Liberalismo y cristianismo
Tenemos ejemplos paradigmáticos como el de las dos Coreas, que en una misma zona geográfica, antes de la guerra partían de una situación similar, pero el hecho de tener distintos regímenes políticos produce una diferencia de renta equivalente a dieciocho veces mayor a favor de la del Sur
por Javier Pereda
Con motivo de la reciente publicación de la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” del papa Francisco, se ha levantado un gran revuelo y han comenzado las quejas por parte de economistas de corte liberal, por las referencias que efectúa al libre mercado y al capitalismo.
En este documento, que algunos han calificado como programático de su pontificado, en lo atinente a las cuestiones sociales, denuncia el sistema económico actual: “la economía de la exclusión y la inequidad”, “la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil”, “la cultura del descarte”, “la globalización de la indeferencia”, “la cultura del bienestar que nos anestesia”, “la crisis financiera en contrapunto a la primacía del ser humano, que lo envilece por medio del consumo desenfrenado”, “la tiranía invisible del mercado y su autonomía absoluta que se diviniza”, por lo que exhorta a ”la solidaridad desinteresada y a una economía a favor del ser humano”, y “resolver las causas estructurales de la pobreza”.
Contrariamente a quienes piensan que en este texto se produce un ataque radical y furibundo al sistema capitalista, habría que recordar que ya Juan Pablo II, en sus tres Encíclicas sociales: “Laborem exercens”, “Sollicitudo rei socialis” y “Centesimus annus”, rechaza las ideologías totalitarias del comunismo y el socialismo, al igual que el capitalismo, el individualismo y la primacía absoluta de la ley del mercado sobre el trabajo humano, porque existen numerosas necesidades humanas que no pueden ser satisfechas por el mercado.
Sin embargo, la doctrina social de la Iglesia reconoce que un mercado competitivo es un instrumento eficaz para conseguir importantes objetivos de justicia: moderar los excesos de ganancia de las empresas, responder a las exigencias de los consumidores, realizar una mejor utilización del ahorro y los recursos, premiar los esfuerzos empresariales y la innovación, y adquirir los productos en un contexto de sana competencia. Pero aún reconociendo al mercado la función de instrumento insustituible de regulación del sistema económico, señala la necesidad de sujetarlo a principios éticos, por lo que subraya sus límites, por su incapacidad para preservar determinados criterios de justicia y equidad.
Es justamente en estos términos, como recoge el mismo Catecismo de la Iglesia, y no en otros, lo que se desprende del texto que tanto ha alarmado a estos economistas liberales. Y es que el juicio moral que expresa la Iglesia en materia económica y social –está legitimada para ello- es distinto del que desarrollan las autoridades políticas, siempre que lo exigen los derechos fundamentales de la persona.
Por lo tanto, contraponer cristianismo y capitalismo es un falso debate porque no sólo no son incompatibles sino perfectamente complementarios, siempre y cuando se observen los límites que se denuncia de forma clara y sin ambages en este documento, porque el sistema de libre mercado es perfectible.
Por otra parte, el capitalismo, cuya base es la libertad económica, ha generado la etapa de mayor crecimiento, bienestar y prosperidad de la historia, como se comprueba en el crecimiento producido en los dos últimos siglos. En aquellos países en los que hay libertad económica y Estado de Derecho, y se limita el intervencionismo estatal, se produce una mayor riqueza y, por lo tanto, se reduce la pobreza. Tenemos ejemplos paradigmáticos como el de las dos Coreas, que en una misma zona geográfica, antes de la guerra partían de una situación similar, pero el hecho de tener distintos regímenes políticos produce una diferencia de renta equivalente a dieciocho veces mayor a favor de la del Sur.
Lo mismo podríamos decir de las grandes potencias como China e India, que han liberalizado sus mercados, aunque no su sistema político, y la tasa de pobreza ha bajado notablemente, no así en los países africanos sometidos a las férreas dictaduras intervencionistas. Decía Winston Churchil que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con la excepción de todos los demás”. Algo parecido se podría parangonar de la libertad del mercado, pero siempre y cuando tenga una orientación ética y solidaria.
En este documento, que algunos han calificado como programático de su pontificado, en lo atinente a las cuestiones sociales, denuncia el sistema económico actual: “la economía de la exclusión y la inequidad”, “la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil”, “la cultura del descarte”, “la globalización de la indeferencia”, “la cultura del bienestar que nos anestesia”, “la crisis financiera en contrapunto a la primacía del ser humano, que lo envilece por medio del consumo desenfrenado”, “la tiranía invisible del mercado y su autonomía absoluta que se diviniza”, por lo que exhorta a ”la solidaridad desinteresada y a una economía a favor del ser humano”, y “resolver las causas estructurales de la pobreza”.
Contrariamente a quienes piensan que en este texto se produce un ataque radical y furibundo al sistema capitalista, habría que recordar que ya Juan Pablo II, en sus tres Encíclicas sociales: “Laborem exercens”, “Sollicitudo rei socialis” y “Centesimus annus”, rechaza las ideologías totalitarias del comunismo y el socialismo, al igual que el capitalismo, el individualismo y la primacía absoluta de la ley del mercado sobre el trabajo humano, porque existen numerosas necesidades humanas que no pueden ser satisfechas por el mercado.
Sin embargo, la doctrina social de la Iglesia reconoce que un mercado competitivo es un instrumento eficaz para conseguir importantes objetivos de justicia: moderar los excesos de ganancia de las empresas, responder a las exigencias de los consumidores, realizar una mejor utilización del ahorro y los recursos, premiar los esfuerzos empresariales y la innovación, y adquirir los productos en un contexto de sana competencia. Pero aún reconociendo al mercado la función de instrumento insustituible de regulación del sistema económico, señala la necesidad de sujetarlo a principios éticos, por lo que subraya sus límites, por su incapacidad para preservar determinados criterios de justicia y equidad.
Es justamente en estos términos, como recoge el mismo Catecismo de la Iglesia, y no en otros, lo que se desprende del texto que tanto ha alarmado a estos economistas liberales. Y es que el juicio moral que expresa la Iglesia en materia económica y social –está legitimada para ello- es distinto del que desarrollan las autoridades políticas, siempre que lo exigen los derechos fundamentales de la persona.
Por lo tanto, contraponer cristianismo y capitalismo es un falso debate porque no sólo no son incompatibles sino perfectamente complementarios, siempre y cuando se observen los límites que se denuncia de forma clara y sin ambages en este documento, porque el sistema de libre mercado es perfectible.
Por otra parte, el capitalismo, cuya base es la libertad económica, ha generado la etapa de mayor crecimiento, bienestar y prosperidad de la historia, como se comprueba en el crecimiento producido en los dos últimos siglos. En aquellos países en los que hay libertad económica y Estado de Derecho, y se limita el intervencionismo estatal, se produce una mayor riqueza y, por lo tanto, se reduce la pobreza. Tenemos ejemplos paradigmáticos como el de las dos Coreas, que en una misma zona geográfica, antes de la guerra partían de una situación similar, pero el hecho de tener distintos regímenes políticos produce una diferencia de renta equivalente a dieciocho veces mayor a favor de la del Sur.
Lo mismo podríamos decir de las grandes potencias como China e India, que han liberalizado sus mercados, aunque no su sistema político, y la tasa de pobreza ha bajado notablemente, no así en los países africanos sometidos a las férreas dictaduras intervencionistas. Decía Winston Churchil que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con la excepción de todos los demás”. Algo parecido se podría parangonar de la libertad del mercado, pero siempre y cuando tenga una orientación ética y solidaria.
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