Falacias sobre el aborto
Secundar esta pretendida libertad a ultranza de la mujer, para incluso disponer de la vida de un ser vivo no deseado, tal y como preconizan numerosos partidos políticos, en vez de constituir una conquista de la mujer y tener efectos liberadores, supone un ataque a la dignidad de la persona
por Javier Pereda
Con el anteproyecto de ley del Gobierno sobre el aborto, se ha acentuado más, si cabe, un intenso debate social, en el que no dejan de manejarse argumentos con cierta falta de consistencia. Para algunos, en un claro intento de descalificación, esta reforma no gozaría de la mayoría social –sí que lo sería la ley Aído-, y pretendería contentar a unos minoritarios sectores conservadores a los que se les tilda de extrema derecha y, constantemente se insiste, que serían afines a determinadas confesiones religiosas. Sin embargo, quienes mantienen ese relato olvidan que el partido del Gobierno obtuvo la mayoría absoluta con casi once millones de votos en las últimas elecciones de 2011, es decir, casi cuatro millones de votos más que el partido de la oposición, y que ya en su programa electoral preveía esta reforma. En consecuencia, contrariamente a lo que se esgrime, existe un importante número y respaldo social de quienes quieren expresamente que se reforme la todavía vigente ley, en la que se reconoce el derecho a abortar. El problema radica en que determinadas formaciones políticas manifiestan su sentido democrático no admitiendo la posibilidad de que otros ciudadanos piensen de forma contraria a la suya, porque se sienten en la superioridad moral para establecer los criterios y cánones de qué es lo ético, con falta de respeto a las posiciones que no coincidan con las suyas, ya que sólo admiten como verdaderos sus postulados, que elevan a la categoría de infalibles dogmas de fe. De ahí que dentro de sus pulsiones antidemocráticas y totalitarias se sirvan de la crítica falsa y mordaz, excretando que esta reforma la sustentan minoritarios sectores radicales, cuando la realidad numérica de los votos desmiente esas afirmaciones. Además, no se deja de repetir de forma machacona el mantra de que la Iglesia Católica está detrás de la reforma, lo cual, además de ser una obsesiva clericalización de la vida política y social, no se corresponde con la realidad, porque para defender la vida humana del que está por nacer la argumentación más contundente radica en la propia naturaleza y la razón, con independencia de planteamientos confesionales.
Y es que el discurso de quienes critican la reforma pivota sobre la sacralización del derecho de la mujer a decidir libremente sobre su cuerpo y su vida, ignorando y haciendo caso omiso de que el ser vivo humano que llevan en sus entrañas, el que está por nacer, es una persona independiente, que tiene derecho a la vida, considerada como un valor y un bien, el más importante, sin el cual ningún otro derecho le sería posible, como se reconoce en la Constitución, y así dispuso su interprete autorizado en una sentencia de 1985, pese a que interesadamente se tache de ser inconstitucional. La filosofía que subyace en las críticas que se efectúan a esta reforma, que ahora reside en los órganos consultivos, está plagada de ideología, de relativismo ético, de una exacerbada libertad individualista e insolidaria con el más desfavorecido, desprotegido e indefenso, el “nasciturus”, que, al fin y a la postre, su exterminio supone un acto antinatural de brutal violencia para la mujer, que es víctima de una ley que en vez de protegerla y darle solución a un embarazo no deseado, mediante la adopción y ayuda de todo tipo, le hacen cómplice de una aberración que le dejará secuelas de por vida.
En definitiva, es el reflejo de una concepción utilitarista y hedonista de la persona, y de una parte importante de la misma que es la sexualidad, que debido a su uso irresponsable y promiscuo, le lleva como último recurso al aborto, que se utiliza como un método anticonceptivo más. Secundar esta pretendida libertad a ultranza de la mujer, para incluso disponer de la vida de un ser vivo no deseado, tal y como preconizan numerosos partidos políticos, en vez de constituir una conquista de la mujer y tener efectos liberadores, supone un ataque a la dignidad de la persona, y hace una sociedad más cruel, injusta y deshumanizada, en la que se instala la cultura de la muerte. Si se legalizara la liberticida injusticia contra el derecho más importante de los más desprotegido, el “nasciturus”, entonces cualquier otra aberración estaría permitida.
Y es que el discurso de quienes critican la reforma pivota sobre la sacralización del derecho de la mujer a decidir libremente sobre su cuerpo y su vida, ignorando y haciendo caso omiso de que el ser vivo humano que llevan en sus entrañas, el que está por nacer, es una persona independiente, que tiene derecho a la vida, considerada como un valor y un bien, el más importante, sin el cual ningún otro derecho le sería posible, como se reconoce en la Constitución, y así dispuso su interprete autorizado en una sentencia de 1985, pese a que interesadamente se tache de ser inconstitucional. La filosofía que subyace en las críticas que se efectúan a esta reforma, que ahora reside en los órganos consultivos, está plagada de ideología, de relativismo ético, de una exacerbada libertad individualista e insolidaria con el más desfavorecido, desprotegido e indefenso, el “nasciturus”, que, al fin y a la postre, su exterminio supone un acto antinatural de brutal violencia para la mujer, que es víctima de una ley que en vez de protegerla y darle solución a un embarazo no deseado, mediante la adopción y ayuda de todo tipo, le hacen cómplice de una aberración que le dejará secuelas de por vida.
En definitiva, es el reflejo de una concepción utilitarista y hedonista de la persona, y de una parte importante de la misma que es la sexualidad, que debido a su uso irresponsable y promiscuo, le lleva como último recurso al aborto, que se utiliza como un método anticonceptivo más. Secundar esta pretendida libertad a ultranza de la mujer, para incluso disponer de la vida de un ser vivo no deseado, tal y como preconizan numerosos partidos políticos, en vez de constituir una conquista de la mujer y tener efectos liberadores, supone un ataque a la dignidad de la persona, y hace una sociedad más cruel, injusta y deshumanizada, en la que se instala la cultura de la muerte. Si se legalizara la liberticida injusticia contra el derecho más importante de los más desprotegido, el “nasciturus”, entonces cualquier otra aberración estaría permitida.
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