Lunes, 25 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Cautivados por la Eucaristía

por Alberto Royo Mejia

Leyendo acerca de la conversión al catolicismo del jugador holandés, Wesley Sneijder, que se ha hecho famoso recientemente por ser el autor del gol que eliminó a Brasil del Mundial Sudáfrica 2010 -y que, por mucho aprecio que pueda tenerle por haberse convertido, espero que no haga lo mismo con España en la final-, lo que me llama la atención ha sido el motivo de su conversión:

 

"A fines de mayo se convirtió al catolicismo y se bautizó en una capilla de Milán, cercana a la ciudad deportiva del Inter, donde el brillante futbolista no se cansa de ganar títulos. Influyó en esa decisión su novia, la actriz y modelo holandesa Yolanthe Cabau, nacida en la española Ibiza, con quien ha tomado la decisión de casarse por iglesia luego del Mundial. También lo motivó su amistad con Javier Zanetti, compañero en el Inter, capitán y católico practicante, que se quedó sin Mundial, pero celebró su bautismo tanto como los campeonatos que este año ambos conquistaron en Italia y en Europa”,

 

 Hasta aquí todo es más so menos normal, aunque en realidad no tanto: Que una actriz ibicenca y holandesa te ayude a convertirte al catolicismo ya tiene mérito por parte de la actriz, no es lo que uno parece esperarse ni de Ibiza ni de  Holanda, pero sin duda hay que alabarla en lo que haya podido ayudar. Y hay que alabar también al futbolista Zanetti, argentino, el cual sin duda no solo es hombre de fe, sino que sabe transmitirla.

 

Pero lo  que quiero destacar, además de la labor de estas dos personas que Dios puso en el camino del futbolista, la ocasión que le llevó a la conversión: "Fui a Misa una vez junto a mis compañeros y sentí una fuerza y una confianza que me turbaron", por lo que siguió las clases de catecismo para adultos con el capellán del Inter. Ya en Sudáfrica, explicó que reza todos los días y los domingos va a misa y comulga con Yolanthe, quien le regaló un rosario que él siempre lleva en su cuello.

 

Fue la Eucaristía la que le dejó “turbado”, esto es, la que actuó directamente en su alma. No es nada nuevo: En la historia de la Iglesia leemos de conversiones de muchos tipos, ante un cuadro, ante una imagen, ante un prodigio, ante un acto de caridad, etc. Pero hay algunas obradas directamente por la Eucaristía, o por la celebración de la Misa. André Frossard,  el famoso pensador ateo y comunista, que una tarde quedó con un amigo en el barrio latino, para entretenerse porque el amigo tardaba entró en una capilla del barrio latino de París, donde  unas monjitas cantaban vísperas y estaba el Santísimo expuesto. He aquí el resultado de aquella visita:

 

Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra. Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, "católico, apostólico, romano", llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.

 

También Edith Stein cuenta como, en un viaje a Italia, además de encontrarse con los escritos de santa Teresa de Jesús, se quedó extrañada de cómo los católicos iban a Misa de diario. Ella, acostumbrada a ver a los luteranos ir a la iglesia solamente los domingos, no entendía el ir a la Iglesia todos los días. La curiosidad le llevó a visitar ella misma la iglesia que tenía cercana de la casa donde se hospedaba y allí vino a descubrir el misterio de los que iban cada día a la Iglesia: La Eucaristía.

 

Otro converso de la Eucaristía, Paul Claudel, cuenta lo que le pasó una vigilia de Navidad: “Así era el desgraciado muchacho que el 25 de diciembre de 1886 fue a Notre Dame de París para asistir a los oficios de Navidad. Entonces, empezaba a escribir y me parecía que en las ceremonias católicas, consideradas con un diletantismo superior, encontraría un estimulante apropiado y la materia para algunos ejercicios decadentes.

Con esta disposición de ánimo, apretujado y empujado por la muchedumbre, asistía con un placer mediocre a la misa mayor. Después, como no tenía otra cosa que hacer, volví a Vísperas. Los niños del coro, vestidos de blanco... estaban cantando lo que después supe que era el Magnificat. Yo estaba de pie entre la muchedumbre, cerca del segundo pilar a la entrada del coro, a la derecha del lado de la sacristía. Entonces, se produjo el acontecimiento clave: en un instante, mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certeza que no dejaba lugar a ninguna clase de duda. De modo que todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida no han podido sacudir mi fe ni, a decir verdad, tocarla. De repente, tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios. Era una verdadera revelación interior. Fue como un destello: “¡Dios existe y está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! ¡Me ama!

 

El famoso escritor añade que, a partir de entonces, “No acababa de saciarme del espectáculo de la santa misa y cada una de las acciones del sacerdote se imprimía en mi espíritu y corazón... ¡Cómo envidiaba a los cristianos que iban a comulgar!” Esto es experiencia común de los conversos, aunque hayan llegado a la fe a través de otros medios.

 

No deja de ser curioso que lo que a tantos católicos tibios les cuesta vivir es lo que más atrae a la mayoría de los que llegan a la Iglesia Católica: La Eucaristía, Cristo mismo que se hace realmente presente bajo las especies del pan y el vino y que nos espera. Cuanto tenemos que aprender, los católicos de toda la vida, de los que de repente descubren la belleza de la Iglesia en la que siempre hemos estado…

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