Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El camino de Santiago, camino de Emaús


Desde un punto de vista sacerdotal es un lugar donde te sientes de verdad enviado e instrumento de Dios y un encuentro maravilloso con la realidad del mundo, pues allí te encuentras desde gente a la que el único adjetivo que le puedes calificar es de santa, incluso en grado asombroso.

por Pedro Trevijano

Llevo ya cuatro años, estos dos últimos seguidos, yendo a confesar a Santiago. Desde un punto de vista sacerdotal es un lugar donde te sientes de verdad enviado e instrumento de Dios y un encuentro maravilloso con la realidad del mundo, pues allí te encuentras desde gente a la que el único adjetivo que le puedes calificar es de santa, incluso en grado asombroso, pues lo que busca es qué es lo que Dios está esperando de él o ella para realizar su voluntad, hasta gente que, consciente que está equivocando el centro de su vida, desea rehacerlo con un giro de ciento ochenta grados. Hoy quiero centrarme sobre lo que significa desde un punto de vista espiritual, la peregrinación a Santiago. Es indudable que mucha gente no va a Santiago por motivos de fe o de espiritualidad. Sin embargo el peregrino, y entiendo por tal quien hace varios días de caminar o ir en bici, se encuentra con una realidad que no tiene en su vida ordinaria: tiene tiempo. Y ese tiempo, como no puede dedicarlo todo a charlar o hacer amistades, y como muchas veces también, aunque su finalidad no sea directamente religiosa, quiere pensar en cómo reordenar su vida o simplemente se le impone el hecho que durante bastante rato hace el camino en solitario o en silencio, se le presenta la ocasión de reflexionar y pensar. Y es en esos momentos cuando Dios aprovecha para hacerse presente en el alma de ese peregrino y llevarle también a un encuentro con Él, encuentro con el que el peregrino, al partir de su casa, seguramente no contaba. Por ello no es de extrañar las confesiones de gente que hace muchos, a mejor dicho, muchísimos años no lo hacía, o, como me ha sucedido este año con unos cuantos adultos y con relativa frecuencia: “es la primera confesión de mi vida o desde el día de mi primera comunión”. La gran mayoría se encuentran contentísimos con la experiencia realizada, cuyo final, de encuentro con Dios y de confesión sacramental, a menudo no estaba en sus proyectos originales.. O bien te dicen: “en el momento más inesperado, y cuando ya pensaba darme por vencido, una fuerza misteriosa me ha hecho seguir, o me he encontrado con un peregrino, cuando ya estaba a punto de renunciar, que se ha puesto junto a mí, se ha puesto a hablarme y ha hecho que ni me acordase de mis heridas y cansancio y lograse llegar a buen término mi jornada”. Y es que en la peregrinación hay una solidaridad muchísimo mayor de la que suele haber, pongamos por caso, en un grupo de turistas. Ante hechos así, no puedo por menos de pensar en cuántos peregrinos se han dejado llevar por Dios, y han actuado, incluso sin saberlo ellos mismos, como actuó Jesús en el camino de Emaús y han sido para otros peregrinos lo que Jesús fue en la tarde noche de aquel día. Por ello he titulado así estas líneas: el camino de Santiago, camino de Emaús. También ello da origen a incidentes cómicos, como me contaba un conocido que hizo el camino en bici, y vieron una chica que, víctima de las ampollas, apenas podía seguir. Caballerosamente le dejaron una bici, justo cuando empezaba un puerto. Imaginaros la indignación y el sentimiento del ridículo de estos caballeros hispanos cuando la chica nada más empezar la subida les enseñó el sillín y no pudieron seguirla. Arriba les esperaba y les dijo: “Es que soy ciclista profesional”. Es cierto que el camino también tiene inconvenientes, como el que, debido a su dureza, los nervios están a flor de piel, y suceden pequeñas broncas. Pero creo que también es bueno que, cuando uno está realizando lo que él piensa es una buena acción, sea consciente de sus límites y limitaciones. Por todo ello estoy convencido de que el camino son unos auténticos ejercicios espirituales, por supuesto muy distintos de los ignacianos. Personalmente intento inculcar a mis penitentes tres cosas, que pienso son necesarias en cualquier vida cristiana: la necesidad de fe, puesto que Lc 17,5 nos dice: “Dijeron los apóstoles al Señor; Acrecienta nuestra fe”. Si esto se lo dicen los apóstoles, nosotros con mayor motivo; la necesidad de oración, base de la vida cristiana; y la necesidad de alegría: “Alegraos siempre en el Señor, de nuevo os digo: alegraos”(Flp 4,4) Lo que ya no sé es si llamarlos una nueva forma de ejercicios, por el enorme auge de estos años, o antiguos, porque evidentemente su origen está en la Edad Media. De lo que también estoy convencido es que el Espíritu Santo está detrás, lo que es particularmente importante en estos tiempos de secularización. Pueden suceder muchas cosas, menos una, que Jesús incumpla su Palabra: “Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo”(Mt 28,20). Pedro Trevijano, sacerdote.
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