Una clave de Benedicto XVI
El gesto de su renuncia, por muchos tal vez todavía no asimilado o visto parcialmente, con mirada sólo humana, o con ojos calculadores, políticos o interesados como se ve casi todo hoy, ese gesto –para mí– ha sido su mejor encíclica, su mejor libro, su mejor discurso, que haya dicho o escrito, porque nos ha dicho y escrito, hecho carne de su carne, el texto de lo que es lo más fundamental y básico para los hombres: Dios
Dentro de unos días se cumplirá el primer aniversario del anuncio de su renuncia a la Sede de Pedro del Papa Benedicto XVI. A todos nos llenó de sorpresa. ¡Cuántos interrogantes, cuántas cábalas, cuántas hipótesis, cuántas elucubraciones! Pero aquél era el gesto con que culminaba y resumía su pontificado y la trayectoria y «lógica» de su vida. Un Pontificado y una vida que siempre nos ha dicho y entregado a todo el mundo el gran mensaje, la gran verdad, la gran luz que todos necesitamos, que el mundo necesita: sólo Dios.
Como todo junto, y de una vez, de una vez por todas, nos dijo con aquel gesto y anuncio, y sigue diciéndonos ahora con su vida escondida con Cristo en Dios, en un silencio semejante al de Nazaret o al de la Cruz, en una «clausura» para la oración y la contemplación, para sólo Dios y para Dios, en una kénosis o despojamiento, imitando, o más bien, teniendo, los mismos sentimientos de Jesús, como dice San Pablo a los filipenses, que Dios existe, que Dios es, que Dios es amor, que Dios es el centro de todo, que ama a los hombres con verdadera pasión –lo vemos y palpamos en la de su Hijo– y no los abandona, y suscita y genera una confianza que sobrepasa los cálculos y estrategias humanas, y que es Él quien guía y conduce la historia, y lleva a la Iglesia, la cuida, la alimenta, la orienta y que estamos en sus manos –¡y qué manos de amor y misericordia, de Padre verdadero!–.
El gesto de su renuncia, por muchos tal vez todavía no asimilado o visto parcialmente, con mirada sólo humana, o con ojos calculadores, políticos o interesados como se ve casi todo hoy, ese gesto –para mí– ha sido su mejor encíclica, su mejor libro, su mejor discurso, que haya dicho o escrito, porque nos ha dicho y escrito, hecho carne de su carne, el texto de lo que es lo más fundamental y básico para los hombres: Dios. En su libro «Jesús de Nazaret», al abordar el tema de las tentaciones de Jesús, se pregunta: «¿Qué es lo que nos traído Jesús?». Y su respuesta es muy sencilla, pero donde está todo y se contiene todo: «Nos ha traído a Dios». Benedicto XVI también, por su parte, nos ha traído a Dios, ha confiado en Él y nos ha confiado a El. Y no ha fallado. La prueba la tenemos en el Papa Francisco, que le ha sucedido: el que Dios mismo ha elegido para sucederle y para conducir a la Iglesia por caminos de continuidad y no de ruptura, por vías de esperanza –hay que ver la esperanza que está suscitando Francisco–, por las sendas de la misericordia y de la caridad –las que estamos viendo y palpando en Francisco–, guiada por la luz de la fe y de la verdad, esa verdad que se realiza en la caridad. Pero es que eso mismo ha sido precisamente Benedicto; y como botón de muestra recordemos sus tres encíclicas : «Deus caritas est» (Dios es amor, caridad), «Ventas in caritate» (Caridad en la verdad) , «Spe Salvi» (Salvados en esperanza); y, podemos añadir, la encíclica casi terminada por Benedicto y asumida después por Francisco, en un gesto precioso de humildad y sabiduría, «Lumen fidei» (La luz de la fe).
Para acabar, reafirmando esto, puedo contar una anécdota personal que corrobora esta centralidad de Dios en Benedicto XVI –que es clave de todo y para todos–. Hacía cuatro días que se había hecho público mi nombramiento como obispo de Ávila; vine a Roma para entrevistarme, en calidad de secretario de la Comisión Doctrinal Española, con el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Nunca olvidaré aquella entrevista. Su trato, como siempre ha sido con todos, fue exquisito, cercano, sencillo, amable, delicado, cordialísimo. El asunto por el que me entrevistaba se despachó en seguida y entró él en mi nombramiento reciente como obispo de Ávila. En aquel encuentro, como un padre o como un hermano mayor, me habló, más o menos en estos términos, que resumo: «El Santo Padre le ha nombrado obispo de Ávila, famosa por sus murallas, cierto, pero, sobre todo importante por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz y ya sabe lo que estos santos nos indican: «Sólo Dios, sólo Dios basta». Esto es lo principal para el ministerio episcopal: Dios por encima de todo, vivir y actuar en comunión con la voluntad de Dios, ser testigo de Dios, adorar a Dios, anunciar en todo momento a Dios, ayudar a conocer y amar a Dios; Dios siempre y por encima de todo. Éste debería ser el norte y el horizonte de su ministerio episcopal, de todo obispo, el de la Iglesia». Y eso, por su luz y con la ayuda de Dios, y el apoyo de los santos abulenses, es lo que me ha guiado en los casi 22 años de obispo. Pero es que esto es lo que hemos podido aprender y seguir aprendiendo de Benedicto XVI. ¡Gracias de verdad y de todo corazón, querido Benedicto XVI! Es lo que todos estamos necesitando, y ése es el futuro; con esto iremos por camino seguro, certero y con luz; con eso haremos todos juntos en una fraternidad total hacia esa nueva tierra donde habite la justicia y el amor.
