¿Una Iglesia que no cree en la evangelización?
Artículos van y vienen sobre la situación de la Iglesia en Alemania, muchas de ellas nacidas de una admiración idolátrica o de una negatividad prejuiciosa; sin embargo, la mayoría de ellos sólo reflejan las actitudes de sus autores y sus respectivas posiciones teológicas y pastorales. No obstante, es verdad que cada vez que la Santa Sede emite un documento pontificio, sea del Papa o de algún dicasterio, existe una actitud generalmente adversa, sin que dejen de surgir voces propositivas o que los reciban con una actitud más ecuánime.
La actitud alemana ante la llamada a la Nueva Evangelización
El último documento: la Instrucción sobre La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia, redactada por la Congregación para el Clero y publicada con la aprobación del Papa Francisco, ha suscitado diversas reacciones a lo largo del mundo; sin embargo, en el área germanoparlante (Alemania, Austria y Suiza) ha provocado una gran contracontestación en boca de obispos, teólogos y teólogas y que, curiosamente, está siendo replicada por las corrientes teológicas afines a la producción alemana, aunque también ha habido una acogida favorable por obispos, universidades y movimientos católicos que han agradecido este documento porque expone claramente el Misterio de la Iglesia y las consecuencias pastorales que del mismo emanan.
Ante esta situación que constantemente suele suceder, cabe hacerse una pregunta: ¿Por qué un rechazo tan vehemente hacia un documento que no ha hecho otra cosa más que proponer operativamente, desde una profunda teología, la Nueva Etapa Evangelizadora para la Parroquia, a la que el Papa Francisco ha llamado a toda la Iglesia desde el 24 de noviembre de 2013, Solemnidad de Cristo Rey, fecha en que fue firmada la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium?
Hubo quien se atrevió a llamar a la nueva Instrucción como un documento “teológicamente deficiente” (theologisch defizitär), pero ¿es esto cierto o, más bien, es la muestra de que no se ha seguido y profundizado el actual magisterio pontificio, incluso en sus raíces latinoamericanas? Porque, de ser así, sólo se estaría mostrando una arrogancia que no tiene nada de teológica, ni mucho menos de cristiana y que, incluso se quisiera quedar al nivel de una teología desde los libros, sólo mostraría la falta de investigación que existe sobre la génesis de la llamada a la Nueva Etapa Evangelizadora en la que el Papa Francisco no ha dejado de insistir.
La matriz de los actuales documentos pontificios
No deja de ser notorio cómo todos los documentos del pontificado de Francisco están fuertemente cargados por lo que se gestó en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada del 13 al 31 de mayo de 2007 en el Santuario de Aparecida en Brasil, a cuya inauguración asistió el Papa Benedicto XVI, el cual, durante su discurso inaugural, ofreció las bases fundamentales para un profundo trabajo teológico pastoral y que fue preparado con un verdadero proceso de escucha (ahora denominado sinodal) de tal manera que los participantes: obispos, presbíteros, diáconos, vida consagrada y laicos, no sólo fueron consultados, sino que estuvieron presentes y participativos.
Todos y cada uno de los aportes fueron asumidos y elaborados de una forma tan profunda por el equipo de redacción final del documento, cuya cabeza fue el cardenal arzobispo de Buenos Aires de aquel entonces: S.E. Jorge Mario Bergoglio, nuestro actual Pontífice.
Si algo es interesante del Documento Conclusivo de Aparecida es que termina con un compromiso operativo: la Gran Misión continental que ha marcado el caminar de las diócesis y parroquias de América Latina. Varios subsidios teológico-pastorales siguieron desarrollándose y llevaron a la Iglesia latinoamericana, que se había contentado con las cifras porcentuales de gran número de católicos entre la población de sus países, a despertar, a redescubrirse y a llamarse a sí misma con una terminología, no tanto ideológica, sino evangélica: Discípula Misionera.
Yo en lo personal soy testigo de la riqueza teológica y pastoral del Documento de Aparecida, pues la arquidiócesis a la que pertenezco asumió la Misión Continental como su ser y quehacer, sobre todo porque nuestro nuevo pastor había asimilado intensamente el Nuevo Pentecostés de Aparecida al haber servido como Secretario General del CELAM tras la conclusión del encuentro episcopal latinoamericano y su posterior etapa operativa. Soy testigo de cómo los laicos asumieron con gran amor la alegría del Evangelio y cómo nuestras parroquias y estructuras diocesanas experimentaban la conversión personal, pastoral y eclesial mediante el itinerario propuesto en el capítulo VI de Aparecida, a saber: Encuentro con Jesucristo, Conversión, Discipulado, Comunión y Misión, que tiene su momento fundamental y su punto de quiebre en la proclamación que implica el constante primer Anuncio y la constante escucha del Evangelio, sin el cual, todos los procesos teológico-pastorales están condenados a la esterilidad.
Por eso, cuando el 13 de marzo de 2013 fue electo el cardenal Bergoglio como Sumo Pontífice y eligió para sí el nombre de Francisco, no lo hizo sólo para destacar el talante ecológico o de pobreza de este gran santo de nuestra Iglesia, sino para asumir también el Evangelio en toda su radicalidad.
