Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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No es lo mismo

por Sólo Dios basta

Nunca he sentido tanta impotencia como sacerdote. Esta Semana Santa nos ha marcado. ¡A todos! Y al que no le haya pasado algo especial es porque no “se ha puesto a tiro” del amor de Dios a través de la infinidad de medios y actividades que por vía virtual hemos tenido a nuestra disposición. La impotencia era grande, ¡sí! Pero no por ello se ha adueñado de mi persona, sino que desde la oración silenciosa de estos días todo se ve de otro color; el color del amor de todo un Dios que se entrega por nosotros y nos muestra algo grandioso, maravilloso y potentísimo: “¡¡El amor vence siempre, el amor vence siempre!! Aunque en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas, pueda parecernos impotente, Cristo parecía impotente en la Cruz. ¡¡¡Dios siempre puede más!!!”. Y esto no lo digo yo, sino el gran Santo de estos últimos tiempos, nuestro querido San Juan Pablo II.

Un momento clave ha sido la vigilia de Adoración Nocturna que gracias al director espiritual de la misma en mi diócesis de Calahorra, Juan José Fuentes, he tenido la dicha de poder orar, adorar y escuchar al Señor sacramentado en esas horas de la noche de Jueves Santo. Noche para orar, para meterse en Getsemaní en compañía del Hijo,  clamar con fuerza al Padre y dejarse apresar  por el Espíritu Santo; y así sucede. Sigo la vigilia desde el ordenador y al final de la misma, casi al terminar, después de la segunda lectura del oficio, en el silencio, resuena la frase con la que concluye esta preciosa catequesis de San Juan Crisóstomo sobre el valor de la sangre de Cristo: “De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y con su leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer”.

Pedimos por diversas causas: por los sacerdotes, por los enfermos, por aquellos que tenemos más cerca, por los que más necesitan de nuestra oración, por … y por las vocaciones sacerdotales. Esta petición la repito a diario en la oración personal. Presento a jóvenes con rostro y nombre propio y a todos esos que sin conocerlos están llamados y no lo han descubierto aún y también a aquellos que conocen la llamada a esta vida desde el sacerdocio en una diócesis o en una orden religiosa y buscan y exponen no pocas disculpas para negar este regalo. Vamos a rezar juntos: que la instrucción religiosa, la piedad sincera y la pureza de vida en las familias cristianas constituyan el clima propicio para las vocaciones sacerdotales; que los padres cristianos sean conscientes del honor que para ellos supone el hecho de que Dios elija a alguno de sus hijos para el sacerdocio; que  los llamados no se hagan sordos a la llamada; que los que se preparan para el sacerdocio sean perseverantes en su vocación de servicio y fidelidad al amor recibido. Así rezo cada día y así rezan cada Jueves Santo ante el monumento los adoradores nocturnos.

Cristo nos da su sangre, pero tiene que haber jóvenes que le digan que sí, que quieren seguir esa vocación preciosa que es traer a Cristo entre sus manos y repartirlo a los demás. Entonces, en ese silencio que sigue a la lectura, surge con fuerza una frase que cobra todo su sentido en esos momentos: No es lo mismo. De ahí deriva una oración que se prolonga hasta que se rompe el silencio  para seguir con la vigilia. Terminamos la celebración y sigo en silencio. Y me pongo a escribir esa oración que arranca con un mismo estribillo:

No es lo mismo orar ante el Santísimo cara a cara en una iglesia ante el monumento que en un ordenador. No es lo mismo celebrar la misa de la Cena del Señor la tarde de Jueves Santo en un pueblo con todos sus vecinos o en un monasterio de monjas carmelitas descalzas que en la mesa del salón de tu casa con la compañía única de tus padres.  No es lo mismo hablar con una persona de su vida espiritual dando un paseo o sentado en la iglesia donde luego vamos a vivir juntos la Cena del Señor que por medio de una llamada telefónica. No es lo mismo dedicar la mañana del Jueves Santo a sentarte en el confesonario para ser intermediario del perdón de Dios que leer un libro o ver alguna procesión por la televisión. No es lo mismo orar con los hermanos de la comunidad en la capilla los laudes que uno solo en la habitación. No es lo mismo…

Ahora se comprende la impotencia de la que hablo al inicio y ahora se entiende la victoria de Cristo, porque a pesar de sentirme impotente no dejo de ser sacerdote y buscar el mejor medio en estos momentos para que la presencia de Cristo siga llenando la vida de aquellos que el mismo que instituye la eucaristía y el sacerdocio ha puesto en mi camino no lo dejen y sigan a aquel que nos alimenta siempre con su sangre; la sangre de la nueva y eterna alianza que siempre nos da vida, nos hace renacer, nos lleva a los brazos del Padre.

