Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio (Mc 7,14-23.)

El Reino está en nuestro corazón. Las mareas son de Dios

por La divina proporción

 

Hoy comparto un texto de Filoteo el Sinaíta, un monje e higumeno del Monasterio de Santa Catalina en el Sinaí. También se le llama Monasteriode la Zarza Ardiente, porque se dice que allí fue donde Moisés tuvo la visión de Dios simbolizado como Zarza en llamas. Ya saben, Dios le pide que se descalce porque la tierra que posa es tierra sagrada. Es decir, tierra donde Dios se manifiesta al mundo. Moisés se tira al suelo y Dios le habla sobre la misión que le ha sido asignada. 

Miremos al mundo y a la Iglesia de estos momentos. La sociedad es como el agua de mar que se ve sometida a las mareas que crea la luna. De la misma forma, Dios actúa sobre nosotros creando cambios en lo que creemos que es inalterable. ¿Y la sociedad y nosotros mismos? Actuamos como los vientos y las corrientes. Cambiamos la superficie del mar y arrastramos parte del agua que contiene. Por contra, el mar no cambia aunque su apariencia cambie. Por mucho que sople el viento y las olas se eleven, sigue siendo el mismo mar.

Lo importante no es lo revuelta que esté la sociedad o la Iglesia. No importan las modas y las estéticas. No importan las ideologías sociales que nos imponen quienes quieren gobernarnos. La guerras de apariencias son importantes para los medios de comunicación. Lo sustancial no importa a los medios porque no es fácilmente vendible. Las mareas cambian lentamente, los vientos cambian constantemente. Lo importante es que la Voluntad de Dios se hace presente entre nosotros. Él no nos deja solos. Dentro de la Iglesia también vende todo lo aparente y contradictorio. Revolucionarios y progresistas claman por hacer de la espuma marina lo más importante. Los conservadores y tradicionalistas, proclaman que lo importante es la forma en que las corrientes se mueven. No dejan de enfrentarse en la superficie del mar, olvidando que lo fundamental es la profundidad. La profundidad de nuestro corazón. Nuestro corazón es templo del Espíritu y por lo tanto, tierra sagrada. Allí está la Voz de Dios.

En todo momento, en cada instante, guardemos nuestro corazón de los pensamientos que vienen a oscurecer el espejo del alma (Prov 4,23). Jesucristo, sabiduría y fuerza de Dios Padre pone su marca e inscribe su imagen luminosa sobre él (1 Cor 1,24). Entonces, sin reposo, busquemos en nuestro corazón el Reino de los Cielos (Mt 6,33). (...)

Quien se libra a los malos pensamientos, es imposible que se guarde puro de los pecados del hombre exterior. Si de su corazón no extirpa de raíz los malos pensamientos, ellos lo llevarán a las malas obras. La causa de la mirada adúltera es que el ojo interior ya se ha librado al adulterio y a las tinieblas. La causa del deseo de escuchar infamias es que escuchamos a los demonios infames que están en nosotros. Debemos entonces, en el Señor, purificarnos en el interior y en el exterior, guardar limpios nuestros sentidos, mantenernos puros alejándonos de toda actividad inspirada por la pasión y el pecado. Anteriormente, dados a la vida mundana, en la ignorancia y vanidad de nuestra inteligencia, nos mostrábamos serviles con nuestra inteligencia y sentidos a la mentira del pecado. Ahora, retornando a la vida según Dios, con nuestra inteligencia y sentidos es necesario servir al Dios vivo y verdadero, a su justicia y voluntad (1 Tes 1,9). (...)

Emprendamos el combate de la inteligencia contra esos demonios, para que su voluntad malvada no llegue a nuestras obras como pecados reales. Si extirpamos de nuestro corazón el pecado, encontraremos en él, el Reino de Dios. Con esta bella ascesis, guardemos en nombre de Dios la pureza y la continua compunción de nuestro corazón. (Filoteo el Sinaíta. “Capítulos Népticos” 23, 33, 36)

No nos sintamos consternados. Dios no se olvida de nosotros. Lo que nos hace impuros y nos destroza internamente, es lo que tenemos dentro y lanzamos a los demás. El Reino de Dios habita en nuestro corazón. Allí debe debería habitar la paz y la hermandad. Sinceridad y sencillez. Humildad y docilidad ante la Voluntad de Dios. No es fácil, necesitamos de la Gracia de Dios para dejar a un lado las corrientes y los vientos del mundo. Necesitamos de la Gracia de Dios para escuchar la Voz de Dios en nuestro corazón. 

"Escúchenme todos y entiéndanlo bien.Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!
".
(Mc 7, 14-15)

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