de la fe, ser egoísta, no comprometerse definitivamente nunca en temas de amor y unirse con otra persona que piense también así. Pedro Trevijano, sacerdote
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