Para que esto sea una verdad que nos transforma después de estos días de Semana Santa tenemos que darnos cuenta de lo que es nuestra vida si falta el sacerdote y no podemos tener un guía de nuestro espíritu, un confesor que nos perdona en nombre de Cristo, un celebrante que nos alimenta con el cuerpo de Cristo, un hombre que es llamado para ser el amor del Corazón de Jesús, para llevar a cabo la más grande historia de amor de todos los tiempos, para que el cielo venga a la tierra; pero sobre todo, como dice el cardenal Van Thuan, hay algo que va mucho más allá de todo esto: “El sagrario más hermoso, la custodia más brillante, el templo más majestuoso es el sacerdote. Se pueden derribar todas  las iglesias del mundo, pero si sobrevive un sacerdote, se celebrará la Eucaristía y Cristo volverá a hacerse físicamente presente”.

Ahora vivimos algo parecido, no han derribado todas las iglesias del mundo, pero sí están cerradas y no hay culto público. Lo experimentamos, lo sufrimos, lo confirmamos y sabemos que no hay un sacerdote, sino muchos que celebran la eucaristía en privado para ofrecer al Padre el sacrificio y que la presencia real de Cristo no desaparezca de la tierra. Esto es verdad, es vida, es esperanza que no defrauda. Y ante ello nos hacemos una pregunta: ¿Es lo mismo vivir sin sacerdotes o con su presencia habitual en las calles y las iglesias para que nos lleven a Dios? ¿Es lo mismo tener un sacerdote al que podamos llamar cuando queramos para cualquier tema o no saber dónde acudir ante nuestras dudas, problemas o caídas? ¿Es lo mismo que muchos jóvenes decidan ser sacerdotes o que los seminarios se encuentren casi vacíos? La respuesta es sencilla y rotunda: ¡No es lo mismo!

Sigue el Viernes Santo y el recuerdo de tantos años celebrando la Pasión del Señor por pueblos desde antes incluso de entrar al seminario me viene a la memoria, de modo especial Viguera donde muchos años he vivido la Semana Santa. En este pueblo donde arranca la sierra riojana hacia Soria la tarde del Jueves y del Viernes Santo salen en procesión muchas imágenes, destaca el Ecce Homo, que además es el patrón del pueblo. Pero me quiero quedar en los cantos que acompañan estas procesiones. Es toda la Pasión en coplas. Los hombres delante y las mujeres detrás van alternando la voz por las empinadas, estrechas y singulares calles de la localidad. Es la devoción popular la que ayuda a seguir meditando la Pasión de Cristo con las imágenes y con los cantos.

Desde la habitación de casa contemplo como se pone el sol, anochece, empiezan a encenderse las luces de las calles y al fondo las de los pueblos de la rioja alavesa que se asientan en la ladera de la Sierra de Cantabria al otro lado del Ebro. ¡Qué paz, qué belleza, qué momento! Me preparo para meditar la Pasión: el ambiente ayuda, la lluvia se hace presente para acompañar el momento y tomo como base otras coplas de la Pasión que justo la tarde anterior me envía un amigo después de comentar la Semana Santa de su pueblo donde me cuenta con detalle y mucha ilusión que se cantan por las calles durante la procesión al igual que en Viguera. Me dispongo a leerlas para así entrar en oración cuando justo me manda otras, las del Viernes Santo. Antes me había enviado las del Jueves Santo. Son distintas pero tanto unas como otras se encuentran tan llenas de vida, sentimiento y pasión que hacen fácil comenzar la oración.

