España descarrila con los masones al mando (II)
Las medidas represivas fernandinas, llamadas purificaciones, no evitaron que renaciera el golpismo, sino al contrario, lo avivaron, apoyado siempre en las tramas secretas.... Pero lo que vino después todavía fue más calamitoso, con la venerable fraternidad siempre en primera línea de fuego
El desbarajuste español del trienio constitucional fomentado por las logias, alarmó a Europa, temerosa de que semejante desmadre se propagase al continente. Con esa alarma, el Congreso de Verno (30-X1822), acordó intervenir en España. Para ello suscribieron un acuerdo secreto las grandes potencias continentales de la época: Rusia, Austria, Prusia y Francia, encargando a esta última, por razones de vecindad, el envío de un cuerpo expedicionario para restablecer el orden y el absolutismo. El 7 de abril de 1823 cruzaban el Bidasoa, bajo el mando del duque de Angulema, los llamados "Cien mil hijos de San Luis", que avanzaron hacia el sur como si se tratara de un paseo militar. Sólo Espoz y Mina, capitán general de Cataluña, ofreció alguna resistencia, pero bloqueado en Barcelona, huyó a Inglaterra, como otros muchos masones, donde hallaron refugio y protección "fraterna" en el gobierno "tory" del duque de Wellington, también cofrade. Fernando VII, repuesto en su trono despótico, emprendió una represión inclemente contra los hijos de la Viuda y de cuantos consideraba enemigos de su poder. Las medidas represivas fernandinas, llamadas purificaciones, no evitaron que renaciera el golpismo, sino al contrario, lo avivaron, apoyado siempre en las tramas secretas. La primera intentona antiabsolutista de la "ominosa década" corrió a cargo de los hermanos Fernández Bazán -Antonio, coronel, y Juan-, que al frente de una exigua fuerza de sesenta hombres, llegaron por mar e intentaron desembarcar en Guardamar (Alicante), la noche del 18 al 19 de febrero de 1826. Sorprendidos por las tropas realistas, se dieron a la fuga, pero capturados seguidamente, fueron ejecutados. La revolución de julio de 1830 depuso en Francia al Borbón Carlos X, y en su lugar entronizó a Luis Felipe de Orleans, masón, hijo de "Felipe Igualdad", que aparte de otras medidas "liberales", impuso el laicismo de Estado. Los enmandilados españoles refugiados en Londres se trasladaron sin pérdida de tiempo a Francia, y sin pérdida de tiempo se pusieron manos a la obra de conspirar a destajo. Inició la nueva serie golpista el coronel navarro, Joaquín de Pablo, (a) "Chapalangarra", tipo excéntrico y desmedido, "ignorante y apasionado" lo llama Alcalá Galiano, que pretendió entrar por los montes de Navarra con un puñado de adictos, para "levantar en armas a los españoles contra la opresión absolutista". Los avisados del otro bando recibieron a los excursionista con las atenciones de ordenanza. "Chapalangarra" resultó herido y a continuación fusilado con varios de los suyos. Aún más rocambolesca, disparatada y trágica fue la aventura del general José María Torrijos, comunero. Tras una intentona fallida (20-I1831) de desembarcar en Algeciras partiendo de Gibraltar, lo intentó de nuevo a finales de noviembre de ese mismo año por la zona de Málaga. Atacada su embarcación por el guardacostas Neptuno, obligó a los expedicionarios a desembarcar precipitadamente en la playa de Fuengirola, donde fueron hechos prisioneros Torrijos y la mayoría de sus acompañantes, entre los que figuraban ilustres personajes del trienio constitucional (Francisco Fernández Golfín, ministro de la Guerra; Flores Calderón, presidente de las Cortes; Salvador Manzanares, ministro de la Gobernación; el coronel de artillería, Ignacio López Pinto, etc.), fusilados todos ellos el 11 de diciembre de 1831. Una víctima "colateral", como se diría ahora, de aquel drama, fue la granadina Marianita Pineda, sorprendida bordando, con otra mujeres, un bandera bicolor con el lema "Ley, libertad e igualdad". Condenada a muerte "por su exaltada adhesión al sistema constitucional revolucionario y por su relacion y contacto con los anarquistas expatriados en Gibraltar", fue ejecutada el 26 de mayo de 1831. Hubo otras maniobras de invasión peninsular, pero su descripción con algún detalle daría para mucho más de un simple artículo. Cito únicamente los nombres de sus "caudillo": el coronel Francisco Valdés, que debía completar por el Norte la operación de Torrijos; Espoz y Mina, que pretendía apoyar a Valdés, y Evaristo San Miguel, que quiso penetrar por el Pirineo catalán. Finalmente, los exiliados, divididos en parcialidades que se odiaban entre sí casi tanto como aborrecían a los absolutistas, vencidos, desmoralizados, incluso rechazados por la población, dejaron de ser un peligro o una esperanza para nadie. Así terminó, con mucha más pena que gloria, el idealismo constitucional y hasta la misma Constitución del año Doce. La enfermedad y muerte de Fernando VII (28-IX1833), fue accidentada a efectos sucesorios, como accidentado, bronco y pendular había sido su reinado. Su cuarta esposa, María Cristina de Borbón Dos Sicilias, le dio por fin una heredeara al trono, Isabel, y luego aún otra hija, Luisa Fernanda. María Cristina, a la que se enfrentó con las armas su cuñado, Carlos María Isidro, que pretendía el trono, no tuvo otra opción como reina gobernadora que poyarse en el bando contrario, es decir, en los mandiles. O con tirios, o con trayanos, porque sólo había lo que había. Decretó una amnistía general en octubre de 1832, todavía en vida del rey, pero ya muy enfermo, lo que permitió el retorno de los exiliados y, con ellos, la reanudación de las actividades masónicas y su afición a ocupar el poder. A pesar de ello, María Cristina no restableció la Constitución de Cádiz ni hizo dejación de sus amplias facultades regias. Sólo a raiz del motín masónico de los sargentos de La Granja (12-VIII1836), manipulado desde la trastienda por el incombustible hermano Álvarez Mendizábal, la reina perdió algún poder, según la Constitución del 18 de junio de 1837, pero la de Cádiz de 1812, quedó definitivamente enterrada. En los siete años de regencia de María Cristina, se sucedieron numerosos niministerios, de cuyos primeros ministros pueden recordarsre, por su significación política o personal, los siguientes: Martínez de la Rosa, conde de Toreno, Álvarez Mendizábal, Istúriz, Calatrava, Espartero, conde Ofilia, duque de Rivas, Onís, Pérez de Castro, Valentín Ferraz, Eusebio Bardají, etc., todo masones, menos, tal vez, Ofilia y Pérez de Castro. La rueda de la fortuna duró hasta que otro masón, Espartero, sacó el sable el 4 de septiembre de 1840 y puso en fuga a María Cristina y a su numerosa prole habida del matrimonio morganático con el mozo de Tarancón, Agustín Muñoz. Pero lo que vino después todavía fue más calamitoso, con la venerable fraternidad siempre en primera línea de fuego. Vicente Alejandro Guillamón España descarrila con los masones al mando (I)
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