Greta Thunberg
El ascenso y apoteosis de esa adolescente sueca, Greta Thunberg, nos sirve para entender mejor el espíritu de nuestra época. Salta a la vista que Greta Thunberg es una muchacha trastornada, cuyo activismo frenético y aspaventero no es más que la reacción defensiva contra algún trauma que ha dejado en su alma una huella mucho más profunda que la huella de carbono. Salta a la vista que a Greta Thunberg le han robado los sueños y la infancia, como ella misma ha confesado; pero sospecho que los ladrones no se hallan entre los gerifaltes de la economía y la política, sino más bien en su círculo familiar. Salta a la vista, en fin, que Greta Thunberg está siendo utilizada del modo más indigno concebible. Y horroriza pensar que el mundo haga como que no se entera.
Tal vez sea esta falta de caridad hacia Greta Thunberg lo que más nos horroriza. Todos los que aplauden a Greta Thunberg saben que es una muchacha trastornada y consumida por padecimientos íntimos que ha sublimado, transmutándolos en obsesión mesiánica de tipo ecologista. Y, aún sabiéndolo, la jalean, porque es rentable para su causa; porque han descubierto que Greta Thunberg ejerce sobre las masas una rara fascinación que les permite colocar su mercancía ideológica con un impacto mediático arrasador. No hace falta siquiera entrar a discutir la naturaleza de ese mensaje para concluir que esa utilización es gravemente inmoral; si además consideramos que ese mensaje puede ser una superchería, o al menos una simplificación burda, la utilización adquiere contornos tenebrosos. Una sociedad que aún guardase un rescoldo de conciencia se rebelaría contra esta utilización sórdida.
Pero, lejos de producirse esta reacción, las masas escuchan a Greta Thunberg con veneración. No contentos con permitir que una muchacha trastornada sea utilizada de forma descarada, la convertimos en ídolo de masas. De este modo, la impiedad se convierte en la antesala del idiotismo. Permitir que una muchacha trastornada sea utilizada como títere de una causa de fachada reluciente y trastienda turbia revela, desde luego, que la nuestra es una época perversa; pero que una adolescente aquejada de diversos trastornos mentales se convierta en ídolo de masas se nos antoja todavía más perturbador y desasosegante. Si los gerifaltes que manejan el cotarro eligen a una adolescente como estandarte de una causa cuya defensa exige grandes conocimientos científicos es porque saben perfectamente que se dirigen a masas que han dimitido de la nefasta manía de pensar. Masas fácilmente manipulables que recurren a la sensiblería para hacerse perdonar su dureza de corazón; y que, dimitidas del raciocinio, se dejan pastorear por los eslóganes más burdos y esquemáticos. Masas idiotizadas, huérfanas de cimientos vitales, que convierten cualquier cliché ideológico, cuando se sirve mediáticamente del modo idóneo, en emoción instantánea; masas alienadas que pueden convertir esas emociones instantáneas en razón de su obrar, sin pasarlas por los alambiques del pensamiento. Masas, en fin, tan cretinizadas como el perro de Paulov.
Como ahora lo que uno escribe acaba rodando por las letrinas de interné y siendo utilizado por gentes variopintas pro domo sua, conviene especificar que quien esto escribe es anticapitalista y defiende una economía fundada en la dignidad del trabajo y en el cuidado de la naturaleza. Pero el capitalismo no es tan sólo una doctrina económica, sino sobre todo una agenda antropológica arrasadora que destruye los cimientos vitales, hasta convertirnos en guiñapos humanos. Greta Thunberg es una víctima más de esa agenda antropológica; y es también su apostólico títere.
Publicado en ABC.