Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio

Los frutos de la mala voluntad

por La divina proporción

El Evangelio de hoy señala una realidad palpable y evidente: por sus frutos le conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? La voluntad genera frutos constantemente y lo hace por medio de nuestras acciones buenas /malas y también nuestras omisiones. No hay que confundir la voluntad con la apariencia que damos a los demás. Lo que aparentamos no es lo que define nuestra verdadera voluntad. Lo que deja claro la dirección de nuestro camino son los frutos que se cosechan a nuestro paso.

¿Qué frutos obtenemos? Paz, unidad, belleza, amistad, son frutos que señalan que el camino es Cristo.

Rencillas, cismas, fealdad, complicidad, son frutos que indican que el camino no es de Cristo, sino del maligno. Pero los frutos no sólo son buenos o malos, también hay ausencia de frutos. Esto proviene de una actitud pasiva que se sostiene en el postmoderno “vive y deja vivir” que tanto daño nos está haciendo.

Así como se sabe que de la mala voluntad no pueden brotar más que malas acciones (como sucede al árbol respecto de sus frutos), así, ¿de dónde dirás que procede la misma voluntad mala, sino porque la mala voluntad del ángel nace del ángel, como la del hombre nace del mismo hombre? ¿Qué eran estos dos, antes de que naciese en ellos la mala voluntad, sino una obra perfecta de Dios y una naturaleza digna de alabanza? He aquí por qué decimos que de lo bueno nace lo malo, pues no hay de dónde podría haber surgido sino es de lo bueno. Digo esto de la mala voluntad misma, pues ningún mal la precedió. No de las obras malas, porque ellas no nacen sino de una voluntad mala como de un árbol malo. Pero no proviene la mala voluntad de lo bueno -pues lo bueno ha sido hecho por el buen Dios- sino que proviene de la nada, no de Dios. (San Agustín, contra Juliano 1, 13)

Actualmente la vida intraeclesial no es sencilla. A cada paso que damos nos sentimos observados y escrutados, no vaya a ser que digamos o hagamos algo que vaya contra alguna de las ideologías o segundos salvadores imperantes. Este ambiente de vigilancia y de temor termina generando un clima de humana tristeza que hace que muchas personas se alejen de la Iglesia poco a poco. Hace un par de días he sabido que un amigo religioso ha decidido colgar los hábitos. La razón es de ello es precisamente desánimo que se vive dentro y fuera de su comunidad. No es el primer amigo religioso que deja sus votos en los últimos dos-tres años. Temo que no será el único.

Los lobos con piel de cordero utilizan a la Iglesia para su conveniencia personal o grupal.

 

Por desgracia he conocido a más de uno de estos "lobos" y tratar con ellos no es nada agradable. Al comienzo parecen empalagosos, pero según ven que no te ajustas a su ideal, se vuelven más y más ásperos. Donde entran, generan discordia, siembran dudas y terminan por echar a quienes no son de su ideología.

Creo que va siendo hora que la Iglesia se plantee seriamente la convivencia interna y la necesidad de vivir la fe en unidad. Si tan importante es concebir la Iglesia de forma orquestal, ¿Por qué no dejamos de etiquetarnos y despreciarnos unos a otros? No se trata de decir que encogernos de hombros para ofrecer ignorancia despectiva. Como decía en un post anterior, no se trata de uniformidad, sino de tener claro que los carismas y dones personales deben ser ofrecidos y aceptados dentro una comunidad de fe coherente.

En una orquesta el trabajo de cada músico no es independiente del de los demás.

No es una postura sana pensar que “Ellos hacen su trabajo y yo hago el mío”. Mi trabajo es el mismo que "el trabajo de ellos", aunque cada cual lo realice con herramientas, formas y tiempos diferentes. Como una orquesta, cada cual toca su instrumento con su estilo personal, pero interpretando una misma pieza musical. El director debe unir y conformar el sonido único que tiene la comunidad, sin rechazar unos instrumentos u otros, porque no son de su gusto personal. Esto no es sencillo. El Espíritu Santo debería ser quien nos diera la capacidad de hacer esto posible, pero es muy complicado porque actualmente no estamos muy interesados en tocar una misma pieza.

¿Es fácil conformar una Iglesia sinfónica? Es imposible con nuestras fuerzas humanas.

Podemos poner buena voluntad, orar, buscar la unidad que genera sinergias, pero el Espíritu Santo es el que cataliza de forma positiva la comunidad para que sea algo más que un grupo de personas que se reúnen una vez a la semana. Tenemos que rezar por la unidad y saber que es posible en la medida que la Bondad, Belleza y Verdad estén presentes en nuestros actos y palabras.

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