Reflexionando sobre el Evangelio (Mt 5,38-48)
El Arte de amar como Dios.
Es evidente que nade puede amar como Dios. No podemos porque sería como Dios en todos los sentidos y sólo somos criaturas que han sido creadas por su amor. De todas formas, Cristo nos llama a la santidad señalando al Padre como ejemplo: Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo. (Mt 5, 48). ¿Podremos llegar a ser perfectos y santos como Dios mismo? No, pero ese es el camino, esas son las pisadas que Cristo nos llama a seguir. Amar como Dios conlleva amar a quien es nuestro amigo y a quien no lo es. Conlleva ver la imagen de Dios en quien nos agrada y en quien nos desagrada. Conlleva ofrecer amor a quien nos ofrece su amistad y a quien nos maltrata.
Quien ama a Dios, ama con certeza también a su prójimo. Un hombre así no puede guardar lo que posee sino que lo dispensa, como haría Dios, ofreciendo a cada uno lo que necesite. Quien da limosna imita a Dios, ya que no hace diferencias entre el hombre malo y el bueno, el justo y el injusto (cf. Mt 5,45). Le basta que tenga una carencia para su cuerpo. Da a todos por igual según lo necesiten, aunque prefiera al hombre virtuoso con su buena voluntad más que al malvado. Dios, por naturaleza, es bueno e impasible, ama a todos de la misma manera ya que son su obra. Pero glorifica al virtuoso porque le está unido por el conocimiento. En su bondad, tiene misericordia del malvado y cuando lo instruye en este siglo, lo encamina hacia la conversión. Quien es bueno e impasible, ama a todos los hombres de la misma manera. Al virtuoso por su naturaleza y buena voluntad y al impío lo ama por su naturaleza o por la compasión que tiene por él, que va como un necio caminando en las tinieblas. (San Máximo el Confesor. Filocalia, “Centuria I sobre el amor”, 17, 18, 23-26, 61)
Hoy en día nuestra sociedad nos satura de llamados, frases de marketing, apariencias de venta. También nos llena de etiquetas que tenemos que aceptar y venerar para que seamos aceptados y bien vistos. La Iglesia tampoco se libra de esta corriente de marketing, ya que está compuesta por seres humanos que vivimos en plena postmodernidad. Actualmente parece que vivimos con el objetivo de organizar congresos, festejos, shows para llamar la atención social. Aparecer en los medios sociales parece ser el fin que justifica los medios que utilizamos. Nos parece que si no lo hacemos nadie nos tomará en cuenta y nos dejarán a un lado. Pero ¿Quién quiere ser bien visto en la sociedad? Cristo fue maltratado y despreciado por no ajustarse a las formas bien vistas en su tiempo.
Pentecostés no es un show que podamos utilizar como reclamo publicitario. Pentocostés es una realidad que se vive desde la humildad y la sencillez. No existen nuevos Pentecostés a la medida de cada momento en la historia del hombre. El Espíritu Santo vino para habitar entre nosotros con el fin de darnos sus dones, carismas y frutos. De hecho, cuando nos encerramos en unos carismas para despreciar a otros carismas, el Espíritu Santo no está presente. Cuando nos centramos en unos dones y olvidamos los demás, tampoco dejamos que la Gracias nos ayude a convertirnos. Cuando damos valor a unos frutos y tiramos a la basura los demás, el camino que Cristo nos señaló estará lejos, muy lejos de nosotros.
Amar a quienes nos maltratan conlleva negarnos a nosotros mismos. Negar nuestras ideologías y aceptar que la acción de Dios siempre nos excede. A cada cual le corresponde dar testimonio a través de su carisma, su llamado, su vocación. La Iglesia debería ser capaz de dejar espacio a todos los carismas y no sólo a los que llevan a etiqueta que es bien vista en cada momento. Mientras esto no ocurra, seguiremos alejándonos unos de otros y olvidando el sentido de la comunidad que se une y reúne en torno a Cristo.
Arte no conlleva pintar un cuadro de un color plano, sin formas ni sin matiz alguno. El arte de amar como Dios conlleva amar los colores, matices, contrastes y múltiples formas, con que nuestro carisma se manifiesta en el mundo.