© La Razón
Como todo junto, y de una vez, de una vez por todas, nos dijo con aquel gesto y anuncio, y sigue diciéndonos ahora con su vida escondida con Cristo en Dios, en un silencio semejante al de Nazaret o al de la Cruz, en una «clausura» para la oración y la contemplación, para sólo Dios y para Dios, en una kénosis o despojamiento, imitando, o más bien, teniendo, los mismos sentimientos de Jesús, como dice San Pablo a los filipenses, que Dios existe, que Dios es, que Dios es amor, que Dios es el centro de todo, que ama a los hombres con verdadera pasión –lo vemos y palpamos en la de su Hijo– y no los abandona, y suscita y genera una confianza que sobrepasa los cálculos y estrategias humanas, y que es Él quien guía y conduce la historia, y lleva a la Iglesia, la cuida, la alimenta, la orienta y que estamos en sus manos –¡y qué manos de amor y misericordia, de Padre verdadero!–.
El gesto de su renuncia, por muchos tal vez todavía no asimilado o visto parcialmente, con mirada sólo humana, o con ojos calculadores, políticos o interesados como se ve casi todo hoy, ese gesto –para mí– ha sido su mejor encíclica, su mejor libro, su mejor discurso, que haya dicho o escrito, porque nos ha dicho y escrito, hecho carne de su carne, el texto de lo que es lo más fundamental y básico para los hombres: Dios. En su libro «Jesús de Nazaret», al abordar el tema de las tentaciones de Jesús, se pregunta: «¿Qué es lo que nos traído Jesús?». Y su respuesta es muy sencilla, pero donde está todo y se contiene todo: «Nos ha traído a Dios». Benedicto XVI también, por su parte, nos ha traído a Dios, ha confiado en Él y nos ha confiado a El. Y no ha fallado. La prueba la tenemos en el Papa Francisco, que le ha sucedido: el que Dios mismo ha elegido para sucederle y para conducir a la Iglesia por caminos de continuidad y no de ruptura, por vías de esperanza –hay que ver la esperanza que está suscitando Francisco–, por las sendas de la misericordia y de la caridad –las que estamos viendo y palpando en Francisco–, guiada por la luz de la fe y de la verdad, esa verdad que se realiza en la caridad. Pero es que eso mismo ha sido precisamente Benedicto; y como botón de muestra recordemos sus tres encíclicas : «Deus caritas est» (Dios es amor, caridad), «Ventas in caritate» (Caridad en la verdad) , «Spe Salvi» (Salvados en esperanza); y, podemos añadir, la encíclica casi terminada por Benedicto y asumida después por Francisco, en un gesto precioso de humildad y sabiduría, «Lumen fidei» (La luz de la fe).
Para acabar, reafirmando esto, puedo contar una anécdota personal que corrobora esta centralidad de Dios en Benedicto XVI –que es clave de todo y para todos–. Hacía cuatro días que se había hecho público mi nombramiento como obispo de Ávila; vine a Roma para entrevistarme, en calidad de secretario de la Comisión Doctrinal Española, con el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Nunca olvidaré aquella entrevista. Su trato, como siempre ha sido con todos, fue exquisito, cercano, sencillo, amable, delicado, cordialísimo. El asunto por el que me entrevistaba se despachó en seguida y entró él en mi nombramiento reciente como obispo de Ávila. En aquel encuentro, como un padre o como un hermano mayor, me habló, más o menos en estos términos, que resumo: «El Santo Padre le ha nombrado obispo de Ávila, famosa por sus murallas, cierto, pero, sobre todo importante por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz y ya sabe lo que estos santos nos indican: «Sólo Dios, sólo Dios basta». Esto es lo principal para el ministerio episcopal: Dios por encima de todo, vivir y actuar en comunión con la voluntad de Dios, ser testigo de Dios, adorar a Dios, anunciar en todo momento a Dios, ayudar a conocer y amar a Dios; Dios siempre y por encima de todo. Éste debería ser el norte y el horizonte de su ministerio episcopal, de todo obispo, el de la Iglesia». Y eso, por su luz y con la ayuda de Dios, y el apoyo de los santos abulenses, es lo que me ha guiado en los casi 22 años de obispo. Pero es que esto es lo que hemos podido aprender y seguir aprendiendo de Benedicto XVI. ¡Gracias de verdad y de todo corazón, querido Benedicto XVI! Es lo que todos estamos necesitando, y ése es el futuro; con esto iremos por camino seguro, certero y con luz; con eso haremos todos juntos en una fraternidad total hacia esa nueva tierra donde habite la justicia y el amor.
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