Desatados
Nos estamos deslizando por una pendiente muy peligrosa. Quien no esté en plena forma - ¿quién lo está? – es candidato al suicidio asistido. Y todos los futuros ciudadanos, si nacen, serán auténticos supervivientes de una poderosa conspiración en contra de sus vidas.
Nuestros gobernantes parecen estar “desatados”; es decir, dan la impresión de proceder sin freno y desordenadamente. Sin freno, desde luego. Dicen ellos mismos que su ideología incorpora asertos como éste: “el propietario de tu cuerpo eres tú. Tú eres quien toma decisiones. Eso es ideología socialista” (Bernat Soria). Esta máxima se usa como cobertura ideológica del proyecto de eutanasia o de “suicidio asistido”. Si lo he entendido bien, esto significa que si deseo morirme, por razones que sólo a mí me incumben, me dirijo al médico de guardia y le pido: “por favor, asístanme en mi suicidio”. Es decir, yo le pido al Estado que colabore conmigo en el acto de quitarme voluntariamente la vida. Y el Estado pondrá a mi disposición los recursos necesarios para que, en vez de ahorcarme colgándome de una viga, me inyecten en vena alguna solución letal. Si ya resulta llamativa esta disponibilidad del Estado a contribuir a mi muerte provocada, mucho más llama la atención que el mismo Estado se preste a decidir no sobre el propio cuerpo de cada uno, sino sobre el cuerpo, y sobre la vida, de otro. Y eso sucede en el aborto. Unas personas – la madre, el padre, los médicos – se ponen de acuerdo en eliminar violentamente a un tercero – al niño – que no puede dar ni su opinión ni su consentimiento. Nos estamos deslizando por una pendiente muy peligrosa. Quien no esté en plena forma - ¿quién lo está? – es candidato al suicidio asistido. Y todos los futuros ciudadanos, si nacen, serán auténticos supervivientes de una poderosa conspiración en contra de sus vidas. Todos sabemos que el sufrimiento se debe evitar. Para eso están los cuidados paliativos. Que deben mejorarse y extenderse. Pero ningún cuidado puede paliar el sufrimiento que comporta, se quiera o no, la propia vida. Ese sufrimiento existencial no necesita ser paliado; necesita ser redimido; necesita encontrar un sentido, una razón de ser; necesita ser superado por un amor más fuerte que el dolor. Y esta redención no está en manos de los ministros. Está sólo en manos de Dios. Y en las nuestras. Acompañando con nuestra comprensión a quien, por un motivo u otro, experimenta los zarpazos de la pena o de la angustia. De seguir así, cada niño que nazca abrirá sus ojos de par en par y, con palabras o sin ellas, dirigirá a sus padres y a los médicos un interrogante mudo, pero elocuente: ¿Por qué yo sí y mis hermanos no? ¿Por qué me habéis dejado vivir? ¿Hasta cuándo me dejaréis hacerlo? El socialismo, dicen, buscaba la distribución de los bienes. Parece que entre esos bienes no se cuenta la vida. Se han apuntado al egoísmo individualista, burgués, que sacrifica cualquier cosa – hasta la vida – a un bienestar mediocre. Guillermo Juan Morado, sacerdote
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