Un nuevo enfoque sobre la Leyenda Negra Española
por En cuerpo y alma
Que España tenga una leyenda negra no es algo que deba escandalizar a nadie, -y menos que nadie a los españoles-, que por nuestra excelsa historia merecemos una Leyenda Negra como la más grande, de hecho, como la que tenemos.
Una leyenda negra como la española es lo menos que cabe esperar de un país que fue indiscutiblemente, -y con enorme preponderancia-, la primera potencia mundial durante más de dos siglos, entre los años 1492 y 1714, es decir entre la conquista de Granada y descubrimiento de América por un lado, y el final de la Guerra de Sucesión por otro. Para que nos hagamos una idea cabal, Estados Unidos apenas lleva tres cuartos de siglo. Con un particular y apabullante predominio entre 1521, el descubrimiento y conquista de Méjico y del Pacífico, y 1648, el desfavorable desenlace de la Guerra de los Treinta Años. Y que después siguió siendo una potencia de primer orden entre las dos o tres más importantes del planeta desde ese 1714 ya mencionado, hasta 1812, la Francesada, mal llamada Guerra de la Independencia, (siendo así que la independencia española nunca peligró, pinche aquí si le interesa el tema). Y por cierto, algo que se olvida a menudo, no sólo en los campos militar y político, sino también en el artístico, cultural y científico.
Un poderío que, por cierto, no había tenido nadie antes ni lo tendrá después, pues si territorialmente hablando sí hubo imperios que alcanzaron la extensión del español, (el de los Grandes Canes, el de Tamerlán, el británico), en términos de durabilidad hay que remontarse al Imperio Romano, cuya extensión territorial fue, sin embargo, infinitamente menor que la del Imperio Español. El caso ruso representa tema aparte, con el dominio sobre un territorio inhóspito en un 70% de su extensión.
La rendición de Breda, por Velázquez. El momento del máximo poderío español en el continente europeo, en tiempos de Felipe IV.
En definitiva, nada alarmante en el hecho de que semejante poderío genere una leyenda negra llena de mentiras, medias verdades, calumnias, conclusiones torticeras y propaganda. Desde este punto de vista, casi diría que lo alarmante habría sido no tenerla. También tienen su leyenda negra otros imperios que en el mundo han sido, empezando por el que hoy representa los Estados Unidos de Norteamérica, conocida de todos, a pesar de lo mucho y bien que se defienden los yankees.
Lo verdaderamente novedoso y anómalo de la Leyenda Negra Española es el afán, la afición, la fruición, el verdadero apego, adhesión, entusiasmo con el que la han acogido y siguen acogiendo tantos y tantos españoles, -muchos más de lo que sería normal en cualquier otro país que por haber dispuesto de un poderío semejante tuviera una leyenda negra como la nuestra-, y particularmente de sus políticos y autoridades, lo que revela dos cosas importantes, ninguna de ellas buena.
La primera, el escasísimo afecto por la patria que, por más que “ellos” lo vean de manera diferente, no adorna nunca a una persona, como a nadie adorna no querer y respetar a su padre o a su madre.
Lo segundo, -y en realidad peor todavía (si cabe)-, una ignorancia supina, insuperable, grave, pues lo cierto es que la afección de “esos españoles” a la Leyenda Negra nunca está bien documentada, parte de ideas no sólo falsas, sino excesivamente simples, poco elaboradas, carentes de todo rigor y análisis, casi infantiles, aunque a ellos, en su infinita ceguera, cortedad de miras y sobre todo, como ya se ha dicho, ignorancia, hasta les parezcan profundísimas y elegantes, y hasta les pueda servir para autootorgarse una “respetabilidad” que en realidad no tienen, porque la respetabilidad no admite atajos tan zafios y tan burdos como el que representa la Leyenda Negra Española.
Y bien, amigos, con este nuevo enfoque que propongo a Vds. sobre una cuestión que, por suerte o por desgracia, forma parte de la manera de ser español hoy día, me despido por hoy, no sin desearles, como siempre, que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos.
Dedicado a mi amiga Concha Gozalo, en una conversación con la cual surgió la idea de dar cuerpo a este artículo.
©L.A.
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