Comienzo: ya es de noche del todo, sigue la lluvia suave, solo hay luces y es hora de dejarse llevar por unas coplas que han cantado tantas generaciones y que este año se cantarán en el corazón de cada uno. Cuando hago oración con textos leo con calma hasta que algún párrafo o verso me hace parar, volver a leer y quedarme en silencio para orar con esas mismas palabras y desde ahí dejar que el Espíritu Santo sea el guía del momento. Es algo precioso, llegar a una copla y decir: “Aquí me quedo, no paso, bueno sí, voy hasta el final y luego me recreo en ésta”. Y eso hago. ¿Y con cuál me quedo? Con una que me llega hasta el fondo de mi ser: Llegan al monte Calvario/ y tienden la Cruz en tierra/ luego desnudan su cuerpo/ de los pies a la cabeza.

Así me voy al Calvario, con esta lluvia, con esta presencia del Espíritu Santo que empapa toda la habitación para hacerme ver de un modo nuevo hasta ahora ese momento que tiene lugar antes de la crucifixión y que forma parte del tradicional viacrucis: Jesús es despojado de sus vestiduras. Pero esta copla recoge la escena y algo más. Vamos a verlo: hay que llegar hasta el Calvario, hay que tumbar la cruz en el suelo y entonces llega el momento de despojar a Cristo de todo. ¡De todo! Cristo queda desnudo ante los hombres de arriba abajo o como dice la expresión tan castiza en nuestra tierra de ser alguien en todo su ser, es decir, de pies a cabeza, de pieza entera. Pues así se encuentra el Salvador de los hombres, desnudo de los pies a la cabeza. ¿Somos conscientes de lo que estas palabras quieren decirnos? ¿Descubrimos la fuerza que pueden tener unos versos tan sencillos pero llenos de vida que nos llevan de modo directo, rápido y vivo hasta el mismo lugar y situación de ponernos ante el Hijo de Dios en esos últimos momentos amargos de su dolorosa Pasión? Lo entrega todo. Nos da todo. Y para ello tenemos que subir al Calvario, echar todo por tierra y dejarnos en manos de otros para que se cumpla la voluntad del Padre y tengamos todo. Subir, echar nuestras cargas al suelo, despojarnos de todo y transformarnos. Acercarnos a Cristo la tarde de Viernes Santo y ver cómo está, cómo nos ama, cómo nos enseña.

No basta con rezar sino que tenemos que hacer un camino que nos lleva a un monte especial, tenemos que quitarnos todo lo que nos pesa y llevamos siempre a cuestas y luego dejar que Dios haga el resto: que nos quite lo que nosotros no somos capaces de dejar en el suelo porque nos cubre, nos da seguridad, nos diferencia. Cuando dejamos que Cristo, en una tarde noche como la del Viernes Santo, realice esta tarea que a Él le hicieron sin piedad mientras que Él lo hace a su modo, al modo divino del amor de Dios que busca lo mejor para todos, entonces nos quedamos desnudos, al descubierto, sin nada, sólo con lo que somos como personas y ahí, en ese dejarnos despojar de todo como Cristo antes de morir en la cruz, es cuando de verdad todo cambia y vemos que unas entrañables coplas cantadas año tras año, esta Semana Santa las entonamos, las rezamos y las hacemos vida para poder ser otras criaturas nuevas que esperan la vida verdadera en Cristo. Ahora comprendemos mejor ese Llegan al monte Calvario/ y tienden la Cruz en tierra/  luego desnudan su cuerpo/ de los pies a la cabeza. ¿A que no es lo mismo?

Llega el Sábado Santo, día de esperar, de hacer silencio de preparar nuestras vidas a lo que vivimos cuando llega la noche. Noche de oscuridad que es vencida por la luz, por la Palabra, por el agua, por el Cuerpo y Sangre de Cristo y  por la poderosa intercesión de los Santos a los que invocamos con el canto solemne y gozoso de las letanías en la vigilia pascual. ¡Cuántos Santos! Conocidos o no, lejanos en el tiempo o de nuestros días, de un país o de otro. En esa lista no se incluye a Santa Gema Galgani, pero hoy la añado por algo muy especial; es el aniversario de su muerte en un día tal que coincide en todo con el que nos toca vivir: 11 de abril de 1903 y Sábado Santo.

