Acoso a Ratzinger
por Santiago Martín
Han pasado cinco años desde la muerte de Juan Pablo II y aún recordamos lo difíciles que fue para el Papa Wojtyla la última etapa de su Pontificado. Entonces el punto de mira de sus enemigos estaba puesto en la cuestión de su salud. Una y otra vez, desde dentro de la Iglesia y desde fuera, se decía abiertamente o se insinuaba que debía dimitir, pues no se encontraba en condiciones de gobernar una comunidad de fieles que había sobrepasado ya los mil millones. Juan Pablo II sufría con este acoso pero se limitaba a responder que si Cristo no se bajó de la Cruz, él tampoco podía hacerlo; a veces, con un poco más de humor, contestaba que la Iglesia no se gobernaba con las piernas sino con la cabeza. Por otro lado, consciente de que su vida, como la de cualquiera, estaba en manos de Dios pero también de que ya llevaba muchos años al frente de la Iglesia y que por eso no debía dedicarse a atesorar minutos, no escatimaba ningún esfuerzo ni evitaba nada que le pudiera agotar. Cuando le llegó su hora, entregó su alma a Dios en medio del respeto universal y del cariño profundo de la mayoría de los católicos, lo cual ciertamente no hubiera sido igual si diez o quince años antes –cuando empezaron las presiones para que dimitiera- hubiera hecho caso a los que en realidad sólo deseaban que se fuera para que la Iglesia pudiera dirigirse por otros derroteros menos “conservadores”.
¿Puede estar sucediendo ahora algo parecido con Benedicto XVI?
Hay muchas diferencias entre el actual Pontífice y su predecesor. Una de ellas es que Juan Pablo II fue elegido para ocupar la silla de Pedro con 58 años y murió a punto de cumplir 85. Benedicto XVI lo fue con 78 años; es decir, contaba con 20 años más que el Papa Wojtyla cuando se le encomendó la tarea de guiar a la Iglesia por los siempre agitados mares de la historia. Aparte de otras diferencias de personalidad, biografía y origen, esta sola sirve para entender el por qué los planteamientos de actuación de ambos pontífices han sido necesariamente distintos. Sin embargo, esto no parece ser tenido en cuenta por los que desde el principio se sintieron disgustados con su elección como pontífice. Tanto dentro como fuera de la Iglesia. A nadie que esté algo informado sobre lo que sucedió en el cónclave del que salió elegido Joseph Ratzinger como Pontífice, se le oculta que un sector minoritario del colegio cardenalicio batalló intensamente en los días previos al mismo para lograr que no fuera él el sucesor de Juan Pablo II. Perdieron la batalla, pero no dejaron la guerra. A continuación cargaron contra la persona a la que Benedicto XVI eligió para ayudarle en el gobierno de la Iglesia, el cardenal Bertone, minusvalorando su capacidad de gestión como Secretario de Estado por no proceder de la carrera diplomática. Esta “oposición” al Papa y a Bertone está presente incluso dentro de la Curia vaticana, aunque su forma de actuar no es a través del enfrentamiento directo y la desobediencia, sino mediante el “dilata” –el retraso-, valiéndose de todo tipo de triquiñuelas legales para evitar que se apliquen aquellas reformas que el Pontífice considera necesarias, por ejemplo las que afectan al campo litúrgico.
A veces, sin embargo, este núcleo opositor considera oportuno lanzar alguna andanada más explícita. Suelen utilizar para ello a jubilados que, por no tener nada que perder, se despachan con declaraciones delicadamente hirientes hacia el Papa o sus colaboradores. La última ha estado protagonizada por el, hasta hace poco, nuncio en Bélgica Karl Josef Rauber. Entrevistado en la revista “Il Regno”, define al actual Pontífice como “un estudioso, una personalidad limpia. Pero no se interesa por las cuestiones administrativas, que deja al cardenal Bertone. No me extraña –añade-. Ya era así en Munich. Creo que conoce lo suficiente la Curia vaticana y podría hacer una seria reforma en ella. Pero su interés ha estado siempre en estudiar y escribir”. Si se tuviera que traducir este lenguaje al román paladino habría que decir que el que fuera el representante del propio Benedicto XVI en Bélgica ha dicho públicamente que el Papa no se preocupa del gobierno de la Iglesia porque vive metido en su despacho y enfrascado con sus libros. Eso sí, a monseñor Rabuer le ha molestado mucho –según dice en la misma entrevista- que interviniera directamente en la elección del nuevo arzobispo de Bruselas ignorando sus recomendaciones, lo cual viene a ser un desmentido de su acusación anterior, pues si no se interesara por las “cuestiones administrativas” no se habría preocupado por desautorizar a un nuncio que ha resultado ser tan puntilloso. Por otro lado, el ex nuncio en Bruselas tiene lo suyo, ya que dos de los sacerdotes que él promovió con éxito –uno en Suiza y otro en Hungría-, abandonaron el episcopado para marcharse con sendas señoras. Además, cuatro veces fue denunciado a la Secretaría de Estado por el propio Ratzinger –cuando éste era prefecto de Doctrina de la Fe- por oponerse públicamente al celibato de los sacerdotes y por criticar a obispos.
