III Domingo de Pascua: Predica y practica el perdón
“Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”. (Lc 24,45-47)
“Evangelio” significa “buena noticia”. Y esa “buena noticia” la resume el evangelista Lucas en pocas palabras: existe otra vida después de la muerte, como demuestra el hecho de que Cristo ha resucitado. Además, esa otra vida, que va a ser eterna, está marcada por el perdón de los pecados, por la salvación que Cristo nos ha ganado con su muerte redentora. Pero hay una condición: es necesario que se produzca la conversión. Sin conversión, sin arrepentimiento, el amor de Dios no nos puede salvar, lo mismo que la lluvia no nos moja cuando uno se protege de ella con un paraguas.
Por lo tanto, debemos practicar y predicar la conversión, el arrepentimiento, el perdón. No como fin en sí misma, sino como un medio necesario para alcanzar el premio prometido: el perdón de los pecados y la vida eterna. Podríamos añadir aún otra cosa: como un medio utilísimo para darle una alegría a Dios, que estará contento de que abandonemos nuestra vida de pecado y avancemos por el camino de la santidad. La conversión debe estar motivada, ante todo, por el deseo de dejar de ofender a Dios, que tanto nos ha amado y nos ama.
Practicar y predicar la conversión, esa es la clave. Y la conversión se practica a través del perdón. Un perdón que se pide a Dios y que se recibe de Dios. Un perdón que se pide al prójimo ofendido por nosotros y que se le otorga cuando es él el que nos ha ofendido.