El kerygma como corazón de la reforma de la Iglesia
En un espíritu de auténtica “vuelta a las fuentes”, el magisterio episcopal latinoamericano condensado en el Documento de Aparecida hizo una apuesta total por el retorno al kerygma, cuyas bases se encuentran en las propuestas de Deus Caritas est y de Verbum Domini de Benedicto XVI, así como en Redemptoris Missio de San Juan Pablo II y Evangelii Nuntiandi de San Pablo VI.
Por esta razón, cuando el Papa Francisco nos compartió en Evangelii Gaudium el llamado de Dios para la Iglesia, no lo hizo desde un partido o ideología, sino desde el centro del Evangelio mismo, tal y como Jesús y los Apóstoles lo predicaron a judíos y paganos y que dio los frutos consistentes de las primeras comunidades cristianas, ya que en ellas el centro era el encuentro con Jesucristo vivo, con el Señor resucitado.
No de balde, todos y cada uno de los documentos del Papa tienen al kerygma como fuente, hilo conductor y culmen de la vida cristiana personal, comunitaria y eclesial. Así, desde Lumen Fidei y Evangelii Gaudium, pasando por Amoris Laetitia, Laudato sii, Gaudete et exsultate, Christus Vivit, Veritatis Gaudium, Querida Amazonia y ahora La Conversión Pastoral de la Comunidad parroquial.
Incluso en la Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania (que no significa carta sólo a los alemanes) el Papa Francisco insistió en que la clave del llamado “Camino Sinodal” (Synodaler Weg) la gran clave está en el retorno a la evangelización… y es aquí donde está el meollo del asunto porque es lo que muchos católicos en Alemania al parecer no quieren hacer.
Una Iglesia apegada a las estructuras, a las ideologías y a la casuística
Tal pareciera que en las cátedras universitarias católicas en Alemania ha surgido una “teología de la no-evangelización” en la cual se afirma que no es necesario el anuncio explícito del Evangelio y que, en nombre de una teología de la salvación presente en todas las religiones pretende hacer del cristianismo una simple tradición religiosa más en el sinfín de propuestas actuales y que no puede arrogarse como propio siquiera la proclamación del Reino de Dios.
Más aún, este tipo de teología sólo ha provocado -por así decirlo- una colonización ideológica con propuestas semejantes que son claramente reconocibles en trabajos de tipo dialéctico que busca hacer de las teologías contestatarias las únicas dignas de ser escuchadas en las academias europeas.
Por eso, no es de extrañar que el documento sobre la Conversión Pastoral haya levantado tanto revuelo entre quienes, en un total rechazo a la eclesiología del Concilio Vaticano II pretenden clericalizar a los laicos y minusvalorar el sacramento del Orden Sagrado, ya que en muchas parroquias y diócesis germanoparlantes los laicos –so pretexto de sus doctorados y habilitaciones– actúan despóticamente en la toma de decisiones: un ejemplo de ello es que los miembros laicos del Camino Sinodal sean “teólogos universitarios” pero haya poca presencia y representatividad del Pueblo de Dios, que tiene hambre y sed del Evangelio y que está cansado de las innovaciones ideológicas que constantemente se ensayan en estas latitudes y que muchas veces vive como católico de segunda clase, sean germanoparlantes o extranjeros, pues en algunos lugares sucede que las comunidades de lenguas extranjeras, al reunirse para celebrar su fe en complejos parroquiales, son recibidas muchas veces a regañadientes y tratadas como inquilinos que pagan una renta, pero no como lo que son en realidad: bautizados con igualdad de derechos y obligaciones, y a los cuales se les impone muchas veces una visión de la Iglesia muy sesgada, sin que tengan derecho a reclamar, bajo el problema de ser considerados como tradicionalistas, conservadores o arcaicos.
Y es que es lógico: es más fácil bendecir parejas homosexuales, ordenar mujeres al sacerdocio, excluir de los sacramentos a quienes se niegan a pagar el impuesto para la Iglesia, dar la comunión a los divorciados vueltos a casar y a los cónyuges no católicos, practicar un ecumenismo sin diálogo verdadero, etc. que volver al Evangelio, escucharlo con un corazón abierto, creer de nuevo en él y anunciarlo con parresía a todas y cada una de las personas y sus situaciones.
Volver al Evangelio
Por tanto, sólo superando la sordera nacida de la soberbia y de la pretensión de ser una Iglesia nacionalista y adhiriéndose nuevamente a la Comunión plena de la Iglesia Católica; solamente entendiendo que sinodalidad no es igual a democracia y que el Primado de Pedro no es un lastre del pasado, la Iglesia en Alemania podrá ser lo suficientemente humilde para aceptar el viento del Espíritu Santo que Jesús quiso insuflar en el Nuevo Pentecostés de Aparecida y que quiso compartir con toda la Iglesia a través de la elección providencial al Pontificado del Papa Francisco y cuya llamada no deja de ser la misma: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría… quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (Evangelii Gaudium, 1).