Naturalmente, los ataques a la gestión del Papa Benedicto XVI al frente de la Iglesia no proceden sólo desde dentro, sino que tienen su frente más sobresaliente fuera de la Iglesia. Los de siempre, han aprovechado la circunstancia de que un sacerdote homosexual fue acogido en Munich mientras Ratzinger era arzobispo de esa diócesis y que posteriormente ese sacerdote cometió un delito de pederastia, para cargar contra el Papa acusándole de encubridor y, por lo tanto, de partícipe en ese acto abominable. Tanto la diócesis de Munich como el Vaticano ha explicado con claridad y rotundidad que Ratzinger no tuvo nada que ver en aquella actuación, a pesar de lo cual las críticas contra él se han mantenido. Todo esto ha afectado seriamente al Pontífice, del cual todos, incluidos sus enemigos, no dudan en destacar su inmensa bondad y su humildad. Va a cumplir 83 años dentro de unos días (16 de abril) y poco después hará cinco años que fue elegido para la cátedra de San Pedro (19 de abril). Da la impresión de que se ha abierto la veda contra él, como se abrió contra Juan Pablo II, para abocarle a un estado de ánimo que le lleve a presentar la dimisión o, peor aún, para agitar su corazón, el cual, según su propio hermano, “no es demasiado fuerte”. No cabe duda de que, lo mismo que el Papa Wojtyla, el Papa Ratzinger molesta a los que desean una Iglesia más mundana, menos espiritual, menos religiosa. Como los machos jóvenes en las manadas de lobos, han visto llegada su hora y se han lanzado al cuello del viejo líder. Pero éste no está solo. Somos mayoría los que le queremos, rezamos por él y vamos a seguir haciéndolo.
A veces, sin embargo, este núcleo opositor considera oportuno lanzar alguna andanada más explícita. Suelen utilizar para ello a jubilados que, por no tener nada que perder, se despachan con declaraciones delicadamente hirientes hacia el Papa o sus colaboradores. La última ha estado protagonizada por el, hasta hace poco, nuncio en Bélgica Karl Josef Rauber. Entrevistado en la revista “Il Regno”, define al actual Pontífice como “un estudioso, una personalidad limpia. Pero no se interesa por las cuestiones administrativas, que deja al cardenal Bertone. No me extraña –añade-. Ya era así en Munich. Creo que conoce lo suficiente la Curia vaticana y podría hacer una seria reforma en ella. Pero su interés ha estado siempre en estudiar y escribir”. Si se tuviera que traducir este lenguaje al román paladino habría que decir que el que fuera el representante del propio Benedicto XVI en Bélgica ha dicho públicamente que el Papa no se preocupa del gobierno de la Iglesia porque vive metido en su despacho y enfrascado con sus libros. Eso sí, a monseñor Rabuer le ha molestado mucho –según dice en la misma entrevista- que interviniera directamente en la elección del nuevo arzobispo de Bruselas ignorando sus recomendaciones, lo cual viene a ser un desmentido de su acusación anterior, pues si no se interesara por las “cuestiones administrativas” no se habría preocupado por desautorizar a un nuncio que ha resultado ser tan puntilloso. Por otro lado, el ex nuncio en Bruselas tiene lo suyo, ya que dos de los sacerdotes que él promovió con éxito –uno en Suiza y otro en Hungría-, abandonaron el episcopado para marcharse con sendas señoras. Además, cuatro veces fue denunciado a la Secretaría de Estado por el propio Ratzinger –cuando éste era prefecto de Doctrina de la Fe- por oponerse públicamente al celibato de los sacerdotes y por criticar a obispos.
Naturalmente, los ataques a la gestión del Papa Benedicto XVI al frente de la Iglesia no proceden sólo desde dentro, sino que tienen su frente más sobresaliente fuera de la Iglesia. Los de siempre, han aprovechado la circunstancia de que un sacerdote homosexual fue acogido en Munich mientras Ratzinger era arzobispo de esa diócesis y que posteriormente ese sacerdote cometió un delito de pederastia, para cargar contra el Papa acusándole de encubridor y, por lo tanto, de partícipe en ese acto abominable. Tanto la diócesis de Munich como el Vaticano ha explicado con claridad y rotundidad que Ratzinger no tuvo nada que ver en aquella actuación, a pesar de lo cual las críticas contra él se han mantenido. Todo esto ha afectado seriamente al Pontífice, del cual todos, incluidos sus enemigos, no dudan en destacar su inmensa bondad y su humildad. Va a cumplir 83 años dentro de unos días (16 de abril) y poco después hará cinco años que fue elegido para la cátedra de San Pedro (19 de abril). Da la impresión de que se ha abierto la veda contra él, como se abrió contra Juan Pablo II, para abocarle a un estado de ánimo que le lleve a presentar la dimisión o, peor aún, para agitar su corazón, el cual, según su propio hermano, “no es demasiado fuerte”. No cabe duda de que, lo mismo que el Papa Wojtyla, el Papa Ratzinger molesta a los que desean una Iglesia más mundana, menos espiritual, menos religiosa. Como los machos jóvenes en las manadas de lobos, han visto llegada su hora y se han lanzado al cuello del viejo líder. Pero éste no está solo. Somos mayoría los que le queremos, rezamos por él y vamos a seguir haciéndolo.
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