Domingo XXVI: Sé misericordioso y acoge al pecador
"Dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros. Jesús respondió: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. (Mc 9, 38-40)
La “palabra de vida” de esta semana nos invita a practicar esa virtud tan de moda que es la “tolerancia”, pero entendida de una manera cristiana. Todos caben en la Iglesia –les dice Jesús a sus discípulos- porque todos caben en el corazón amoroso del Padre. Todos, incluidos los pecadores más notorios. Esto nos tiene que llevar a una actitud de acogida y no de rechazo; de comprensión con el prójimo e incluso con sus debilidades y pecados. Sin embargo, esta comprensión –y ahí es donde nos diferenciamos de la manera secularizada de vivir la tolerancia- no significa que tengamos que dar la razón a quien no la tiene, que tengamos que decir que el mal no existe o que, llevados de nuestra comprensión hacia el pecador, debamos decirle que lo que hace no tiene importancia y que puede seguir pecado. Cristo, que es siempre nuestro modelo, comía con los pecadores públicos de su época –los publicanos y las prostitutas- y no dudaba en enfrentarse con una sociedad hipócritamente puritana para defender a una adúltera que iba a ser lapidada. Sin embargo, a los publicanos les decía que dejaran de robar, a las prostitutas que se ganaran honestamente la vida y a la adúltera le dijo que no pecara más. Seamos intransigentes con el pecado y acogedores y misericordiosos con el pecador. Basta con que se arrepienta, con que quiera cambiar, para que reciba ya el abrazo del Padre. No lo olvidemos, todos caben en la Iglesia, con tal de que quieran ser santos, aunque aún no lo sean. Gracias a eso, cabemos también nosotros.