¿Es algo más que una mera casualidad? Pues sí, ella quiere hacerse presente y demostrarnos que no siempre se cumplen nuestros deseos a pesar de ser lo mejor y lo más ansiado por todos. La muerte de Santa Gema da cumplimiento a una profecía de la propia santa: los pasionistas le frenan la entrada en la orden dada su delicada salud, pero una vez muerta si la acogen dentro de esta familia religiosa. El mismo Dios, que tanto la purifica en vida, también le pide que como un sacrificio más a los  que sufre en su existencia se sume otro que rompe del todo sus esquemas: no entrar en ninguna orden religiosa. Lo acepta y lo ofrece a Dios con todo lo que ya ha vivido y una vez muerta sus anhelos se ven cumplidos. ¿Ahora nos vamos a quejar porque no hemos podido celebrar la vigilia pascual como siempre? Pienso que lo mejor es rezar en casa con toda nuestra familia las letanías, incluyendo a Santa Gema, y empezar a seguir los pasos de los santos para aprender de ellos que nuestra vida es para Dios y no para nosotros. Son modos de vivir muy distintos, no es lo mismo.

Terminada la vigilia pascual felicito la fiesta de la Pascua de  Resurrección a aquellos con los que mantengo un trato más frecuente. Hay tiempo, la noche del Sábado Santo y el Domingo de Pascua. Comienza el diálogo de amistad que demuestra que el Nazareno ha resucitado y estamos alegres porque Cristo ha vencido a la muerte, al pecado y al demonio. Esto nos abre a una esperanza plena, a una fe sincera y a un amor que vence todo lo que nos impide vivir en el Resucitado.

El Domingo de Resurrección es un día de fiesta, de luz, de alegría. Siempre es así, aunque también se tiñe de otros sentimientos entre algunos de los que viven un momento especial en su vida; es verdad, no lo niego, pero cuando nos abrimos a la esperanza de la Resurrección el dolor, la oscuridad y el luto se viven de otro modo. No me refiero solo a los que sufren las consecuencias de la pandemia, sino también a los que se ven metidos en las tinieblas de agresivas enfermedades que quedan en otro plano porque sólo se oye hablar de una en concreto; e igualmente a aquellos que les toca despedir a sus seres queridos sin poder velarlos, celebrar un funeral o ser acompañados en el cementerio porque un familiar les deja por causas ajenas a un virus que hace sombra a otras causas de fallecimiento.

La vida muchas veces es dura, pero el Señor está con nosotros y si seguimos dando pasos en el camino a recorrer siempre hay puentes, escaleras y puertas que nos abren la mirada a otros paisajes mucho más bellos e inimaginables que no podríamos contemplar ni disfrutar si no pasamos, subimos o atravesamos esos puntos especiales del itinerario que no se pueden eliminar y que además sin ellos nos encontramos en un camino sin salida. El Domingo de Pascua es para eso, para vivir en Cristo que nos ha dicho: “No tengáis miedo, yo he vencido al mundo”, “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré” “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”. Con estas palabras del mismo Resucitado todo se puede llevar adelante porque si Él está junto a nosotros, y de hecho así es, lo que vivimos no es lo mismo.

Ahora, en este inicio del tiempo pascual, es bueno que pasemos el puente que une dos modos de vida entre una situación normal y otra que nos invade y no sabemos cómo salir de ella; que subamos por la endeble escalera de una enfermedad que nos agota y sepamos llevar hasta la puerta que conduce a la otra vida, la verdadera, la del cielo, a aquellos que más queremos mientras nosotros vivimos una vida nueva en este mundo después de vivir un Domingo de Resurrección tan atípico, pero que es real y no tiene nada que ver con lo vivido hasta este año. Si entramos por este camino nos damos cuenta que vivir siempre como si fuera Domingo de Pascua no tiene nada que ver, todo cambia; tenemos la luz, la fuerza y la compañía del Resucitado. Entonces al terminar los días de Semana Santa y empezar una vida renovada en esta Pascua del año 2020 vuelvo a decir lo mismo: esto no es lo mismo.

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