Tiempo propicio para la ejemplaridad
por Antonio Gil
La sociedad española acaba de recibir dos fuertes mazazos que acentúan más todavía la crisis que vivimos: la subida del paro con una tasa que llega al 18,8 por ciento y el Gobierno no descarta ya el 20, y la propuesta de reforma del sistema de pensiones con la prolongación de jubilarse a los 67 años. Podemos llevarnos las manos a la cabeza, pero eso nada soluciona. Al revés. Será en los momentos difíciles, cuando más falta haga la imaginación, la creatividad y el esfuerzo. Será en tiempos de crisis, cuando casi es obligatorio acudir a la famosa cita de Descartes, en el «Discurso del Método»: «Cuando a un hombre le empiezan a fallar todos los negocios y empresas que creía sólidos y en los que asentaba su vida, y llega a desconfiar de los amigos o consejeros que le rodean, delibera consigo mismo, busca un algo, recurso o amigo que le parezca indudable, por humilde que sea, y, a partir de él, emprende un nuevo camino, duro quizá, pero seguro, diáfano y asentado en tierra firme». ¡Qué gran consejo!
En esta búsqueda de horizontes, nos encontramos con una obra magnífica de Javier Gomá, doctor en Filosofía y letrado del Consejo de Estado en excedencia, actualmente director de la Fundación Juan March, cuyo titulo «Ejemplaridad pública» (Ed. Taurus) nos ofrece una nueva vía para afrontar el problema de una democracia sin «buenas costumbres» y que, bajo el disfraz de la liberación, se abandona a la vulgaridad ética, en vez de aspirar a un ejercicio más elevado de la libertad. ¿Cómo convencer a un joven, se pregunta Gomá, para que elija formas civilizadas de vida si el modo en que comprende el mundo y se comprende a sí mismo es el que se resume en fórmulas de la ya anacrónica liberación como: «Mi vida es mía», «cada uno es libre de hacer con su vida, con su cuerpo, etc. lo que quiera y nadie tiene derecho a opinar», «yo vivo a mi manera», «sé libre, sé distinto, sé rebelde, sé auténtico, sé tú mismo»?
Hoy, subraya, la excentricidad romántica se ha generalizado a todos los hombres, y los niños la aprenden en el seno de su madre. Son libres antes de haber aprendido a serlo. ¿Y cómo gobernar a una sociedad compuesta por millones y millones de seres excéntricos que se consideran a sí mismos por encima de las reglas comunes? ¿Qué se puede hacer? Gomá alude a las tres reacciones posibles: primera, la de aquellos que añoran el orden autoritario, que ofrece seguridades; segunda, la de los que dicen, que este es el menos malo de los sistemas posibles y hay que conformarse con él; tercera, la presentación de un ideal -la ejemplaridad- con capacidad de atracción y transformación, que mueva al hombre a reformar su vulgaridad ética.
Lástima que no podamos desarrollar estas vías. Resultan apasionantes. Todo, menos tirar la toalla y sufrir en silencio. Hay respuestas clarividentes y soluciones eficaces.
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