¿Quién era el apóstol San Pablo?
El centro del anuncio de Pablo es Jesucristo, en quien resplandece la “sabiduría de la cruz”. Cristo nos otorga la filiación y constituye el fundamento de la esperanza en la resurrección. La visión de la Iglesia, de la ética y la comprensión de la acción del Espíritu Santo en la vida de los creyentes depende de esa centralidad cristológica.
San Pablo ha sido una de las figuras más importantes para la difusión del cristianismo. De “Paulus” o “Saulos”, que de las dos formas se le ha denominado – la primera forma, romana, y la segunda, judía - , encontramos información en sus propias cartas y en el libro de los “Hechos de los Apóstoles”. Nacido en Tarso de Cilicia – actualmente, en Turquía – a comienzos de la era cristiana, Pablo vivió, desde niño, en Jerusalén y allí asistió a la escuela de Gamaliel. En sus escritos se hace patente su profundo conocimiento del Antiguo Testamento: por su forma de argumentar y por su dominio de la religiosidad y de la ley judía. De la juventud de Pablo tenemos un dato no muy favorecedor. Estuvo presente en la lapidación de Esteban, el primer mártir cristiano. Pablo perseguía el cristianismo y esa actitud hostil sólo se cambió a raíz del encuentro con Jesús resucitado en el camino de Damasco. En ese misterioso encuentro, Pablo se sintió llamado a reconocer que Jesús era el Mesías, el Salvador del mundo. A partir de ese encuentro comienza la acción misionera de San Pablo; misión que se extiende a las principales regiones del imperio romano. Funda comunidades cristianas en Galacia, Éfeso, Colosas , en Tesalónica y Filipos y en Corinto. Llevado a Roma como prisionero, sufrió el martirio bajo en emperador Nerón entre los años 60 y 63. Sus cartas resultan esenciales para la configuración doctrinal del cristianismo. Eran leídas y explicadas en el seno de una comunidad reunida para celebrar la fe – tal como acontece hoy en la Iglesia -. El centro del anuncio de Pablo es Jesucristo, en quien resplandece la “sabiduría de la cruz”. Cristo nos otorga la filiación y constituye el fundamento de la esperanza en la resurrección. La visión de la Iglesia, de la ética y la comprensión de la acción del Espíritu Santo en la vida de los creyentes depende de esa centralidad cristológica. Como Pablo, también los cristianos de hoy estamos llamados a encontrarnos con el Señor Resucitado, aunque no hayamos escuchado sus palabras ni contemplado sus signos y milagros en su caminar terreno entre nosotros. Guillermo Juan Morado, sacerdote y doctor en teología
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