No resisto ni quiero resistir
por Daniel Novillo
63 en 17 días. Más del doble de mis años. Casi cuatro por día. No estoy en primera línea de batalla contra el Covid-19, pero si estoy viviendo sus consecuencias. Estos números son las personas por las que he rezado un responso antes de que recibieran sepultura. Para resistir, tendría que mirarlo así: como números, como datos... Pero no quiero. No quiero resistir. Porque no son números, son personas. Con nombre, historia, familia, triunfos, fracasos, obras buenas y ofensas.
Comenzamos la Semana Santa quizá más parecida a la de los primeros cristianos. Ellos se veían obligados a refugiarse en las casas para librarse de las persecuciones. Nosotros para librarnos del bicho. Ellos tenían claro que el Único Salvador es Jesucristo. ¿Nosotros?
En estos días buscamos todos darnos ánimo, cuidarnos, ayudarnos a vivir está situación lo mejor posible. Yo mismo lo intento hacer con los dos trabajadores del cementerio. Ellos lo hacen conmigo. Es algo loable y que debemos seguir haciendo. Reconocemos el esfuerzo de los sanitarios, el personal de limpieza, las residencias, los cocineros, los capellanes, los camioneros, las fuerzas y cuerpos de seguridad, las personas que desinteresadamente están ayudando a las demás (seguro que me olvido a alguien)… Incluso cantamos Resistiré una y otra vez.
Pero, aquellos que tenemos fe en que Cristo es el Salvador, no podemos olvidar que antes, durante y después de Resistiré, nuestros labios deben clamar: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de nosotros”. Hemos de recordar el mal, la muerte y la enfermedad aparecieron en el mundo tras el pecado y son consecuencias de él. Cristo, en su Pasión, Muerte y Resurrección venció el pecado, venció la muerte y venció al demonio. Y su victoria por los siglos se expande, no hay quien la pare, ni nada ni nadie.
Por eso, queridos hermanos, no son días de resistir estoicamente, son días de pedir y recibir esa victoria de Cristo. Un enemigo que ni somos capaces de ver nos ha encerrado en nuestras casas y, aun así, seguimos pensado que la salvación es cosa nuestra, que somos “la divina pomada” capaces de todo. No. No intentemos vivir este tiempo de prueba con nuestras fuerzas, no intentemos soportar nuestras cruces con nuestros hombros.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Vayamos a Él, especialmente estos días de Semana Santa. Descansemos en Él. No lo hagamos más difícil. Glorifiquemos a Dios. Alabemos al Señor. Pidamos al Padre que nos envíe el Espíritu Santo por los méritos de Jesucristo. ¿Qué pensaríamos de Bartimeo si viendo que pasaba Jesús a su lado y le podía sanar no hubiera gritado incansablemente hasta recibir la vista por medio del Señor? ¡Qué menuda manera de perder la oportunidad de ser sanado! ¡No dejemos pasar la oportunidad! Acudamos a María como intercesora: “Madre, no nos queda vino”.
No estoy resistiendo, ni quiero hacerlo. Me está consolando, me está ayudando, me está fortaleciendo… ¡Jesús me está salvando!