Sobre la muerte de la niña Cristina Martín
Me ahorraré los detalles, que supongo conocerán los lectores más avezados y mejor informados, esto es, los que suelen visitar ReL. Y voy al grano, esbozando algunas consideraciones que deberían ruborizar a más de uno, y que nadie, sin embargo, parece decir.
a) La ley del menor hay que cambiarla... Y ahora. No porque estemos en caliente, sino porque casos como éste se suceden tan frecuentemente que siempre estamos "en caliente". No nos habíamos recuperado de lo de Sandra Palo cuando ocurrió lo de Mariluz, después, lo de Marta del Castillo, ahora, Cristina Martín... Esta ley es una aberración que legisla desde los mismos y fracasados parámetros del permisivismo que ha hundido en el fango nuestro sistema educativo. Una ley inspirada en un pensamiento profundamente ideologizado, que desconoce la realidad del hombre, niega su naturaleza, contraviene la verdad de su ser e inocula en mentes aún no formadas auténticas deformidades morales y físicas. Una ley, la del menor y la de educación, ante las que hay que actuar cuanto antes. Con cabeza y profesionalidad, pero sin demorar ni un día más.
b) Nuestro sistema educativo -y su brazo armado: la televisión- crea adolescentes tan carentes de aspiraciones y de horizontes vitales que cada vez es más frecuente encontrar chavales, apenas unos niños, que dicen estar de vuelta de todo, que se hace emos, góticos o, simplemente, asumen ser anodinos fracasados escolares sin ganas de nada e hiperestimulados sexualmente. La asesina de Cristina Martín (cuyas fotos góticas en su perfil de tuenti ilustran este post) no es la regla común: es la síntesis, la eclosión perferca de la combinación de cultura de la muerte y de un sistema que ha dejado de formar integralmente a seres humanos, porque ni siquiera es capaz de reconocer qué es y qué no es un ser humano.
c) Socavada la disciplina y acalladas las conciencias para que sólo piensen en consumo, diversión, sexo y más sexo, los menores están al albur del relativismo moral, de la manipulación ideológica y del vacío existencial made in reality chou, que unas veces (las menos, por fortuna) llevan a casos como el de la niña Cristina, y otras (las más, por desgracia) a una vida vacía, sin rumbo, sin sentido, sin ilusión. Y quien crea que exagero es que no se ha dado una vuelta por un instituto desde hace mucho tiempo.
d) ¿Qué pintan los padres en todo esto? ¿Qué padres tenía la asesina de Cristina Martín, una niña preadolescente que se vestía de gótica, y tenía grotescas imágenes en una red social que, seguramente, sus progenitores ni sabía que usaba? ¿Sabían los padres de la propia Cristina que su hija quedaba frecuentemente para pegarse con quien fue su asesina? ¿Hay alguna familia en su sano juicio que aún siga pensando que el Estado, desde el colegio y los medios de comunicación, educa bien a sus hijos sin que los padres hagan nada?
e) Por último: El Gobierno propone, ante la que está cayendo, un pacto de Estado que blinde la ley actual, e incluye, además, Educación para la ciudadanía y Educación Sexual... Si hay vida inteligente al otro lado de la puerta del Congreso, que me respondan: ¿De verdad creen que la deformación moral, intelectual y hasta vital de miles de adolescentes españoles, se soluciona endureciendo las penas para los infractores o enseñando a ponerse condones, a masturbarse con un vibrador XXL e inyectando más y más relativismo en las mentes de los menores? ¿De verdad no creen que sólo conociendo y educando al hombre en su integridad, en lo inmanente y en lo trascendente, se podrá regenerar moralmente nuestra sociedad claramente enferma? ¿Tan ciegos de ideología están?
José Antonio Méndez