Sorprendentes las imágenes de las Exequias del senador demócrata useño Edward Kennedy celebradas en presencia del Arzobispo de Boston, Cardenal Sean Patrick O´Malley: http://www.rtve.es/noticias/20090829/solemne-misa-funebre-para-despedir-senador-kennedy-boston-con-presencia-de-obama/290430.shtml Demos por bueno que se hayan celebrado con tal publicidad y solemnidad, a pesar del peculiar catolicismo de los Kennedy y del más joven de los nueve hijos de Joseph Kennedy y Rose Fitzgerald Kennedy, declarado partidario del aborto; convengamos en aceptar —aunque nos pese también— la presencia de destacados elementos acatólicos, pero no podemos dejar de manifestar nuestra extrañeza por la escenificación de una Liturgia que se convierte en un auténtico homenaje a un difunto y por la utilización de ornamentos blancos cuando el color propio de las Misas de difuntos es el morado o el negro. Las reseñas publicadas en los medios de comunicación presentan reiteradamente el acto como un póstumo homenaje: “Solemne funeral de despedida” (RTVE); “EEUU dice adiós a Ted Kennedy con una largo y emotivo funeral” (La Vanguardia); “El Partido Demócrata de EEUU elevó este sábado a sus altares al senador Ted Kennedy en una ceremonia de dos horas” (El Mundo). Las intervenciones del tenor Plácido Domingo y del violonchelista estadounidense Yo-Yo Ma y las palabras del presidente Obama no hacen sino acentuar este carácter. Especialmente escandaloso en el caso de este último, pontificando durante 15 minutos desde un púlpito ornamentado nada menos que con las llaves de San Pedro y las Tablas del Decálogo, lugar que nos parece más apropiado para la predicación de la Palabra de Dios que para un discurso mitinero lleno de tópicos y lugares comunes. En una palabra, propaganda del partido demócrata, emitida al mundo entero desde un templo católico por un presidente que es miembro de la “Iglesia Unida de Cristo”, considerado uno de los grupos más radicales entre los pentecostales. Obama fue precedido de otros como la hija del difunto, Kara, su hijastra, Caroline Raclin, varios sobrinos y sus hijos Ted y Patrick. Qué diferencia con la tradición de la Iglesia que en esto procuraba cumplir la consigna de San Pablo: “fiat aequalitas [haya igualdad]” (II Cor. 8, 14). El rito exequial era igual para todos y las diferencias accidentales solo se reflejaban en las pompas exteriores, sin afectar a la identidad del rito. La Iglesia no hacia elogios de nadie sino sufragios por todos: «El uso del elogio, derivado de la costumbre de los protestantes, es cuando menos impropio. Muchas veces el celebrante no ha conocido al muerto y por tanto se calla, o si habla son despropósitos. Frecuentemente los humildes se quedan sin elogio, y sin embargo a menudo se engrandece en los funerales a personas religiosas o irreligiosas, que han tenido posición importante en el mundo y que la Iglesia se complace en apropiarse como un triunfo propio» (Romano Amerio, “Iota Unum”). Más extraña aún resulta la utilización de ornamentos blancos en una ceremonia fúnebre aunque algunos medios de comunicación nos aclaran el enigma: se trataba de una “Misa de Resurrección”. ¡Qué diferente el escenario que crea una nueva Liturgia al servicio de una nueva Teología de aquel otro propio de la Liturgia Católica: «La liturgia de difuntos, antes de la reforma, estaba informada por la idea del juicio, que es en realidad primaria, puesto que el juicio por sí mismo no es misericordia ni castigo, sino precisamente juicio, y su carácter terrible nace de ser un juicio. Pero dentro de aquella mentalidad corría también la idea alegre de la esperanza, ya que en las “Missae pro defunctis” se rogaba de Dios para los difuntos la luz eterna, repitiendo la motivación “quia pius es” (porque eres misericordioso) […] En el fondo estaba sin embargo la idea del juicio, y en la primera de las tres Misas el Evangelio era el de Juan 5, 29 que anuncia el juicio escatológico: “y saldrán los que hayan hecho el bien, para resurrección de vida; y los que hayan hecho el mal, para resurrección de juicio”. Que la idea de la muerte cristiana contiene esperanza y temor aparece también en el Cántico de San Francisco, que alaba al Señor por nuestra hermana muerte, pero añade súbitamente: “¡Ay de aquéllos que morirán en pecado mortal!”, y al contrario “Bienaventurados aquéllos a quienes encontrará haciendo tu santísima voluntad”. Incluso en el rito de las exequias se señalaba (aunque no más que la divina misericordia) la prospectiva del juicio, y en el “oremus” previo al “Libera me Domine” se proclamaba elevadamente que nadie es justificado si no es por la gracia absolutoria de Cristo, y se suplicaba: “No lo oprima la sentencia de tu juicio, sino que con el auxilio de tu gracia merezca escapar al juicio de condena”» (Ibid.). En la mentalidad postconciliar y en la reforma litúrgica la idea de la muerte como juicio desaparece detrás de la idea de salvación eterna que se presenta en continuidad inmediata con la vida terrena estableciéndose una falsa identidad entre dos conceptos: la resurrección por la que reciben la vida los cuerpos (que es universal sin consideración del mérito moral) y la resurrección por la cual las almas fieles reciben la vida eterna. La primera resurrección no está causada por un juicio de méritos, pero la segunda sí, y tiene como alternativa la segunda muerte, la condenación eterna (nunca mencionada). De ahí el carácter llamado pascual de la nueva liturgia de difuntos, acentuado aún más con la utilización de ornamentos blancos. Triste ejemplo el de las exequias de Kennedy. Más penoso aún que la Santa Sede nos haya hecho saber que la corrección de los abusos litúrgicos oficializados no entra dentro de sus prioridades. El subdirector de la Oficina de Información de la Santa Sede, Ciro Benedettini ha aclarado que «por el momento no existen propuestas institucionales sobre una modificación de los libros litúrgicos que se utilizan actualmente». ¡Un protestante parloteando desde un púlpito y ornamentos blancos en el funeral por un abortista! Y todavía habrá exagerados que digan que es urgente una auténtica reforma de la liturgia y que ésta no puede consistir en otra cosa que en volver a las tradicionales expresiones de la fe católica.