Relativismo
por Santiago Martín
El pasado domingo en Barcelona, el cardenal Cañizares lamentaba la pérdida de valores de una sociedad secularizada como la nuestra, a la vez que proponía recuperar el valor de la liturgia y de la Eucaristía como antídoto. Afirmaba también que “la fe en Dios genera esperanza en pobres y pecadores”. Aquí, quizá, esté la clave de lo que está pasando. La Iglesia siempre ha hablado de misericordia y siempre ha presentado a un Dios que no duda en dar la vida para salvar al pecador. Hoy este discurso no sólo no interesa sino que molesta. ¿Misericordia? ¿Quién necesita misericordia si ya no existe el pecado? Lo que hoy se exige es “tolerancia”. La tolerancia viene a ser una especie de “métete en tus cosas y déjame a mí con las mías y no te atrevas ni siquiera a juzgarme”. Este tipo de tolerancia tiene su origen en el relativismo. Como no hay nada que sea objetivamente bueno o malo, nadie tiene derecho a decir que el comportamiento del otro es incorrecto y, por lo tanto, nadie puede reprenderlo o intentar que no lleve a cabo lo que desea hacer. La tolerancia no afecta, por lo tanto, sólo al comportamiento (“déjame hacer lo que quiero”), sino también al juicio sobre ese comportamiento (“no tienes derecho a juzgarme”). El que se atreve no sólo a intentar impedir ciertos actos, sino incluso a criticarlos, es calificado de “intolerante”, que es cada vez más un sinónimo de “antidemócrata”. Por eso se rechaza la misericordia, porque ésta implica que existe el pecado y que el pecador lo reconoce como tal y pide perdón por ello. Y sin embargo sólo la misericordia aporta esperanza y hace posible el cambio.
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