El desencanto de la generación «Ni-Ni»
por Antonio Gil
Uno de los temas de actualidad, a nivel sociológico, se centra en la llamada «Generación Ni-Ni», que engloba a los menores de 34 años inactivos que no cursan estudios ni siguen una formación no reglada. Cristina Abad desentraña el tema con un diagnóstico más certero y más duro: «En España ha surgido un modelo de actitud adolescente y juvenil caracterizada por el simultáneo rechazo a estudiar y a trabajar». No parece tanto una generación aparte sino la manifestación más radical de la generación nacida entre 1993 y la última mitad de la década de los 2000. Han nacido en la época de auge del mercado de consumo, están más inclinados que los de las generaciones precedentes al mundo virtual, hasta el punto de que se les denomina también «digitales nativos». Su sociedad existe en Internet donde expresan sus propias opiniones. No les gustan las normas sociales. La educación y el trabajo desempeñan un papel menor en sus vidas porque consideran más útiles la inteligencia y el conocimiento sobre la tecnología.
José Félix Tezanos, catedrático de Sociología de la UNED y autor del estudio «Juventud y exclusión social», detecta en esta generación una atmósfera depresiva, un proceso de disociación individualista, condensado en la expresión «sólo soy parte de mí mismo» y el debilitamiento de la familia. La alarma sobre el incremento de la «Generación Ni-Ni» la ha disparado en España la última encuesta de Metroscopia. Según los datos, el 54 por ciento de los españoles situados entre los 18 y los 34 años dice no tener proyecto alguno por el que sentirse especialmente interesados o ilusionados. Y si nos ceñimos a la última Encuesta de Población Activa (EPA), nos encontramos con que 562.100 jóvenes, con edades comprendidas entre los 20 y los 29 años son inactivos: no estudian, ni trabajan, ni buscan de forma activa un empleo. Ciertamente, a todo esto contribuye la crisis económica que acentúa la incertidumbre de una generación que creció en un ámbito familiar de mejora continuada del nivel de vida y que ha chocado en poco tiempo con la precariedad, el infraempleo, el mileurismo y la escasa valoración de la formación. Nos encontramos con la primera generación que está por debajo del nivel social de los padres.
El sociólogo de la Universidad de Navarra, Alejandro Navas, reparte la culpa entre padres, profesores y sistema educativo: «A todo ello hay que añadir una permisividad desbordada y una cultura del mínimo esfuerzo». Para el doctor Paulino Castells, los Ni-Ni son las secuelas de una década prodigiosa a nivel económico: «Sus padres se han volcado en ellos, les han dado todo y les han librado de cualquier esfuerzo o sacrificio».
Fueron los primeros «niños-llave». Papá y mamá trabajaban, muchos se han criado con los abuelos y no les ha faltado ningún capricho, han sido y siguen siendo las auténticas joyas de la casa, según Eduardo Bricat. Acaso una primera reflexión nos lleve a un profundo examen de conciencia sobre la clase de educación que ofrecen nuestras familias a sus hijos: ¿Dónde está la tabla de valores o la tabla de las exigencias elementales? ¿Dónde los principios y criterios? ¿Dónde la formación seria exigente? ¿Dónde el sentido trascendente de la vida? ¿Dónde el sentido fraternal de la historia? Si se producen todas estas lagunas, no podemos quejarnos de que lleguen unas generaciones que nos sirven la preocupación en bandeja. Todos tenemos algo de culpa con nuestras actitudes. Saquemos nuestras propias conclusiones.
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