El violinista
Vamos acelerados a todas partes, enredados en nuestros pensamientos y preocupaciones, y pasamos de largo ante infinidad de ocasiones para saborear el bien y la belleza.
por Álex Navajas
Ocurrió hace poco más de un año. Tres días después de llenar el Boston Symphony Hall a 100 dólares la butaca, el violinista Joshua Bell, uno de los más cotizados del mundo, accedió a protagonizar el «experimento» que le proponía el «The Washington Post». Se situaría a la entrada de una de las estaciones de metro de la capital estadounidense ataviado con unos vaqueros, una camiseta, una gorra y, eso sí, su stradivarius de 1713 valorado en 3,5 millones de dólares. De las más de mil personas que desfilaron ante el músico durante los 43 minutos que duró el peculiar concierto, sólo 27 echaron algunas monedas en la funda de su violín. En total, 32 dólares. «La belleza pasa desapercibida», tituló a los pocos días un periódico, haciéndose eco del «experimento» del «The Washington Post». Me pregunto si no nos pasará lo mismo a cualquiera de nosotros con demasiada frecuencia. Vamos acelerados a todas partes, enredados en nuestros pensamientos y preocupaciones, y pasamos de largo ante infinidad de ocasiones para saborear el bien y la belleza. Como cuando estoy en un atasco de regreso a casa y no se me ocurre contemplar, al final de la hilera de coches, el espectáculo de la puesta del sol. O cuando dedico los mejores años de mi vida a dejarme los cuernos trabajando y me olvido de disfrutar viendo crecer a mis hijos. O, finalmente, cuando paso, con mis agobios y problemas, ante una iglesia y no se me ocurre entrar para conversar con el verdadero Maestro. Tal vez no perdamos el metro, pero nos podemos estar perdiendo algunos de los mejores momentos de nuestras vidas. La Razón
Comentarios